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María Victoria Diego Fernaud: “Comíamos en la cocina: la mesa del comedor era de los guanches”

La hija del padre de la arqueología canaria, Luis Diego Cuscoy, recorre su figura y narra las experiencias vividas junto a él
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Foto: Horacio González

María Victoria Diego Fernaud no para. Hace croché junto a su hija, Victoria Perera Diego, bajo la atenta mirada de sus profundos ojos azules en su casa de Bajamar, hasta que comienza la entrevista que ha concedido a dos investigadores, Horacio González y Gabriel Escribano, que desarrollan un proyecto de recuperación de la memoria del padre de la arqueología canaria, Luis Diego Cuscoy.

Nacido en Girona en 1907, no llega a Tenerife hasta que tiene 9 años. Estudia para maestro y empieza a dar clase en El Sauzal. No obstante, lo que le haría conocido es, paradójicamente, la aventura que inicia después de recibir el castigo por parte de las autoridades franquistas. En su expediente de depuración, por el que pasaron todos los funcionarios sospechosos al inicio de la dictadura, se dispone que debía ser desterrado dentro de la provincia, en este caso al sur de Tenerife, a la población de Cabo Blanco, e inhabilitado para cargo directivo. Aunque no contaba con ninguna conexión política digna de mención, un artículo publicado el 1 de mayo de 1936, Pueblo y maestros frente a la guerra, y la denuncia de un compañero del colegio de El Sauzal, que aseguraba que no prestaba la suficiente atención al fervor católico de sus alumnos, lo llevaron al municipio de Arona, durante cuya estancia residió en la localidad de Los Cristianos, en la pensión Reverón.

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“Mi padre sería más o menos religioso -explica Maria Victoria Diego-, pero cumplía su obligación. Lo castigaron y eso no se lo perdono a nadie. Ir al Sur en aquella época era el destierro… Había una escuelita en Cabo Blanco, una habitación chiquitita con una ventana a la calle y se quedaba en la pensión Reverón. Cuando íbamos a verlo no era para dos o tres días porque en esa época ir al Sur era un viaje interplanetario… A mí me encantaría volver allí y ver a esos niños, que ahora serán tan viejos como yo”, dibuja intensamente.

Luis Diego Cuscoy escribió en Cabo Blanco el libro Entre pastores y ángeles, una obra en la que narra episodios de la realidad que le rodeaba, además del descubrimiento de una cueva funeraria guanche ya expoliada. algo desgraciadamente frecuente. Hay que tener en cuenta que Cuscoy -si bien tanto Diego como Cuscoy son sus apellidos-, realiza importantes hallazgos arqueológicos, muchos de ellos en el sur de Tenerife. Si se inicia en este trabajo de manera autodidacta en el Roque de Igara, posteriormente excava una de las mayores necrópolis aborigen, la cueva de Uchuva, en San Miguel de Abona, descubierta en 1933 por un cabrero y que, tal y como recoge la prensa de la época, fue expoliada.

“Yo creo que al principio la gente creía que mi padre estaba medio loco, escarbando la tierra. Después ya no. Cuando estaba en el instituto, mis amigas me preguntaban mucho: ¿pero a ti no te da miedo dormir con muertos? A mí no. En mi casa hemos vivido con guanches desde que nacimos”, cuenta María Victoria Diego.

“Aquí no había museo arqueológico -explica. Desde que él empezó a excavar entonces empezó a haber necesidad. Compaginaba las clases con las excavaciones. Aquí no se hacía nada; él fue quien inauguró la arqueología. Creo que en un momento no tuvo suficiente reconocimiento, pero ahora sí”. “Al principio era un chiflado que iba a buscar huesos en las cuevas y después los lavábamos en casa. Me acuerdo de mi madre en la mesa del comedor con todos los restos lavados, buscando encajar las piezas. Él se enseño a sí mismo porque aquí no había nada y la única persona que sabía algo era don Elías Serra Rafols (historiador y arqueólogo). Nosotros aprendimos a verlo y ayudaba la familia. En la mesa del comedor se ponían todos los cachivaches que traía mi padre. En mi casa se comía en la cocina porque la mesa del comedor era de los guanches”, concluye.

Luis Diego Cuscoy realizaría numerosos hallazgos de restos arqueológicos aborígenes. Además de la cueva de Uchuva, que excavó cuando ya había sido expoliada, haría lo propio con el conjunto ceremonial de Guargacho, también en San Miguel, encontrado por el cabrero Salvador González Alayón que, posteriormente, quedó abandonado, se convirtió en un basurero y hoy es un centro de interpretación en el que, no obstante, no quedan restos auténticos, sino reproducciones.

Comenzó a tener puestos de responsabilidad a partir de 1944, primero como auxiliar, después como comisario insular y, finalmente, comisario provincial de excavaciones arqueológicas.

“Cuando Luis Diego Cuscoy inicia su trabajo, en Canarias no hay nadie que haga nada parecido”, explican los autores del proyecto, tanto Horacio González como Gabriel Escribano. “Para todo aquello que se descubre, se llama a Cuscoy”, añaden al recordar que ya en 1958 se inaugura el Museo Arqueológico de Tenerife.

Ambos insisten en que no es casualidad que iniciara la actividad que le haría conocido en la Comarca Sur. “El sur de Tenerife -aseguran- concentra la mayor parte de los yacimientos arqueológicos de Tenerife, principalmente zonas como Rasca o el Roque de Jama, gracias al aislamiento y a la protección. Por eso son las áreas que mejor se conservan”.

“Antes de él fue muy relevante el trabajo de Juan Bethencourt Afonso también, pero, después de él, pasan décadas hasta que Luis Diego Cuscoy empieza con sus excavaciones”, subrayan.

Aunque orgullosa de la labor de su padre, María Victoria Diego Fernaud, no siguió sus pasos y se decantó por estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de La Laguna. “Es lo que se podía estudiar en La Laguna. Yo no hubiera querido estudiar Arqueología porque dormía con los huesos y creo que me saturé por todo lo que había en mi casa”, dice.

“Qué época aquella. Fue una época muy bonita, pero a mí me duele escarbar en las cosas de mi padre, coger las cosas de él y mirarlas. No sé si quedarán muchas cosas suyas que publicar -asegura-, pero yo creo que no”. “Era muy divertido trabajar con él porque éramos niñas y no sabíamos lo que estábamos haciendo, pero lo pasábamos muy bien”.

Habla también de la amistad de su padre con intelectuales de su época. “Con mi padre tuvo mucha amistad Emeterio Gutiérrez Albelo, el poeta. También Serra Rafols y María Rosa Alonso, que era un encanto de persona y con la que se intercambiaba libros. Antes, por las perras, los libros se prestaban y yo era la que traía y llevaba los libros”.

La creación del Museo Arqueológico marcó un hito en Canarias en esta disciplina. María Victoria explica cómo ayudó a su padre en aquella labor: “Mi padre era maestro de escuela, no arqueólogo. Yo era la que tenía un título universitario. Muchas cosas de las que están abajo (en el museo) son joyas pegaditas que hicimos”, explica quien no solo es hija, sino memoria de quien fue el padre de la arqueología canaria.

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