Por el corazón del Parque Rural de Anaga corre savia nueva gracias a jóvenes que, como Ruymán Rojas, deciden no abandonar el lugar en el que han nacido para trasladarse a núcleos urbanos donde poder encontrar trabajo o tener al alcance más actividades de ocio, propias de su edad.
A sus 22 años, Ruymán ha crecido entre montañas y naturaleza, las que rodean su caserío natal en Roque Negro y donde sus padres construyeron una casa en terrenos familiares, en los que el joven agricultor pasó muchas horas de pequeño jugando con sus pocos amigos de la escuela rural ubicada en este enclave de la Reserva Natural de la Biosfera.
Entre el monteverde y las huertas, la familia de Ruymán ha trabajado en estas tierras desde hace generaciones, cultivando el terreno, cuidando el ganado y aprovechando los frutos del monte como medio de sustento económico y de forma de vida. Pero a él y a su hermano les tocó otra época, donde la agricultura ya no es un oficio necesario para comer y donde las necesidades del pasado forman más parte de la historia oral de estos caseríos, en los que actualmente residen mayores.
El joven explica que su pasión por el campo viene por parte de sus abuelos, que le hicieron transmisor de sus experiencias, vivencias y conocimientos de lo que fue este lugar no hace muchas décadas. “De mi padre aprendí lo que significa vivir en comunidad y respetar y ayudar a los vecinos, pues, desde niño, colaboraba con él, organizando actos y eventos en el caserío, además de buscar soluciones a los problemas que, casi a diario, sufren los residentes”, comenta Ruymán.
Actualmente, compagina sus estudios con actividades vecinales y, sobre todo, con la agricultura, que se ha convertido en su verdadera pasión y que desarrolla junto a su familia, amigos y vecinos. Entre batatas, papas y hortalizas, Ruymán es feliz a pesar de que, en este entorno rural, la vida no resulte fácil para alguien de su edad.
“Residir aquí, alejado de la ciudad, se hace complicado, sobre todo para ir a estudiar, pues hay que madrugar, esperar a la guagua en medio de la carretera oscura, recorrer una hora de camino por carretera de montaña y lo mismo para regresar a casa”, explica. Pero, pese a este sacrificio, su mundo de naturaleza le compensa.
Sin jóvenes como Ruymán, quizás las tradiciones y costumbres de estos pequeños y alejados caseríos de Anaga no tendrían futuro, pero él es garante de su supervivencia.