entrevista en los limoneros

Julio Fajardo, escritor: “España hoy no tiene nada que la identifique: nosotros tuvimos la Transición”

Julio Fajardo Sánchez (La Laguna, 1942) no presume de nada, si acaso de ser lagunero. Ha escrito los mejores textos sobre su ciudad natal, los más divertidos, los más atrevidos
Julio Fajardo
Foto: Tony Cuadrado

Julio Fajardo Sánchez (La Laguna, 1942) no presume de nada, si acaso de ser lagunero. Ha escrito los mejores textos sobre su ciudad natal, los más divertidos, los más atrevidos. Maneja el seny lagunero como nadie y ya no fuma, ni bebe alcohol por un problema de vértigo. Lo lleva a rajatabla el tío. Nos deleita cada semana con artículos en este periódico, hablando de todo. Cuando quiere que te descojones, lo hace. Y, cuando no, escribe con profundidad sobre temas de España y del mundo. Yo diría que es un hombre sabio. Sus monólogos son tronchantes, sobre todo cuando se vacilaba del mago, con Antonio Cubillo como protagonista. Cuando se incendió el Obispado, lo llamó desde Madrid su amigo el cronista político Fernando Jáuregui: “¿Qué fue lo que ocurrió, Julio?”. “Nada, Fernando, la ley antitabaco. Estaba el obispo reunido con una serie de canónigos, sin fumar, y uno de ellos no pudo resistir, salió, se arrimó a una cortina y pasó lo que pasó”. “Pero eso que dices es verdad?”, le preguntó Fernando, ya con el lápiz afilado. “Sí”. No lo llegó a publicar porque al final descubrió que era una coña de Julio Fajardo, que co-fundó Los Sabandeños y que dio conciertos con música de Yupanqui por todos lados. Yo recuerdo cuando actuaba en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz, acompañado sólo de su guitarra. Julio ha sido concejal de La Laguna y cuando la Junta de Canarias, la preautonómica, ejerció como asesor de Comunicación de la presidencia. Durante su larga estancia en Madrid conoció a lo más granado de los periodistas de la Transición: Raúl del Pozo, Joaquín Aguirre Bellver, Pilar Cernuda, Miguel A. Aguilar, Juby Bustamante, el propio Jáuregui. De su etapa en televisión recuerda los más de 500 programas emitidos de La Bodega de Julián (tantos, porque se repetían y repetían). “Tú sabes que en la televisión todo es mentira”, me dice Julio.

Julio Fajardo
Julio Fajardo. Foto: Tony Cuadrado

–¿Echas de menos a Atahualpa Yupanqui?

“Bueno, no, son tiempos. Una vez lo trajo Felipe Coello Higueras para dar un concierto. Ya antes de la rueda de prensa se había largado dos o tres coñacs. Felipe, que se lo olía, lo mandó a descansar y Atahualpa me hizo señas de que lo esperara en el bar. Entonces nos mandamos cinco o seis coñacs más, agarró un pedo y al día siguiente no pudo dar el concierto. Hubo que devolver el importe de las entradas”.

(Es curioso que Felipe Coello, adalid de la derecha, hubiera traído a cantar a Tenerife al adalid de la izquierda cantautora, que era Atahualpa Yupanqui. Entonces estaban las cosas más revoltilladas, la ideología importaba un carajo. Es verdad, como dice Julio, que nadie tenía un policía en la esquina. “Todo eso se lo inventaron los progres para darse importancia. En la Transición, lo que hacía la izquierda, el centro y la derecha se respetaba, nadie perseguía a nadie”. Julio, de cuando la oprobiosa, recuerda las actuaciones de Los Universitarios, su banda, en el Skandinavia de don Pepe Rodríguez Barreto, en el Puerto de la Cruz. También la de Los Sombras, conjuntos famosos de la época. Era la progresía musical).

–El lagunero es un tío muy especial desde chiquito. No me niegues eso.

“Bien, sí. Cuando yo me ponía malo mi madre llamaba a Checho Bacallado, que traía a unos cuantos más y me tocaban El Sitio de Zaragoza. Era un mareo, pero me entretenía”.

–¿Y qué fue de todos aquellos personajes? Me refiero a Pepe el Gago, Juanito Cabeza, Zenón, Quique el Peta, Juanito Calzones. Eran legión

“Todos muertos, menos Rubén El Mono, que de vez en cuando vuelve a La Laguna y me lo encuentro”.

–Tú ya sales menos.

“Claro, porque cuando salgo no conozco a nadie. Y la culpa es del tranvía, que no hace sino traer a La Laguna gente de fuera”.

–Cuando el lagunero quiere no hay quien le entienda una conversación.

“No, no lo entiende nadie. Al godo y a algún otro de aquí que se pasa de listo se les habla para que no cojan nada de lo que decimos. Y no lo cogen. No hace falta acudir al tradicional verre”.

–¿Qué pasó aquella vez en el bar del Pipeta?

“Pues que uno de la tertulia se empeñó en entrar un perro. Y un protestón se empeñó también en que el perrito, pequeño, no entraba allí”.

–¿Y?

“Que se sometió la cosa a votación. Pero una votación seria entre los clientes. Se colocó una urna, en realidad una caja de dulces, en el mostrador, y se votó para ver si Hugo, que así se llamaba el perro, entraba o no”.

–¿Y qué ocurrió?

“Pues que votó un montón de gente y que Hugo ganó por abrumadora mayoría. Y pudo entrar en el bar del Pipeta hasta que se murió”.

(Julio tiene millones de anécdotas de La Laguna. Una vez se celebró, en el Ateneo, una exposición del pintor José V. Buergo. Algunos cuadros eran de gran formato, entre ellos un retrato del catedrático Hernández-Rubio. Tras la exposición se le encargó especialmente a Clemente, el portero del Ateneo, que tuviera cuidado con este lienzo, por el respeto que se le tenía al ilustre profesor. Llamaron a una camioneta del Paquete Exprés y Clemente se subió detrás, abrazado al cuadro. En esto que el chófer dio un frenazo y salieron volando el cuadro y Clemente agarrado a él, como su fiel custodio. Creo que ambos sufrieron daños de consideración. Cuando pintó los frescos del Paraninfo, Mariano Cossío incluyó en ellos los retratos, entre otros, de Hernández-Rubio y Antonio González. Y de más gente. Esa era La Laguna de entonces).

–¿Qué te asusta de este país?

“Pues la deriva de los partidos, pero más me asusta Europa, donde se registra una terrible falta de liderazgo. Cuando estaba Merkel, hasta los americanos nos respetaban. Pero, ¿y ahora? La gente no se acuerda ni siquiera de los nombres de los políticos europeos”.

–¿Y del proceso autonómico, qué recuerdas?

“Había que concienciar a la gente de los cambios. Había gente sabia en las instituciones. Pero es que los representantes del Estado eran personas de prestigio, cultos, con sus ideas. ¿O es que nos hemos olvidado de Jesús Rebollo, de Carlos Martínez de la Escalera, de Pepe Sáenz de Oiza? Era gente muy válida que cumplía con su trabajo y que se identificó con Canarias”.

–¿Nos han faltado cojones para enfrentarnos al Estado, para exigir lo que es nuestro por Estatuto?

“Sí, solo nos tuvieron en cuenta cuando Cubillo lanzaba sus diatribas desde Argel; de resto nos toman el pelo”.

–¿Cómo son la izquierda y la derecha en las islas?

“Mira, la izquierda de Las Palmas, bueno, la de Gran Canaria, es la del interior. Y la de Tenerife es la de los gomeros. Y en España la izquierda es como un termómetro de mercurio roto. Se cae al suelo y se dispersa el mercurio. Para juntarlo hay que sudar. El proyecto de Yolanda Díaz, por ejemplo, no existe, nunca va a existir. Aquí no hace falta revisiones constitucionales sino más coherencia”.

–¿Pedro Sánchez?

“Ahí está, pero yo me fijo más en un asunto que llegará pronto, el bipartidismo. Llegará de una forma natural, sin traumas, con o sin Pedro Sánchez”.

–Julio, me gustaría volver a La Laguna, que es ciudad de personajes pintorescos, como todo el mundo sabe. ¿Es verdad que hubo un hombre invisible?

“Sí, don Domingo Verdugo, hermano de don Manuel, el poeta”.

–¿Cómo era eso?

“Tenía un expediente abierto en la Notaría del Obispado Nivariense, porque don Domingo era espiritista. Estaba convencido de que se volvía invisible, la gente lo sabía y le seguía el juego. Aparecía en actos públicos con un periódico en la mano, que agitaba para que lo vieran, porque era invisible y estaba convencido de ello. Y gritaba: “¡Estoy aquí!”. Era una auténtica juerga”.

–Háblame de La Bodega de Julián y de Tenderete.

“Fueron dos grandes programas. Tenderete salió adelante gracias a Mariano Martín, el jefe de realización de TVE en Canarias. Digo el Tenderete de la época de Nanino, que no trabajaba sino que lo presentaba, y muy bien. Todo el mundo se cargaba antes del programa, ensayando. Pero salía perfecto”.

–¿Y la Bodega?

“Servía para que yo, en el Cotillo, me saltara una cola de godos que querían comer pescado y me engullera la mejor sama roquera de la historia. Te daba cierta popularidad. Todo el mundo me llamaba don Julián, claro”.

–Tú fuiste un pionero de la tele.

“Yo hice mucha televisión, desde aquella tan casera de la Casa del Marino, en Las Palmas, donde había un bar al que iban los locutores de la tele, Carlos Pablos, Luis Zárate, Rosi, todos aquellos, y cientos de personas para verlos allí cada día. Era curioso como fenómeno social”.

–Tus monólogos con Cubillo como protagonista fueron célebres.

“Pero a Cubillo no le gustaban porque sentía que le estábamos tomando el pelo. Y él solo era un personaje en torno al cual giraba la trama”.

–Un detalle, sólo para que la gente sepa de qué iban.

“Pues el mago le preguntaba a Cubillo por teléfono si la Virgen de Begoña debía permanecer en la iglesia o si, por el contrario, había que darle fuego, porque no era canaria. A lo que Cubillo contestaba: “Hombre, canaria no es, pero lleva mucho tiempo aquí, vamos a dejarla tranquila”.

–Hay más personajes de los que tú cuentas hazañas que no hemos citado, como el “general” Fagot.

“Era uno que limpiaba pozos negros. Una vez fue a limpiar la fosa séptica de la casa de la marquesa de Celada. La marquesa se asomó al patio y le preguntó: “Oiga, ¿y por qué lo llaman a usted general? A lo que el “general” Fagot respondió: “Pues por el mismo motivo que a usted la llaman marquesa”.

–Famosas eran las tertulias de don Felipe González Vicén, don José María Hernández-Rubio y los catedráticos Gálmez y Candau.

“Sí, cogían tremendos pedos en el Bar Alemán. Les acompañaba un juez municipal de La Laguna, don Tomás Izquierdo Barrios. Don Felipe pedía una ronda de whisky y decía: “Ponga usted whisky para todos, menos para este enano”. Y no le servían al juez. A don Felipe lo iba a recoger su hijo Alberto. Ponía el coche en la puerta y el ilustre catedrático, que era un genio, entraba directamente al vehículo, de cabeza. Una vez salió con tanto ímpetu que se abrió la otra puerta del coche y acabó sentado en la calle. Académicamente era gente importantísima. Cuando a don Felipe le aburría algún acto, decía: “Volvamos al Bar Alemán, de donde nunca debimos haber salido”.

–¿Es verdad que Hernández-Rubio se inventó un equipo universitario de rugby?

“Sí, pero él no jugaba. Era entrenador y árbitro y se dedicó a reclutar a todos los tipos grandes de Tenerife: Tavío, Pablo Garabote, etcétera. Aquello duró más bien poco”.

–En esa época había izquierdas, había derechas. ¿Y ahora?

“De derechas eran todos, menos los comunistas, que eran dueños de imprentas pero para ganarse la vida imprimían estampitas de primera comunión. Ahora todo es cuestión de conveniencias. Todos los países deben tener conceptos que no se discuten, como pasa en los más civilizados. Aquí se discute todo. En España no existe nada que nos identifique, hoy en día. Nosotros fuimos más afortunados: tuvimos la Transición”.

–Oye, no hemos hablado de Cafrune.

“Era un golfo. Viajaba en una caravana tirada por caballos. Antes de llegar a los pueblos, en Argentina, montaba en uno de ellos y entraba como un jinete de cine, con la guitarra en bandolera”.

–Ay mi madre.

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