Sánchez ratificó ayer, una vez más, su ya legendaria fama de resistente. Tal como había augurado en una entrevista en exclusiva con DIARIO DE AVISOS, el presidente socialista puede decir a Europa que ha impedido un gobierno con la presencia de la ultraderecha, el principal temor de Bruselas tras lo sucedido en Italia. “El 23J le daremos una alegría a Europa: España frenará a la ultraderecha”, declaró a este periódico el pasado 2 de julio.
Coalición Canaria, que partía en estas elecciones, tras su acuerdo en Canarias con el PP, como virtual sostén de un pacto por la derecha, ahora no tendrá más remedio que ofrecerse al PSOE para sumar su granito de arena a una posible investidura de Sánchez, aunque ello suponga tragarse los sapos de sus recientes diatribas contra el presidente socialista y su gobierno. De este modo, tratará de blindar el gobierno que preside Fernando Clavijo, para asegurarse que el PSOE no le presente una moción de censura. CC conocía bien los riesgos que corría de por sí en caso de que el PP hubiera sumado con Vox una mayoría absoluta y hubiera necesitado la abstención del PSOE, como lista más votada, para evitar un pacto con la ultraderecha: el PP habría tenido que deshacer el acuerdo con CC para facilitar un gobierno del socialista Torres, que venció el 28M.
El sanchismo no ha sido, finalmente, derrotado por el PP de Feijóo. Y la deriva conservadora del 28M, en los comicios autonómicos y municipales, fue abortada en las elecciones generales de este 23 de julio, que pasarán a la historia por corregir el rumbo involucionista que ganaba terreno en Europa, marcando un antes y un después en la cuarta economía de la Unión Europea. Bruselas ayer respiró con alivio cuando todos los indicios parecían barruntar que España sería la siguiente plaza conquistada por la nueva derecha radical que avanza en el continente.
Sánchez, que preside el semestre rotatorio del Consejo de la UE, podrá, así, cambiar el curso de las aguas de la política en Europa. Y, para ello, resulta inevitable tocar en la puerta de Waterloo, donde reside un exiliado Puigdemont diezmado por la justicia, que ante una inevitable vuelta a España para encarar sus cuentas pendientes con los tribunales, tiene la oportunidad de encauzar su vida política al frente de Junts per Catalunya. Los siete diputados de este partido pueden ser determinantes para evitar un bloqueo político en el Congreso.
Ayer, el PP, que consiguió 136 diputados, y el PSOE, que alcanzó 122, sellaron una jornada electoral que pasará a la historia por reñida y paradójica. Nunca un partido como ayer el PP experimentó una victoria tan amarga y ninguno como el PSOE una derrota tan dulce. Al tratarse de unas elecciones generales que, en realidad, enfrentaban a dos bloques, el de derecha contabilizó 169 escaños (Vox obtuvo 33) y el de izquierda, 153 (a Sumar le correspondieron 31). Esto significa que Feijóo y Abascal, juntos, quedan lejos de la mayoría absoluta (176) y que Sánchez tiene opciones de revalidar el Gobierno con los actuales pactos, en una investidura en segunda votación por mayoría simple, e incluso hacerlo por mayoría absoluta de conseguir atraer el apoyo de Junts, que anoche no se lo ponía fácil.
En el nuevo y sorprendente escenario político creado ayer en España, la figura de Alberto Núñez Feijóo queda muy tocada, tras haber apostado por una holgada mayoría (el PP llegó a augurar no menos de 160 escaños en su haber) y reclamar la abstención del PSOE alardeando a priori que sería, con mucho, la lista más votada. Al final, en números redondos, el aspirante popular consiguió 8 millones de sufragios frente a 7,7 millones el candidato socialista. El fracaso del PP hace bueno el refrán de que “no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo”, como ayer espetó Abascal a Feijóo.
El espectáculo sociopolítico vivido ayer en España, en plena euforia de la ola ultraconservadora en Europa requería mayor finura de las empresas demoscópicas. La mayoría de estas erraron en sus pronósticos de brocha gorda, que sirvieron de mera mercancía de uso especulativo al servicio de una burda captación de votos conservadores durante la campaña. Estas elecciones se suman a los fallos históricos de los sondeos en la década pasada cuando se equivocaron en el resultado sobre Trump, el brexit y el referéndum de paz en Colombia.
Las elecciones en España, desde la irrupción de nuevas fuerzas de ámbito estatal, ya no se ganan por mayoría absoluta ni se pierden por la misma razón. El 23J no ha desmentido esta premisa. La mayoría pírrica de Feijóo no le garantiza la investidura (pese a su estéril reclamación en tal sentido) y, en cambio, Sánchez salva su mayor obstáculo, no perder aritméticamente (pues la suma de PP y Vox no alcanza ni de lejos el listón de 176 escaños en un Congreso de 350), y puede intentar, como en ocasiones anteriores, vertebrar una mayoría suficiente para gobernar con distintas siglas del espectro político español. En el peor de los casos, España se vería abocada a celebrar nuevas elecciones generales, con un Feijóo mermado, al que su partido no tardará en cuestionar, y un Sánchez crecido tras superar su peor prueba. A nadie se le escapa que tras esta oportunidad fallida de Feijóo, no tardará en dar un paso adelante su némesis, Ayuso (que ayer vestía de rojo en la tribuna de celebración junto a Feijóo), para hacerse con las riendas del PP y reivindicarse como candidata frente a Sánchez.
La continuidad en el gobierno no deja de entrañar dificultades para el presidente socialista, que, uniendo fuerzas con Sumar, necesitará alcanzar acuerdos con otros partidos sobre un alambre que exige un ejercicio de equilibrismo tratándose de siglas correspondientes a territorios tan espinosos como Cataluña y País Vasco.
El horizonte político español se asemeja al de Francia en 2022, cuando Macron resistió a Le Pen, icono de la ultraderecha europea. Sánchez, como antes se dijo, confiaba en “darle una alegría a Europa”, frenando a la ultraderecha, como vaticinó en DIARIO DE AVISOS.
Esta aseveración traduce en clave europea el significado de la posible reedición de un gobierno de izquierda en España. Representa, en efecto, un freno a la llegada de la ultraderecha a la Moncloa y, a su vez, constituye un dique de contención ante el avance de esa misma ideología en países de la UE como Italia, Suecia y Finlandia, donde ya gobierna. Ante tal dimensión, la fecha de ayer pasa a tener un carácter histórico en el seno de la Unión Europea, en un momento en que esta más necesita motivos de aliento bajo los efectos de una grave guerra a sus puertas.