Gloria Contreras González nació el 19 de abril de 1919 en el Puerto de la Cruz pero vivió en Garachico, Los Silos, La Laguna, Santa Cruz de Tenerife y luego su fe religiosa la trasladó a diferentes destinos de España.
Su vocación nació en gran parte motivada por su padre, un hombre adelantado para su época, que se esforzó para que sus hijas mujeres estudiaran, y casi de forma inconsciente, para garantizarle un futuro.
La hermana Gloria o Madre Contreras, como la conocen en la congregación religiosa Pureza de María, lleva la fe implícita en su vida, sin necesidad de defenderla con argumentos teóricos repetitivos sino con hechos cotidianos que demuestran que la decisión que tomó hace décadas fue la correcta.
Es ante todo, una mujer culta e informada. A sus 105 años habla con una claridad envidiable, se interesa por la política, sigue siendo una apasionada de la lectura, y utiliza perfectamente el teléfono móvil. En una época en la que los estudios de la mujer se limitaban a costura, dibujo y piano, ella terminó Magisterio, Química y se ordenó religiosa.
No tuvo una vida fácil. Era muy pequeña y única hija cuando falleció su madre. Su padre, que trabajaba en la casa Fyffes, la envió a vivir con su abuela en Los Silos hasta que se volvió a casar y tuvo cuatro hijos más, tres mujeres y un varón. Cita con precisión cada una de la calles en las que habitó la familia: Blanco, Pérez Zamora, “la que está paralela a la Plaza del Charco” -matiza- e Iriarte.

Esta última fue su domicilio hasta que “por cuestiones políticas de la época se fueron a Garachico”, indica. Nunca supo el verdadero motivo porque su progenitor “era muy conciso y no daba explicaciones si no era estrictamente necesario”.
Le ofrecieron administrar todas las propiedades de la Marquesa de Villafuerte y se fueron. “Ocupamos una casa que daba justo al campo de fútbol, me asomaba a la ventana y veía la calle”, apunta. La misma en la que falleció su hermano pequeño al ser atropellado por un vehículo mientras jugaba con las niñas que vivían enfrente. Aun recuerda el dolor de su padre, “que quería un varón después de tantas mujeres”.
Como en la Villa y Puerto no había bachillerato, Gloria estudió en el municipio vecino de Icod de los Vinos. “Subía y bajaba todos los días en la guagua, cuando las carreteras no eran como ahora, pero no me importaba, era feliz”, confiesa.
Llegó hasta cuarto curso de los siete de entonces, interrumpidos porque en plena Guerra Civil a los profesores los llamaban a luchar en el frente. Para continuar sus estudios volvió a mudarse, esta vez, a La Laguna, con su tía Ángela, una hermana de su padre.
Al poco tiempo se estableció la prohibición de la enseñanza mixta, razón por la cual las mujeres debían trasladarse a Santa Cruz mientras los varones permanecían en la Ciudad de los Adelantados. En la capital vivió un par de meses con unos amigos de la familia, esperando que llegara su tía Rosa para acompañarla hasta que culminara el bachillerato. Pero la manutención se complicó y su progenitor contactó con las monjas de La Pureza dado que los colegios religiosos fueron los que mantuvieron la oferta de educación secundaria para mujeres jóvenes. Al año siguiente, ingresó como interna y supone que fue allí donde nació su vocación religiosa, porque “nunca antes se le había pasado por la cabeza”.
Terminó el bachillerato y se preparó para el Examen de Estado, “una prueba durísima que abarcaba todos los conocimientos de primero a séptimo curso, con dos tribunales y presidida por profesores de la universidad”, rememora.
Lo aprobó con muy buena nota y se quedó unos meses en La Laguna estudiando Farmacia hasta que un día su padre la llamó -recuerda que estaba al lado de su cama- y le preguntó: “¿Tú para qué quieres estudiar farmacia si yo no te puedo poner una?”. No supo qué contestarle y dejó la carrera.
Ya entonces pesaba más su fe en dios así que aprovechó que un grupo de religiosas se embarcaba para Mallorca y se fue con ellas. En la isla comenzaron “en realidad” sus estudios, terminó el noviciado y la carrera de Magisterio y se enteró del fallecimiento de su padre.

Le ofrecieron estudiar Química en Valencia y no lo dudó. Al finalizar la carrera, regresó al colegio La Pureza de Santa Cruz de Tenerife, donde dio clases durante once años. Más tarde fue nombrada por su congregación consejera, un cargo que le permitió viajar por Latinoamérica. “Fui a Bolivia, Nicaragua y un poco menos a Caracas”, añade orgullosa. Y también perfecta general de estudios, una especie de responsable de educación de todos los colegios. Fue en esa época cuando conoció a la hermana Marta Monfort, quien estaba acabando su carrera de Biología y con quien años más tarde coincidió cuando ésta estaba de directora en el colegio La Pureza de Los Realejos y la recuerda como una mujer “muy justa y muy clara en sus explicaciones”.
Trabajaron mucho juntas y a día de hoy son inseparables. Ambas viven en la comunidad que tiene la congregación en el colegio de Los Realejos. Jugar al rummy forma parte de la rutina de ambas. Cuatro partidas en una hora y si les da tiempo, cinco. “Ella me domina a mí porque tiene más vista y más rapidez mental. La cabeza tiene sus frenos a los 105 años”, bromea.
Además de los actos de comunidad, entre sus hábitos diarios también está hablar por teléfono por la tarde con su hermana -la única que sigue viva- y sus amistades, y leer, desde el periódico hasta libros. Le gusta estar actualizada en política “aunque estamos en un momento raro”, espeta. Algunas veces, sin darse cuenta, cambia de ejemplar porque encuentra otro que le llama más la atención. Los marca y los subraya.
Es inevitable preguntarle por el papa Francisco. “Yo lo quiero porque encuentro que va a lo esencial del tiempo que vivimos y trata de actualizar cosas que están anquilosadas. Creo que por lo menos intentará hacer los cambios que necesita la iglesia Católica, pero debe estar ayudado de otras personas, potentes intelectualmente y que sean verdaderamente cristianas. A veces puede acertar más y otras menos, pero ahí no llego”.
Sus exalumnas todavía la visitan, meriendan con ella y celebran su cumpleaños.
Sus 105 años y una vida de fe no tienen para Gloria Contreras ningún secreto. “En todo caso se lo atribuyo a nuestro señor, porque yo no he hecho nada de particular”, sostiene.