A principios de 1980, un reproductor VHS costaba 160.000 pesetas (unos 960 euros). Era muchísimo dinero, más en una sociedad que, poco a poco se sacudía la dictadura en lo social y lo económico. Fue en esa época cuando surgió el vídeo comunitario, ampliamente extendido en los barrios populares canarios, convirtiéndose en todo un acontecimiento familiar. Muchos esperábamos ante la televisión qué película tocaba ese día.
Es cierto que no se podían elegir las películas, tocaba esperar a ver qué daban. También es verdad que muchas veces las mismas se repetían, pero todo aquello tenía encanto para los niños y niñas de los 80 que, con los ojos como platos, esperábamos ante una pantalla con letras blancas sobre fondo azul que les ofrecía el título de lo que iban a ver.

¿Cómo funcionaba el vídeo comunitario?
El concepto del vídeo comunitario era realmente sencillo. Los videoclub de la época instalaban un aparato para reproducir VHS y emitían allí varias de las películas de las que disponían. Conectado por cable a las viviendas de un edificio, bloque o comunidad de vecinos, en las viviendas que pagaran el servicio podían verse aquellas producciones que aún no habían llegado a la televisión (solo existía TVE), por lo que resultaba muy atractivo. Era como el Netflix actual, pero sin la posibilidad de elegir.
Dentro del universo de los vídeos comunitarios había de todo. Los precios oscilaban mucho. Por ejemplo, en el barrio santacrucero de Somosierra el coste al mes era de 500 pesetas, que luego llegaría hasta 1.000, y la emisión de películas tenía un horario. Se emitían mañana, tarde y noche (estas últimas solían ser las más populares, muchas veces recién llegadas a alquiler).
En otros lugares las películas eran emitidas en bucle, con muchas repeticiones de las mismas producciones, aunque algunos vídeos comunitarios, sobre todo de pueblos, llegaron a tener hasta sus programas propios. Eran grabados y luego emitidos. Es cierto que nunca se emitían las grandes superproducciones, porque entonces no eran alquiladas en el videoclub, pero este sistema revolucionó el entretenimiento en los años 80.

La primera piratería con el cine
Pero, claro, el vídeo comunitario era alegal. No había legislación al respecto y es cierto que en un primer momento se llevaba casi con cierta clandestinidad, pero tras su boom, a mediados y finales de la década de los años 80 llegaron las denuncias y la preocupación de algunos sectores.
El vídeo comunitario pasó de los videoclubes de barrio a ser auspiciados por empresas más grandes, en los que se llegó a profesionalizar, por decirlo de alguna manera, todas aquellas emisiones. Se emitieron películas mejores, con un horario mayor y los precios se dispararon, llegando a las 7.000 pesetas al mes. En Andalucía, por ejemplo, hasta 500.000 hogares estaban conectados a este sistema.
Eso provocó que los cines comenzaran a vaciarse y los videoclubes vieron mermado su alquiler tras haber perdido el monopolio de la actividad. Las cifras a nivel nacional eran descomunales: los empresarios del sector aseguraron haber creado 8.000 puestos de trabajo directos con un negocio de “cientos de millones de pesetas”, por lo que las denuncias no tardaron en llegar.
El Supremo se pronunció en enero de 1987 considerando que las emisiones de vídeo en comunidades de vecinos a través del cable “son acordes con la Constitución y que su práctica es distinta” de las emisiones de televisión. “El Supremo considera que el vídeo comunitario no es televisión, sino algo distinto ya que no consiste en emitir o transmitir a distancia imagen y sonido. Este sistema no lanza ondas radioeléctricas ni de ningún otro tipo al espacio, ya que para sus emisiones utiliza una conexión física dentro de un edificio o grupo de ellos, en una zona acotada”, señalaba El País el 28 de enero de aquel año.
Todo lo que empieza tiene un final…
Si los barrios populares tenían miles y miles de abonados y el sistema era legal: ¿por qué acabó el vídeo comunitario? Por una ley, la de Ordenación de las Telecomunicaciones (LOT), que había fijado un plazo con fecha límite en diciembre de 1988. Según teknoplof.com, las empresas de vídeo comunitario tenían que “adaptarse a emitir programas dentro de las manzanas de casas en las que no haya que atravesar zonas de dominio público”. Tener que cortar los cables que iban a las viviendas dejó al vídeo comunitario herido de muerte.
Muchas de las compañía creadas comenzaron a cerrar, justo cuando la estimación en toda España era de que unos tres millones de hogares disponían de vídeo comunitario. La Asociación de Empresarios de Vídeos Comunitarios (Avideco) pidió una moratoria de 18 meses, pero la respuesta del Gobierno fue negativa. Los reproductores VHS comenzaron a bajar de precio, a ser ofertados en venta a plazos, lo que acabó por terminar con nuestro propio Netflix, aquel que, de tan simple, nos sigue pareciendo tan genial.