Si la valentía eligiera a una persona del mundo para que la representara esta sería Maija Leena Leppanen. Los azares de la vida la trajeron hasta Tenerife hace 56 años desde Finlandia, donde nació allá por 1944, pero desde pequeña se enfrentó a la sociedad, a los prejuicios y al sistema establecido por el que las niñas, en su país natal, solo jugaban al béisbol o practicaban atletismo.
Maija, enamorada del deporte, eligió el fútbol. Y el balón fue su gran amor… hasta que llegó el golf. Pero eso fue mucho más tarde; en medio, la historia de Maija es rica en vivencias y multimillonaria en atrevimiento, empezando por la casualidad que la trajo a Tenerife cuando rondaba los 21 años.
Maija era profesora de educación física y de gimnasia para los niños de la EGB, en su país natal. Pero su padre, ingeniero químico, se puso malo de los pulmones y su médico le recomendó buscar un lugar con mejor tiempo que Finlandia. Así, emprendió un viaje en barco hacia Australia, que tuvo como escala el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Una avería tuvo al buque parado allí casi tres meses y la familia Leppanen aprovechó para visitar varios puntos de la Isla, quedando prendada de las bondades climatológicas del Puerto de La Cruz.
“Mi padre me llamó y me dijo que vendiera la casa, el coche y lo que tenía y que cogiera a mi hermana y nos viniéramos para Tenerife”, relataba Maija, que puso rumbo a Canarias un mes de agosto con la idea de regresar en septiembre a Finlandia para comenzar el curso escolar. Su estancia en la Isla se alargó, primero hasta Navidad, luego hasta el mes de septiembre, según le recomendaba su padre.
Pero, finalmente, se quedó en la Isla, donde aprovechó su capacidad para hablar hasta cinco idiomas para comenzar a trabajar, primero en una librería “con unos viejitos alemanes”, porque en España no le homologaban su título finlandés de educación física. “Luego estuve en una agencia de viajes y más tarde conocí a Rafael Cobiella, con el que entablé una buena amistad y que fue quien me dijo que su padre, don Celestino, necesitaba una traductora”, desvelaba una Maija reposada y tranquila a la que hablar le gusta casi más que jugar al golf.
Después de un paréntesis donde trabajó para el BBVA, Maija regresó a su anterior puesto de trabajo y allí conoció a Antonio Mesa, con el que se casó y tuvo cuatro hijos. 20 años duró el matrimonio hasta que la vida mandó a Antonio y Maija por caminos diferentes. La valiente Maija se fue con tres de sus cuatro hijos a vivir a casa de su madre. Un año más tarde, también se les uniría el hijo mayor, Óliver.
“Me tuve que buscar la vida”, reseñaba Maija que vio cómo su amor deportivo, el fútbol, regresaba a su vida. “Mis dos hijos mayores jugaban al fútbol y una vez su entrenador se puso malo y yo lo sustituí”, dice la intrépida Maija, que no sabía que ahí acababa de empezar su carrera en los banquillos. Primero, sobre 1983, se hizo cargo del equipo de los más pequeños y luego fue entrenando a diferentes clubes e incluso llegó a ser la presidenta del CD Peñón.
Ya en los 90, Maija le echó más valentía al asunto. Acometió el curso de entrenadora e hizo los dos primeros años, “porque para hacer el tercero, el de entrenadora nacional, tenía que ir a Madrid”. Fue la primera entrenadora de Canarias y, posiblemente, la primera en España, en tener los dos años de curso terminados.
También tuvo su experiencia en el fútbol femenino cuando el Once Piratas hizo un equipo de chicas. “Las niñas se negaban a seguir jugando con el entrenador que tenían y yo empecé a entrenarlas, eran un auténtico equipazo”. Luego, la Federación Tinerfeña formó una selección para ir a jugar a tierras peninsulares, con paradas en Bilbao, Huelva y Valencia, y un delegado de expedición muy especial. La Federación les mandó un cura para “asegurar que las chicas se portaban bien”.
Cambio de rumbo
De esa experiencia Maija terminó hastiada. “Las chicas eran insufribles, peores de llevar que los chicos”, así que cogió sus bártulos, dijo que no iba a Valencia y fue la última vez que entrenó. “Me dije: ‘Hasta aquí llegué”. Los siguientes años los dedicó a trabajar, a cuidar a su gente , a sus animales “y a reposar en el sofá”. Todo hasta que su hijo Óliver, otra vez, le presentó al siguiente gran amor de su vida. “Me dijo: ‘Mamá, levántate del sofá, tienes que activarte, vamos a jugar al golf, que seguro que te va a gustar’. Yo no lo veía, pensaba que eso no era un deporte, pero fue probar y cambiarme la vida”, reconocía Maija.
En el golf encontró la fórmula para equilibrar su cuerpo y su mente, para recuperar su vitalidad. “Estoy mejor que nunca, de verdad, me siento feliz, recomiendo a todo el mundo que lo viva”, indica. En el golf y en el club La Rosaleda encontró su espacio, su lugar. Allí es la reina, gana los torneos locales, “pero no presumo de ello”, porque para Maija lo más importante es la conexión con la naturaleza y, como cuenta, “con la gente tan maravillosa que he encontrado en este deporte”.