Nunca es tarde para aprender. Ésa es la consigna con la que Martina González Bacallado, más conocida por Enedina, de Guamasa, y Eugenia Rodríguez Melián, de Pedro Álvarez, acuden a sus 95 años cada semana a las aulas adscritas al Centro de Educación de Personas Adultas (CEPA) de la comarca Nordeste de Tenerife.
Se conocieron el pasado 31 de octubre en una jornada de convivencia celebrada en Tejina, en la que ambas fueron reconocidas por su tesón y dedicación. Tienen muchas cosas en común. Enedina nació el 12 de noviembre de 1924 y Eugenia, dos días más tarde. Se trata de mujeres con carácter que se han hecho a sí mismas, han trabajado y se han tenido que buscar la vida como han podido para cuidar y poder sacar adelante a sus hijos. Y, una vez llegaron a una fase más “tranquila” de su vida, se han empoderado para aprender a leer, escribir y hacer las cuentas, pues el saber no ocupa lugar.
“Nadie las obliga a acudir, lo hacen con gusto, y llueva, haga frío o calor, siempre están ahí porque quieren aprender cosas nuevas y le gustan los retos”, señala Inmaculada, una de sus profesoras. Como alumnas, las califica de “excelentes; además, tienen una gran cabeza, leen perfectamente, les gustan las matemáticas y controlan muy bien sus cuentas”, recalcó.
Enedina González vive en Guamasa y acude cada semana al colegio Santa Rosa de Lima, donde coincide con otros compañeros. Recuerda que no pudo ir al colegio de pequeña y toda la vida se la ha pasado trabajando en la casa. A los 6 años, perdió a su madre y su padre se casó posteriormente. De su madrastra no guarda buenos recuerdos. En el segundo matrimonio, tuvo seis hijos “y mi hermano y yo sumábamos ocho. Mi madrastra no quiso que ninguno aprendiera y fuera a la escuela, como ella no sabía…”, lamenta.
Así pasaron los años trabajando en la casa hasta que, con 20, se casó. Con 22, perdió a su primer hijo, pero, a los 26, le nació el segundo. A los 30, llegó el tercero y, con 32, nació la hembra. Cuando tenía 42, llegó su hijo más joven. Atendiendo a su marido, la crianza de los hijos y el trabajo en el hogar, Enedina González tampoco tuvo la oportunidad de estudiar.
Pero hace 30 años, se quedó viuda y cambió su mentalidad. “Firmaba con la huella de los dedos y me daba una rabia… Así que decidí aprender a escribir mi nombre. Así estuve en mi casa cerca de un año escribiendo mi nombre, hasta que aprendí”, lo que impulsó que quisiera seguir educándose.
“Me apunté en la escuela de adultos, donde me tocaron unos profesores que son una maravilla y nos enseñan”. “No sé si he aprendido mucho -señala-, pero sé poner mi nombre y no se ríe nadie de mí. Además, me gusta preguntar cuando no sé una cosa y, aunque me dicen para qué quiero seguir a los 95 aprendiendo más, yo les digo que el saber no ocupa lugar”.
Asistir todas las semanas a Santa Rosa de Lima le acerca más sus vecinos y amigas, y reconoce que “ayuda a vivir, es hacer algo distinto, parece que no, pero estar en la casa haciendo las mismas cosas no es bueno”.
Como ya no puede caminar mucho, agradece a su nuera que la lleve y la recoja cuando va a clase y esté al pie cuando la necesita. “Voy a la escuela a aprender, a pasar el rato y porque así salgo de casa”. Además, se siente más fuerte y segura, “una pena que ahora que sé leer y escribir y tengo una cierta libertad, ya a mi edad no consiga un novio que me quiera (ríe)”.
“Me faltaban letras”
Eugenia Rodríguez, que escuchaba la conversación, reitera que a ella tampoco la han querido “los hombres, Enedina, y tampoco se deja uno querer”.
Nació y vive en Pedro Álvarez, de donde no se quiere ir. Reconoce que, “de pequeña, fui a clase, pero jugaba más que estudiaba. Además, mi padre era guarda de monte y me tocaba llevarle la comida desde mi casa hasta donde trabajaba. Después, tenía que coger la hierba para la vaca, amarrar la cabra al manchón y la escuela fue perdiendo interés”. “Conocía las letras y escribía algo, pero, cuando intentaba leer, no podía porque me faltaban la mitad”.
Eugenia Rodríguez también se casó joven (a los 22) y dos años más tarde llegó su primera hija; a los 26 años, la segunda, y a los 28, el tercero. Hace 59 años, nació su cuarto hijo y, cuando tenía 39 años, el último. A los 46 años, se separó de su esposo y, “para dar de comer a mis seis hijos, tuve que trabajar donde saliera faena, ya fuera coger y juntar papas, amarrar trigo, segar hierba, todas las labores del campo”. Recuerda jornadas interminables de peonada en las fincas de los Vandewalle, de Gortázar o de Lorenzo Fuset (el que decían que era secretario de Franco durante la guerra), y, luego, en casa hacer las labores de lavar, fregar, planchar…
Con el ejemplo de su madre y su abuela, a los 50 años Eugenia comenzó a pagar el sello o cartilla agraria (la cotización a la Seguridad Social), así pudo tener una prestación de jubilación.
Con una vida tan dinámica, sus hijos la animaron a seguir haciendo actividades. “Entonces empecé a acudir Centro de Mayores de Tegueste donde entre otras actividades, salía de excursión, de viaje, mejoró mucho mi vida”, reconoció.
Además así “empecé a ir a clase con doña María Melián que además era familia, pues mi madre y la de ella eran primas hermanas. A partir de entonces, se puede decir que comencé a valerme por mí misma. Me gustan los números, hacer sumas y restas”, aunque reconoce que “leer no me gusta mucho, no soy de las que me guste leer libros”. Así que durante muchos años su rutina ha sido después de hacer la comida y otras labores de la casa bajar a clase Tegueste “y así me espabilé y mantengo la mente despierta”, (Ríe). Ahora ha dado importancia a todo lo que no pudo aprender antes.
450 alumnos
El Centro de Educación de Personas Adultas (CEPA) de la Comarca Nordeste cuenta con unos 450 alumnos inscritos y, además de su sede en Tejina cuenta con 11 aulas externas que se reparten en tres municipios: Punta del Higaldo, el Pico, Valle de Guerra, Tegueste, Pedro Álvarez, El Socorro, El Portezuelo, Guamasa, Carboneras, Los Batanes y Roque Negro.