Cuando Canarias pudo ser inglesa

En tiempos de ‘brexit’, la historia muestra las intensas relaciones entre las Islas y Gran Bretaña, algunas bélicas y la mayoría pacíficas, económicas; incluso una oferta isleña de anexión a la corona británica
La batalla de La Gesta en 1797 ha sido recreada en numerosos cuadros desde entonces, como el que ilustra este reportaje. DA

Ahora que los británicos han decidido abandonar la Unión Europea, el conocido como brexit, es un buen momento para echar una rápida ojeada a la historia de Canarias y descubrir que las Islas pudieron ser inglesas. Aunque tal posibilidad nunca se hizo realidad, lo cierto es que, de algún modo, Gran Bretaña puso una pica en el Archipiélago, por la vía de las relaciones comerciales y de turismo, que desde los años sesenta del siglo XX adquirió ya carácter masivo, pues cuatro millones de sus ciudadanos pasan cada año sus vacaciones en el archipiélago canario. Sus piratas y corsarios se fijaron en Canarias cuando eran lugar de paso del tráfico de riquezas del imperio español en América a Europa. Atacaron diversos puntos de las Islas desde el siglo XVI, intensificados en el XVIII. Nombres como Francis Drake, John Hawkins ,Walter Raleigh, Woodes Rogers, John Jennings o Charles Windon forman parte de esas escaramuzas.

Pero el intento de invasión a gran escala, directamente por la Armada Británica, fue el ocurrido en Santa Cruz de Tenerife, con el ataque de la flota al mando del almirante Horacio Nelson en julio de 1797. Traía el invasor 9 navíos de guerra y 3.700 soldados. Las defensas isleñas se componían de 1.600 hombres, incluyendo milicianos. En una batalla épica, conocida como la Gesta del 25 de Julio, los tinerfeños repelieron la ofensiva, y Nelson, herido, capituló. A su retirada se le puso alfombra de oro, ya que las autoridades de la Isla eran conscientes de que si los británicos hicieran un segundo intento con una flota mayor, una segunda gesta era muy complicada. Por eso aquella cortesía de una cena y un desfile de despedida a los ingleses, algo que incluso no comprendieron algunos lugareños. Lo valiente no quita lo cortés, y Santa Cruz de Tenerife tiene una calle dedicada al almirante inglés, casi una leyenda, al mando de la potencia naval más importante de su época, pero que aquí halló su derrota.

De este episodio surgió, en el siglo XX, una frase que se ha hecho popular, y que escribió el crítico literario Domingo Pérez Minik, cofundador de la célebre revista vanguardista Gaceta de Arte: “Los dos principales errores de la historia de Canarias fueron no dejar entrar a Nelson y dejar salir a Franco”, el comandante general de las Islas, quien se fue a dar un golpe de Estado, que acabó en guerra civil y en cuarenta años de dictadura.

Placa dedicada a la Junta Suprema en La Laguna. DA
Placa dedicada a la Junta Suprema en La Laguna. DA

Precisamente fue Franco, en 1940, quien hizo oídos sordos y con evasivas en Hendaya al ofrecimiento de Hitler para destacar su ejército en Canarias, durante la II Guerra Mundial, aunque su objetivo era invadir el Archipiélago, por su interés geoestratégico. Era la Operación Félix.

Canarias fue apetecida también por Gran Bretaña en esos años. Los ingleses, gobernados por Winston Churchill, también planeaban apoderarse de, al menos, Gran Canaria y Tenerife, en la Operación Pilgrim. Sus objetivos: atacar el puerto de La Luz y Gando hasta conseguir su control y someter ambas islas.

Pero no habían pasado muchas décadas desde el ataque de Nelson cuando el plan partió precisamente desde Canarias y de canarios. Durante la ocupación de España por las tropas francesas en 1808, al mando de Napoleón, la Junta Suprema de Canarias planeó independizarse de la corona española para convertirse en protectorado británico, integrarse en los Estados Unidos, en el imperio del Brasil o en la América hispana, según ha contado el historiador Manuel Hernández. Las clases dirigentes de esa época en las Islas estaban lideradas por el marqués de Villanueva del Prado, Alonso de Nava y Grimón. La opción anglófila se abrió paso y fletó un barco hacia Gran Bretaña para negociar con el Gobierno británico, aunque se frustró porque el navío fue hundido, según relata el historiador en un libro. Pero no fue necesario ni una invasión militar ni una voluntaria integración canaria en la Corona británica para que ambos territorios mantuvieran unas intensas relaciones. El comercio y el turismo bastaron.

Numerosas compañías británicas del tráfico marítimo se establecieron desde el siglo XIX en los puertos de Las Palmas y en Santa Cruz de Tenerife: se encargaban del suministro de carbón, los varaderos y pequeños astilleros, las consignatarias, y de ahí pasaron a la exportación de los productos agrícolas del Archipiélago. De todo ese trasiego histórico entre ambas orillas nació Canary Wharf, una rica zona de negocios en Londres situada en la Isla de los Perros, en el barrio de Tower Hamlets. Su origen fue precisamente la boyante actividad generada con el comercio entre Canarias y Gran Bretaña.

Los británicos dicen ahora “good bye” a la Unión Europea, pero las relaciones entre las Islas Canarias y la también isla británica no van a decaer así porque sí. La historia demuestra más bien lo contrario.

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