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Ten-Bel, el paraíso olvidado que busca renacer

Los nostálgicos que añoran la época dorada de la primera urbanización turística del sur tinerfeño, en decadencia desde hace décadas, sueñan con el ‘milagro’ de su resurrección después de algunos movimientos
Ten-Bel, el paraíso olvidado que busca renacer
Aspecto que ofrece actualmente la antigua estación del tren infantil que recorría el parque central, donde existía un minigolf y un recinto acuático para pequeñas lanchas. J.C.M.

Ten-Bel sueña con recuperar una parte de la etapa de esplendor que alcanzó allá por los años 70 y 80. Después de décadas inmersa en un proceso de deterioro imparable, visible en el estado de abandono que presentan gran parte de sus espacios públicos, ya se trabaja en la redacción del proyecto de urbanización con la idea de que esté concluido a final de año, lo que supondrá arreglar el parque de 47.000 metros cuadrados, de titularidad privada, actualmente en ruinas, y las calles aledañas, como adelantó la semana pasada DIARIO DE AVISOS.

Este paso es imprescindible para que el Ayuntamiento de Arona recepcione la urbanización, requisito que a su vez abrirá la posibilidad a la concesión de licencias para nuevas construcciones en otras parcelas de la urbanización, actualmente bloqueadas.

Pero, paralelamente, se avanza con otras medidas tangibles, como son la inversión de 15 millones de euros en la remodelación de los apartamentos Alborada por parte de un fondo americano y la futura construcción de un centro de salud en el edificio de la antigua recepción de Ten-Bel, junto a la torre -el consejero de Sanidad, Blas Trujillo ya ha visitado el local–, donde en la parte superior se trabaja en la construcción de un gimnasio.

Hablar de Ten-Bel es recordar el paraíso que fue. No había otro igual. Veranear en la urbanización turística pionera en el sur de Tenerife simbolizaba el sueño perseguido por cualquier familia tinerfeña en los años 70 y 80. Alquilar o comprar, quien se lo podía permitir, un apartamento en el núcleo turístico de la Costa del Silencio representaba una aspiración anhelada por gran parte de la sociedad tinerfeña.

ESTILO SINGULAR

Un modelo arquitectónico alejado de las construcciones convencionales en altura, con edificaciones tipo bungalós de un par de plantas distribuidas entre amplios espacios verdes, unido a un formidable clima, terreno llano y la proximidad al mar, convirtieron en una apuesta segura la inversión del empresario belga Michel Huygen, después de comprarle los terrenos a la familia Tavío.

Ten-Bel, nombre que surgió de las abreviaturas de Tenerife y Bélgica, era muy distinto al Puerto de la Cruz, la primera ciudad turística de la Isla, y se parecía muy poco a cualquiera de los destinos nacionales que proliferaban entonces por el mediterráneo español, basados en grandes moles de hormigón, que abrían sus brazos a las primeras oleadas del turismo de masas procedentes de Centroeuropa.

Miles de tinerfeños disfrutaron de las vacaciones de sus vidas alojados en algunos de sus complejos de apartamentos: Carabela, Eureka, Géminis, Primavera, Drago, Frontera, Alborada, Bellavista y Maravilla, donde las tertulias y las partidas al cinquillo y al parchís se prolongaban hasta el anochecer en las hamacas de las piscinas entre olores a aceites solares de coco y limón.

Después de la cena, llegaba el momento del espectáculo sobre pequeños escenarios instalados junto a las piscinas, en los que los animadores (los mismos que durante el día organizaban torneos de ping-pong, waterpolo y petanca) desplegaban sus mejores artes escénicas. Una pequeña tarima, un telón y tres o cuatro focos de colores bastaban para arropar al grupo flamenco o al cantante de turno, al ilusionista (Jerarmas descollaba entonces) o al turista que se arrancaba a lo Frank Sinatra luciendo su incipiente moreno colorado, mientras los camareros no paraban de servir sangrías y cervezas entre el público.

Allí, entre las notas de temas como My way, Can’t take my eyes of you o Cabaret se fraguaban amores fugaces de verano tras los pertinentes coqueteos previos en la piscina. Las noches terminaban en las discotecas de El Chaparral o Krystal, esta última situada en los apartamentos Marino, donde los sábados por la noche costaba conciliar el sueño a sus huéspedes por el permanente taconeo al entrar y salir del local.

Piscinas como la de Frontera se cotizaban. Los bañistas disfrutaban del agua climatizada que rebosaba, algo inédito entonces, y del único trampolín de la Costa del Silencio. Superadas las dos horas y media eternas de digestión, se requería de una cierta habilidad para aprovechar la más mínima distracción del vigilante -generalmente alguna de sus rondas- y colarse en la urbanización, dejar la toalla en una hamaca y lanzarse en tiempo récord a la piscina.

PARQUE INFANTIL

¿Y qué decir del minigolf, con hoyos que se escondían en lo alto de una especie de flan o tras una rueda desgastada a la sombra de los sauces llorones entre los olores a carne a la parrilla del restaurante BQ? ¿O del parque infantil que lo circundaba, con un tren que no daba abasto para transportar a tanto niño y niña zigzagueando entre túneles? ¿O aquellos coches eléctricos y el circuito de vehículos a pedales junto a las canchas de tenis? ¿O el lago con las barcas de choque, donde los más pequeños disfrutaban salpicándose unos a otros?
Un tren naranja de dos vagones tirado por un tractor se encargaba de recoger gratuitamente por los complejos de apartamentos a los turistas y repartirlos por toda la urbanización para que estos pudieran realizar sus compras, almorzar, cenar, asistir al espectáculo nocturno de La Ballena o tomar una copa en la zona de El Chaparral o en el centro comercial bajo la torre de Ten-Bel, donde el pub El Rinconcito, de Antonio Durán, marcaba el paso de la noche -aún lo sigue haciendo- a base de sangrías y animadas veladas musicales.

Darse un chapuzón en el mar era otra de las opciones tentadoras. La piscina natural de La Ballena (siempre se ha dicho que es la más grande de Europa), con sus características tumbonas y sombrillas de fibra, resultaba una elección segura. Los dos muellitos de Ten-Bel, a los que se accedía por unas escaleras de vértigo que se descolgaban del espectacular paseo con vistas a Las Galletas, entre Maravilla y La Ballena, así como la costa a los pies de Montaña Amarilla, donde coincidían bañistas y mariscadores de lapas y burgados, eran otros lugares privilegiados, aunque menos seguros para darse un chapuzón por el reboso y las corrientes.

El olor a pan fresco se respiraba desde primera hora de la mañana en el supermercado de El Chaparral. Allí acudía la clientela a una gran cajonera en la que se almacenaba este producto sin demasiadas condiciones higiénicas (el ritual era tocarlo para elegir el más cachonchito).

El supermercado del Marino, del recordado Marcial y su mujer, Petra, era la otra opción en la zona. Entre ambos establecimientos se situaba el quiosco Paco’s Shop, lugar en el que los periódicos locales e ingleses recibían al cliente en la estantería de la entrada. Pan, periódico y agua. Esa era la compra más común en los supermercados por parte de los rusos, como ya se conocía en el Sur al turismo local procedente del área metropolitana.

Las madrugadas eran tranquilas. El silencio imponía su ley, solo alterado por los aviones que enfilaban la pista del aeropuerto Reina Sofía, especialmente los viernes, día en el que el carrusel de entradas se intensificaba, y por los tacones que se acercaban y se alejaban de las discotecas. Pero el sosiego reinaba en aquellas noches veraniegas.

Hoy Ten-Bel, lamentablemente, es una caricatura de lo que fue. Apartamentos enrejados, escombros por los suelos, jardines descuidados y secos, canchas deportivas abandonadas, calles deterioradas, inseguridad… Ese es el panorama que soportan sus residentes y que sorprende al visitante casi medio siglo después de la época dorada. La inacción durante décadas en esta urbanización privada han llevado al edén de los años 70 y 80 al borde del precipicio. Ojalá que los movimientos actuales sirvan para rescatar una parte de la esencia con la que nació un destino por el que llegó a suspirar media Europa. Porque aquella gloria de antaño es hoy melancolía pura.

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