El castillo de Los Realejos, una joya poco conocida de Tenerife, emerge majestuoso entre las historias de la isla. Aunque su construcción es relativamente reciente, su presencia ha sido testigo de importantes acontecimientos del siglo pasado, destacándose en la “zona del Castillo” cercana a la autopista TF-5.
Su origen se remonta a la ambición del Conde de Orea, Renshaw, un personaje notable que buscaba simbolizar su poder a través de esta imponente estructura. Más tarde, el científico inglés Robert Holford Macdowall Bosanquet adquiriría el castillo, convirtiéndolo en su residencia junto a su mayordomo Cecil Bisshop y otros empleados.
Pero es en los relatos de la Segunda Guerra Mundial donde el castillo adquiere una fascinante dimensión histórica. Durante aquellos turbulentos años, Canarias se convirtió en un punto estratégico, atrayendo la atención tanto de alemanes como de ingleses. Se rumoreaba sobre la colaboración entre Franco y Hitler para mantener la neutralidad de España a cambio del control de las islas.
En ese contexto, el misterioso doctor alemán Wilhem Von Weikman habitaba el castillo, despertando sospechas con sus actividades discrecionales. Testimonios de la época sugieren la presencia de equipos de radio y antenas, alimentando especulaciones sobre posibles actividades clandestinas.
Tras la partida de sus ocupantes, el castillo conservó su aura de misterio. Se cuenta que sus propietarios lamentaron la desaparición de valiosos muebles, incluyendo un órgano diseñado por Bosanquet.
Hoy en día, el Castillo de Los Realejos se erige como un lugar para eventos, especialmente bodas. Con sus extensos jardines y salones, ofrece un escenario único para ceremonias, banquetes y bailes, tanto en su interior como en sus amplias terrazas. Una oportunidad única para sumergirse en la fascinante historia de este emblemático lugar de Tenerife.
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