incendio en tenerife

Llanto por el corral de Nicomedes, Añavingo y Chipeque

Cuando el incendio sigue aún muy activo, el primer balance deja tras de sí la destrucción de tres símbolos sociales y ecológicos que han sido pasto de las llamas
Llanto por el corral de Nicomedes, Añavingo y Chipeque | DA

Lamentablemente -el incendio sigue muy activo- todavía sea demasiado pronto para hacer balance del desastre ecológico que hemos vivido y estamos viviendo en la Isla, cuando en apenas cuatro días han ardido más de cinco mil hectáreas y afectado al 2% del territorio insular.

Pero permítanme que al menos, por ahora, me quede con tres símbolos que bien reflejan el daño causado por el fuego -presumiblemente por un o unos pirómanos- justo la noche que la Patrona de Canarias regresaba al interior de la Basílica tras la ofrenda nocturna. Ese 15 de agosto, sobre las 23.30 se iniciaba un pequeño conato en el mirador de Chivisaya, el mismo lugar donde justo un mes antes habían ardido 60 hectáreas. En escasos minutos el fuego pasó de oeste a este y alcanzó a lo largo del día toda la cordillera del Valle desde Arafo hasta Igueste, llegando a traspasar la carretera dorsal a la altura de Las Lagunetas. De ahí en adelante, el fuego descontrolado, impulsado por un gran arsenal de combustible en los barrancos, debido a los episodios de calor extremo vividos días antes, terminó por alcanzar el otro gran valle, el de La Orotava y el viernes regresaba con virulencia a los altos de Arafo para alcanzar las cumbres de Güímar, desde el pico de Cho Marcial hasta Izaña.

En ese recorrido, el calificado como incendio forestal más devastador en los últimos 40 años en Tenerife, empezó calcinando el corral del pastor más viejo de Canarias, aunque ya dispusiera solo de algunos machos, tras retirar las cabras. Se trata del cortijo de Nicomedes Carballo Fariña, el hizo del último pastor de Las Cañadas (Juan Izaña), que con 88 años todavía sigue muy apegado a las cabras, considerándose una más de ellas. Esa noche no estaba allí -lleva tiempo que duerme junto a su mujer Eva en el casco de Arafo- y solo sabe que el corral, echo de palés y bloques, ha pasado a mejor vida, mientras el cortijo permaneció intacto.

Nicomedes critica al Cabildo por el coto que pone al pastoreo e insiste que “las cabras no desconchan la cumbre. Antes pastoreaban en Izaña y estaba lleno de retamas, echaron a las cabras y la retama está seca, la cabra hacía una poda natural y escarbaba para dejar estiércol, algo que se ha perdido”, sentencia.

Muy cerca de allí se encuentra uno de los parajes naturales más impresionantes de Arafo y de Tenerife, el barranco de Añavingo. En principio no corría peligro, por cuanto el fuego el primer día en dirección Igueste, pero por la noche cambió todo, cuando se reavivó el viento en el barranco de San Pedro y al siguiente día alcanzó al tesoro de la biodiversidad que representa Añavingo, que entre otras joyas guarda una especie endémica exclusiva, el cabezón de Añavingo (Cheirolophus metlesicsii). Al menos queda el consuelo que el alcalde, Juan Ramón Martín, previsor, accedió al barranco la tarde del día 16 y trasladó la pequeña imagen de San Agustín de las Madres hasta la iglesia San Juan Degollado. ‘San Agustino’, como se le reconoce, mora en una pequeña cueva del escarpado barranco desde el siglo XVIII, cuando Juan Hernández Santiago pidió llevar la imagen de San Agustín con la esperanza de que el santo intercediera en la recuperación del naciente de agua, tras el desprendimiento que lo dejó sepultado cinco años antes por la erupción del volcán Las Arenas. Y se obró el milagro y así cada cuatro años se programó venerar al santo que hizo posible el resurgir de un pueblo.

Y fuera del Valle, la segunda noche del incendio, cuando ya atravesó la dorsal, el fuego alcanzó el mirador de Chipeque, parada obligada a 1.800 metros de altitud en la subida al Teide, para tomar idílicas fotografías, con puestas del sol o mar de nubes. Esa foto podrá seguir tomándose, pero el decorado ya no será el mismo en años.

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