Por Rafael Balbás. | A principios del siglo XV, varias colonias de leones marinos observaron la llegada de extrañas naves normandas a aquel islote de no más de 6 kilómetros cuadrados cuajado de dunas al noreste de Fuerteventura. Los hombres del explorador y conquistador Jean de Béthencourt no se calentaron la cabeza cuando nombraron como isla de Lobos a aquel paraje que creían virgen de presencia humana. Algo similar ocurrió en el siglo I a.C. cuando el rey númida Juba II y sus marineros alcanzaron las mismas latitudes.
En aquel archipiélago africano no vieron rastros de vida más allá de enigmáticos templos y poblados abandonados donde moraban jaurías de perros. Estas bestias no se separaron de los marinos que acabaron llamando Canarias al archipiélago. Según el historiador romano Plinio el Viejo, aquellas islas Afrotunadas del poeta Ovidio estaban a cinco días de navegación desde Gades (Cádiz). Aquella antigua ciudad estaba poblada por comerciantes de origen fenicio y cartaginés, pueblos orientales que dominaron uno de los productos de lujo más preciados de la Antigüedad y equiparable al oro y las joyas: el color púrpura.
En el año 2012 un grupo de turistas descubrió junto a una de las playas de la Isla de Lobos una extraña colección de cerámica que resultaron proceder de la vieja Hispania. Junto a aquellos fragmentos se ocultaban decenas de miles de restos de conchas que escondían el secreto de la púrpura, un bien tan selecto y simbólico que llegó a estar reservado a dioses y emperadores. Además, el islote de Lobos es hasta el momento el yacimiento romano más al sur del mundo.
El uso de la púrpura es conocido desde la Edad del Bronce y se han documentado talleres de púrpura por todo el Mediterráneo. Helena de Troya aparece en la Iliada de Homero tejiendo una tela de ese color y un mito cuenta que Hércules descubrió el secreto al ver a su perro masticar unos moluscos en la playa mientras se le formaba una mancha rojiza. Esta mancha era producida por las glándulas branquiales del molusco murex brandaris que tenía que ser triturado en masa para conseguir aquel color. En las fuentes clásicas se afirma que se necesitaban cerca de 1000.000 de estos bichitos para teñir un solo kilo de lana.
Las telas teñidas de púrpura solo podían ser pagadas por nobles, reyes y ricos personajes y senadores que, además, solían reservarlas para momentos especiales o realizar ofrendas. Sobre el siglo I d.C., quedó muy asociado a los emperadores de Urbs que para gobernar debían “tomar la púrpura”. En el año 313, cuando Constantino el Grande permitió el cristianismo en Roma, la Iglesia que tanto había criticado aquel color por su ostentación, lujo y depravación, no tardó en sacralizarlo y vestir a sus obispos y cardenales con él.
Moluscos en los confines del Imperio
Durante cerca de cien años, entre los siglos I a.C. y I d.C., varias naves cargadas con suministros, comida, materiales y trabajadores desembarcaban en el islote de Lobos. Enseguida procedían a ir a la caza de los moluscos Stramonita haemastoma (de los que también se extraía la glándula), usando mejillones como anzuelo y cuando la marea lo permitía.
Actualmente se han excavado dos concheros de los seis documentados y se conocen el mismo número de edificios en forma de L. Su finalidad aún no está del todo clara aunque se piensa que podrían servir como almacén y para guardar herramientas. Por el momento se han documentado 184.507 ejemplares de moluscos machacados, suficientes para teñir 26 kilogramos de tela.
Tras su pesca manual o con nasas, se colocaban en una roca machacarlos y, mediante pinzas y herramientas metálicas se extraían las glándulas que se dejaban macerar en piscinas con agua salada y alcalina durante una semana hasta que alcanzaban aquel color reservado al poder y los dioses. Se trataba de un taller pequeño, uno de los tantos que contó el Imperio romano pero sí que era el más alejado que controlaban.
“Los registros materiales de Lobos muestran una diversidad inusual para lo que es habitual en los talleres de púrpura, aspecto que solo se explica por su lejanía respecto al origen de la empresa, probablemente Gades”, explica María del Carmen del Arco Aguilar, del departamento de Geografía e Historia de la Universidad de La Laguna y autora principal estudio Romanos en Canarias. Una visión del taller de púrpura del Islote de Lobos publicado en el volumen Actualidad de la Investigación Arqueológica en España publicado por el Museo Arqueológico Nacional.
Entre este material inusual destacan gran cantidad de cerámica y ánforas para el transporte de aceite bético, salazones gaditanos, vino y salsamentas para abastecer a los trabajadores en los confines del Imperio que comían con vajilla de cocina común. En la excavación de unos de los basureros del taller se encontraron también restos de ovicápridos y cerdos, transportados vivos junto a la tripulación y dejados sueltos por el islote.
“Esta es una parcela de gran interés, pues las hipótesis sobre su aprovisionamiento abarcan una gama que va desde su integración en la carga de los barcos en el punto de origen, en cualquiera de las escalas africanas o ya en tierras canarias”, explican las autoras.
Ballenas, lobos y ¿esclavos?
¿Cómo se justifica este despliegue de medios para abastecer un taller de púrpura pequeño, lejano y no muy productivo? Quizá porque, además de fabricar el pigmento, también se dedicaban a la pesca y caza de ballenas y lobos marinos, tal como desmuestran los restos de redes, anzuelos, arpones, osamentas y espinas localizadas en los basureros. Sin embargo, aún no se han encontrado restos de piscinas de salazones y conservas por lo que quizá pescasen y cazasen para mejorar su dieta.
Pero aún hay otra forma de abaratar costes en aquellas costosas expediciones estivales que regresaban a tierra firme: la mano de obra esclava. La última investigación sobre ADN antiguo de Canarias publicada por la revista Scientific Reports y realizada por Vicente Cabrera, del grupo de Bioquímica, Microbiología y Genética de la Universidad de La Laguna apunta esta hipótesis.
Los comerciantes gaditanos que manejaron el yacimiento quizá comprasen o capturasen esta mano de obra en las costas del actual Marruecos, donde existían talleres de púrpura dirigidos por Juba II, el mismo rey númida que Plinio Viejo afirmó que descubrió las Islas Afortunadas. De una forma u otra, los romanos se fueron a finales del siglo I d.C. y las poblaciones bereberes colonizaron el archipiélago poco después.