Vivir continuamente de viaje y sin un asentamiento puede sonar atractivo para algunos y arriesgado para otros. Es un modelo de vida que, a priori, la mayoría de las personas descarta. Sin embargo, la pareja conformada por Cristina, una joven aronera, y Mateo, un chico francés, está dispuesta a demostrar que hacer realidad una aventura nómada como recorrer el mundo en velero, a pesar de no tener abundantes recursos, es posible.
La historia de estos dos aventureros comenzó en octubre de 2017 frente al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Ambos habían tomado la decisión de cruzar el Atlántico en barco y, como no tenían presupuesto para comprar uno, decidieron hacer barco-stop: “Esta modalidad de viaje consiste en que, una persona que tiene una embarcación y necesita ayuda en las tareas de navegación, te acoge a cambio de ese trabajo”. A veces, también pueden cobrarte por los alimentos, por ejemplo”, explica Cristina.
La pareja estuvo hasta febrero de 2018 buscando a la persona adecuada que les acogiera, hasta que finalmente dieron con un marinero francés de 75 años que buscaba tripulación que le ayudara con la vigilancia nocturna, las comidas, la organización y las velas de su embarcación, el Soleil Levant. Cristina apunta que este hombre les dio “confianza, que es en lo que finalmente se basa el barco-stop, en la seguridad”.
De Canarias al Archipiélago de Guadalupe
El viaje en el Soleil Levant rumbo a Guadalupe, un archipiélago francés ubicado en las Antillas, duró 28 días. La experiencia fue “ilusionante” pero también “muy dura”, cuenta Cristina, quien afirma que vivieron todo tipo de contratiempos: “En un velero dependes del viento, así que si hay mucho tienes rápidamente que reducir velas y, si no hay viento, toca esperar parado en medio del océano”.
Los días más duros del viaje fueron, precisamente, aquellos con ausencia de viento. Pasar tanto tiempo sin internet, en medio de la nada, fue todo un aprendizaje para Cristina, quien asegura que aprendió a “tener paciencia” y a ocupar su tiempo “leyendo libros”.
Cristina y Mateo compran un velero, el ‘Astrea’
De Guadalupe, la pareja partió a la isla cercana de Martinica, donde esperaban hacer un nuevo barco-stop. Sin embargo, en junio de 2018 encontraron en un astillero algo mucho mejor, a un marinero que estaba arreglando un velero que tenía en venta. Y casi como caída del cielo, a Mateo le llegó en aquel momento una pequeña herencia con la que pudieron hacer la compra.
“Nos ofreció el barco muy muy barato. Tanto, que lo único que nos hizo pagar fue el valor de los arreglos que le estaba haciendo”, narra Cristina. Al velero, que mide 12 metros de eslora, le pusieron el nombre de Astrea, que significa diosa de la protección. Con él han logrado ser independientes a la hora de continuar su aventura nómada y aumentar sus conocimientos sobre navegación.
Sin embargo, los arreglos que el primer propietario hizo al Astrea no fueron suficientes y Mateo, que es “un manitas” con conocimientos en construcción y albañilería, junto a Cristina, que tiene casi terminados sus estudios en Arquitectura, tuvieron que reparar puentes, ventanas, velas, cabos y reparar el acero. Eso sí, todo con “muy poco dinero y mucha solidaridad marinera, algo que abunda en Martinica”.
Un encallamiento, la COVID y de vuelta a Canarias
Tras poner en funcionamiento el Astrea, tocaba aprender a llevarlo. La pareja pasó varios meses navegando entre Islas, primero de día y luego, de noche, y contó con la suerte de que esa temporada “no hubo grandes tormentas en Martinica”.
A bordo, Mateo y Cristina tuvieron que mejorar la comunicación y coordinarse tareas como la pesca y la conservación: “Aprendimos que el bonito se mantiene en sal o en salmorejo y que cuando fondeamos debemos comprar conservas y, sobre todo, agua”. El día a día de ambos está recogido en el blog Astrea Petit Prince.
Listos para emprender un viaje más largo, pasaron por Las Granadinas y luego fueron hacia el Norte. Allí, Mateo continuó el viaje en barco por San Martín, Bermudas, Azores, Nantes y Saint-Nazaire, mientras que Cristina tuvo que regresar durante cuatro meses a Canarias.
“Yo me uní otra vez en Saint-Nazaire y volvimos a navegar todas las islas de la costa bretona. Fue entonces cuando el mar de Bretaña nos hizo tener un accidente con el velero, que encalló en una playa una noche de mucho viento“, recuerda Cristina. La pandemia de COVID-19 les cogió aislados y entretenidos, reparando el barco.
En los últimos meses han descendido desde Francia hasta Canarias, donde Cristina aprovecha para pasar más tiempo junto a su familia de Las Galletas, a la que llevaba dos años sin ver. El sueño por cumplir de la pareja es llegar al Pacífico, aunque no descartan dar la vuelta al mundo en su velero.
Desde la costa de Los Gigantes y a bordo del Astrea, la tinerfeña invita a todos a empezar una aventura como la suya: “Si me hubieran dicho hace años que iba a llevar una vida nómada, no lo habría creído, pero es más fácil de lo que parece”.