Muchos aún recuerdan la cartilla de beneficiencia, la que servía, cuando aún no existía la seguridad social tal y como la conocemos hoy, para los que no podían pagarse un médico recibieran atención médica. Sus beneficiarios debían apuntarse en su ayuntamiento para poder recibir esa asistencia. Quienes se encargaban de gestionar esas cartillas, pero también de ayudar a las personas sin hogar, y en general a los más necesitados eran las asistentes sociales. En Santa Cruz fueron dos mujeres las pioneras en la prestación de esta asistencia: Lucía Sánchez y María Dolores Tejedo.
El pasado 25 de noviembre, el Ayuntamiento de Santa Cruz, con motivo del Día Internacional de las Personas sin Hogar, quiso reconocer a una de estas mujeres, a María Dolores Tejedo, puesto que fue la primera trabajadora social con la que contó el Centro Municipal de Acogida, un reconocimiento que además incluyó darle su nombre a los premios que, a partir de ahora, se entregarán cada año a las personas que, de una forma u otra colaboran con el albergue municipal. Junto a María Dolores, también se homenajeó a Josefa Armas, coordinadora de Trabajo Social de la Gerencia de Atención Primaria del Área de Salud de Tenerife; Félix Liendo, inspector de la Policía Local de Santa Cruz; María del Carmen Galván, propietaria de la farmacia Galván Navarro; y María Jesús Hernández, auxiliar administrativa del Centro de Salud de Los Gladiolos.
Marta Sánchez Tejedo, hija de la trabajadora social homenajeada, fue la encargada de recoger un galardón que, como admitió a DIARIO DE AVISOS, llenó de orgullo a ella y a su familia, aunque a la vez también supuso algo de tristeza. “Es una suerte de sentimientos encontrados porque por un lado está el orgullo y la alegría por el reconocimiento de tantos años de trabajo, y por otro la pena de que ella no pueda disfrutar de este homenaje porque la enfermedad no se lo permite”.
Marta recuerda a su madre siempre entregada a su trabajo, ayudando a los demás. “Ahora ves su trabajo como algo normal, pero imagino que en aquella época tuvo que ser todo un reto el trabajar como asistente social”. “Mi madre -continúa- actuó en muchas cosas distintas, desde el albergue en sus inicios, hasta el desarrollo de proyectos en los que estuvo muy implicada como fue el apoyo a la dependencia, y mira por dónde ahora es ella la que está en ese tránsito”, cuenta emocionada.
La implicación de María Dolores con su trabajo le llevó a llevarse a casa muchas de sus intervenciones. “Mi madre amaba su trabajo. A nivel personal recuerdo un caso muy concreto de una mujer que conoció en los servicios sociales, y que es casi como de la familia aún hoy”, recuerda Marta.
“Esta mujer vivía en un barranco, en una cueva, con sus hijos, rodeada de ratas y un marido maltratador. Mi madre la ayudó, incluso amadrinó a uno de sus hijos, y aún hoy en día nosotras tenemos contacto con ella”, detalla la hija de María Dolores. Este es una de las historias que recuerda, pero también como las personas sin hogar que se cruzaban por la calle, saludaban a su madre o se paraban a hablar con ella para contarles como les iba.
Marta reconoce que ha heredado de su madre esa facilidad para cuidar de los demás, de preocuparse por los otros, incluso más que por ella misma, admite. Su madre, de 76 años, trabajó hasta que se jubiló.
Primeros años
Junto a María Dolores, Lucía. Ella también recuerda aquellos primeros años en el Ayuntamiento de Santa Cruz, al que llegaron tras ganar una oposición. “En aquel momento existía la beneficencia, la asistencia médica para las persona que no tenían recurso económicos. Eso era en 1979, y la asistencia se hacía con una cartilla que daban los ayuntamientos, y también estaba el albergue. Como éramos dos, ella estuvo en el Centro Municipal de Acogida, también en el Ayuntamiento, y yo con el tema de las cartillas y los casos que empezaban a venir”, cuenta Lucía.
Recuerda, que tras cuatro años de estar las dos solas como asistentes sociales, como se les llamaba entonces, entraron otras dos trabajadoras sociales más “y luego en el 86 se hicieron las Unidades de Trabajo Social, una en cada barrio”.
Lucía recuerda a María Dolores en el albergue, un espacio que “no tiene nada que ver el CMA de ahora”. “Entonces solo estaba María Dolores, y un funcionario, que se encargaba de llevar las cuentas”.
Apunta que entonces los usuarios del albergue eran fundamentalmente hombres y alguna familia. “No había comedor, y en los primeros años era gente muy cronificada, entre las que había un alto porcentaje que tenían problemas con el alcohol. El nivel de recursos no tiene nada qué ver con lo de ahora”.
Lucía admite que aún hay gente en la calle que reconoce de aquella época. “En aquel entonces no había recursos para sacarlos del albergue, y se quedaban allí. Cuando se hacían más mayores estaba el asilo, pero no había nada más”, detalla.
Entre los casos que recuerda están los de muchos niños de la Casa Cuna, que cuando se hacían mayores y ya no podían seguir en la institución, acaban en el albergue. “Era un proceso muy tremendo”, recuerda la trabajadora social.
Otro de los casos que recuerda es el de un señor que era “un personaje increíble”. “Por el tema del alcohol había acabado en el albergue. Recibía el periódico, leía en inglés, era muy singular, pero también una situación muy triste”.
Recuerda como ellas cambiaron, junto al concejal de aquella época, Ángel Delgado, además de la normativa, el uso del lenguaje, o la forma de acceder a la cartilla municipal de beneficiencia. “El perfil de las personas que atendíamos también se parece a las de hora, sin recursos económicos, pero con infinitamente menos recursos que ahora para atenderlas, aunque ahora sigan siendo insuficientes”, apunta.
Lucía pone el punto de inflexión en su trabajo y en la atención a las personas en riesgo de exclusión en la promulgación en 1985 del Plan Concertado, por el que el Estado obligó a los ayuntamientos a contratar a trabajadores sociales. “Eso permitió dar un paso enorme, y pasamos de cuatro a diez, que era mucho entonces, incluso un sociólogo pudimos contratar”, recuerda. Al igual que María Dolores, Lucía reconoce que disfrutó mucho de su profesión hasta su prejubilación, solo hace cuatro años.
La evolución de los servicios sociales
En cuanto a la evolución de los servicios sociales Lucía Sánchez señala que es una área que siempre va a necesitar más financiación, porque su objetivo es atender a las necesidades existentes y las venideras, como por ejemplo, las que van a provocar, y ya están provocando, el envejecimiento de la población. “Santa Cruz es un municipio muy envejecido. El 25% de la población es mayor de 60 años, y eso implica que todo lo relacionado con la ayuda a domicilio, la atención a los cuidados, la adaptación de las viviendas, hará que cada vez más aumente el presupuesto para atender estas necesidades de las personas mayores”. La puesta en marcha de la ley de Dependencia, es una de los avances que más valora Lucía en estos años.
Entiende que la asistencia social ha dado un cambio importante, “ahora es impensable que no tengas derecho a asistencia médica, pero si echas la vista atrás tampoco hace tanto de esa situación”, concluye.