los realejos

Aguja e hilo para romper estereotipos

Antonio Rodríguez, uno de los pocos caladores que quedan en la Isla, imparte talleres para que esta artesanía no se pierda
caladores
Foto: Sergio Méndez

Antonio Rodríguez empezó a calar antes que a hablar. Su infancia transcurrió entre agujas, hilos y piques de cuero de distintos tamaños porque todas las mujeres de su familia -madre, tías y abuelas- calaban, y como eran muy modernas lo instaban a que aprendiera pese a que en aquella época no era habitual en un hombre y pululaban los prejuicios. Eso sí, le aconsejaban que no lo hiciera en la calle.

Era el único niño que estaba en la casa porque sus primos son mayores que él. Su madre trabajaba en el campo y lo dejaba al cuidado de sus abuelas y para que se quedara quieto y se callara una le daba un pique, la otra lo ponía a sacar hilos “y así acabé”, cuenta. Lo cierto es que le gustaba estar ahí con ellas, mirando cómo entrelazaban hilos y ayudándolas en las pequeñas tareas que le encomendaban.

Antonio trabajó en el sector de la hostelería, en una gasolinera, en supermercados y hasta bailó, pero nunca pudo sacarse la aguja de la cabeza y lo que era un hobby se transformó con los años en su profesión: artesano calador, uno de los pocos que quedan en la Isla.
En 2015, su amigo y diseñador Eduardo Martín confeccionó el traje de la Reina infantil del Carnaval hecho de roseta, una de las artesanías más representativas del Archipiélago, con especial desarrollo en Tenerife y Lanzarote.

Fue en ese momento cuando el entonces consejero de Comercio, Industria y Desarrollo Socioeconómico del Cabildo de Tenerife, Efraín Medina, lo animó a sacar el carné de artesano para dar clase ya que era poca la gente que sabía la técnica y consideraba importante preservarla y enseñarla a las futuras generaciones.

Antonio creía que la artesanía “no daba para vivir” pero le hizo caso y a día de hoy no se arrepiente. “Me siento privilegiado porque vivo de las clases que imparto de roseta y calado, empecé con los ayuntamientos, asociaciones y ahora estoy por toda la Isla”, declara el artesano, natural del barrio de Palo Blanco, Los Realejos.

Sin embargo, cuando se sienta a calar todavía hay muchas personas que le confiesan que es la primera vez que ven a un hombre haciéndolo. Para todas ellas tiene una respuesta inmediata: “tenemos dos manitas y dos ojos igual que las mujeres, de mujeres es parir, de ahí para arriba, todo para todos”, dice con una sonrisa mientras atiende su puesto en la Exposición de Flores, Plantas y Artesanía del Parque García Sanabria, en Santa Cruz de Tenerife.

Le acompañaron un grupo de mujeres, alumnas de sus talleres de la plaza del tranvía, en La Cuesta, Candelaria y San Miguel, porque trasladó sus clases a este espacio abierto, para que todos los visitantes pudieran apreciar el trabajo que requiere hacer un calado o una roseta.

Allí exhibe hasta hoy todas sus creaciones, que incluyen desde objetos tradicionales hasta bisutería hecha con esta última técnica. “El tradicional pañito y el tapete de la mesa han pasado a la historia y es necesario modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos”, subraya.

Tanto el calado como la roseta son dos labores artesanales muy dificultosas que además no rinden porque se necesita mucho tiempo y vista. “Son trabajos costosos que no se cobran el tiempo que inviertes en ellos, apunta.

Para confeccionar una roseta “normal” de 72 alfileres puede tardar 40 minutos, pero luego hay otras a las que les tiene que dedicar entre cinco o seis días, hasta 20 e incluso un mes “trabajando exclusivamente en ello”.

Entre sus alumnos se encuentran muchos varones quienes muestran una gran predisposición a aprender. El hilo y la aguja han contribuido a romper estereotipos y dejar de lado los convencionalismos y tabúes que reinaban cuando él era pequeño y que obligaba a callar a muchas familias.

Cuenta el caso de un señor que hacía unas flores de calado de estilo ‘galleta’. Las repartidoras que llevaban a su casa las telas marcadas para calar siempre se lo encargaban a su esposa, considerada como una de las mejores. Nadie sabía que detrás de ese trabajo perfecto había un hombre y que lo hacía cuando llegaba de trabajar de la platanera.

Además de impartir cursos y talleres por toda la geografía insular, el artesano realejero ha participado en un proyecto en los colegios consistente en llevar el calado y la roseta a las clases de matemáticas. Se trabaja la geometría, la simetría, los diámetros y los ángulos, buscando siempre que los alfileres de los extremos sumen un número lo más divisible posible, por ejemplo 36 o 60.

El catedrático jubilado de Matemáticas en Educación Secundaria y Bachillerato -uno de los artífices de la entonces Sociedad Canaria de Profesorado de Matemáticas Isaac Newton, Luis Balbuena Castellano, también elaboró un estudio de la geometría del calado canario que consiguió el Premio Francisco Giner de los Ríos a la mejora educativa.

Antonio Rodríguez hace hincapié en la importancia de visibilizar la roseta. “Es una artesanía que estuvo desaparecida pese a que tuvo alcance mundial, desde América hasta Croacia y es el único encaje de origen español nacido en Canarias”, sostiene. Por eso, añade, es importante transmitir esta habilidad manual propia del Archipiélago, para que no vuelva a perderse.

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