La tragedia acaecida ayer en La Gomera inevitablemente trajo a la memoria una aún más terrible que acaeció allá por 1991 en Tenerife, concretamente en la zona de El Bailadero (Macizo de Anaga) y en la que tristemente perdieron la vida un total de seis personas, mientras que otras cuatro sufrieron heridas de distinta consideración.
Lo que une a ambos accidentes son dos circunstancias que, en principio, no parecen admitir discusión.
La primera es que las vallas exteriores que protegían ambas y cuya función es evitar precisamente que un vehículo caiga al precipicio resultaron claramente ineficaces vistas las consecuencias en ambos casos, por cuanto las dos guaguas rodaron ladera abajo, que es justo lo que se pretende evitar.
Y la segunda es, con carácter mucho más genérico, radicar en resaltar el mayor riesgo que tanto para residentes como turistas supone circular por este tipo de vías en íslas como -en este caso- Tenerife y La Gomera, cuya singular orografía obliga a que los vehiculos transcurran al borde de semejantes desniveles dado lo abrupto de las mismas, y ello sin duda es un factor que debería tenerse en cuenta por parte de las autoridades.
En cuanto a lo acaecido en 1991 en Anaga, tuvo lugar en un aciago día de finales de septiembre cuando la guagua de transporte regular que cubría la ruta entre San Andrés y Taganana se cruzó con otra de excursionistas y, por motivos que no constan, también acabó despeñándose desde unos 60 metros de altura, causando así tan funestas consecuencias.