Considerado como una voz cimera de la canción popular en Canarias, Luis Morera Felipe celebrará su 70 cumpleaños “a lo grande”, con las dos orquestas sinfónicas de la Comunidad, en una gira que arrancará en septiembre en las Fiestas del Cristo de La Laguna y lo llevará, junto a su grupo y Olga Cerpa, al Alfredo Kraus grancanario y al auditorio de Agüimes. Pero el sabor es agridulce. “Siento que mi voz ha triunfado, pero no mi arte”, señala con desencanto. “Cumplo 70 años y siento el castigo político por pensar libre”.
Ante el freno a sus jardines y miradores, este renacentista palmero se acuerda -mirando de punta a punta las Islas- de su amigo César Manrique en Lanzarote: “Se me mató cuando más lo necesitaba; íbamos a empezar a trabajar juntos en La Palma”. Morera, solista de Taburiente (Premio del mismo nombre concedido por DIARIO DE AVISOS en 2015), el célebre grupo de la música popular en España en los años 70, se congratula de que el público haya llegado a amarle a través de su voz. “Pero no he logrado enamorar a los políticos”. ¿Se cotiza alto? “La gente no sabe que yo por actuación llego a cobrar 300 euros”. Estos días se cumplen 40 años de la edición del disco fundacional de Taburiente, Nuevo cauce, un aniversario que está pasando desapercibido.
El testimonio de Luis Morera no nos deja indiferentes. Siente que ni el mítico lugar que ocupa Taburiente en la cultura canaria (de la edad de oro en que irrumpieron junto a Los Sabandeños y Caco Senante) le ha abierto las puertas en su propia tierra. Ahora, este joven artista septuagenario (lo será el próximo 10 de octubre) termina de pintar su obra maestra: el drago del boceto que ilustró el disco AchGuañac, y que aspira a vender al Cabildo de La Palma para reconstruir su taller-museo, en ruinas desde que se le cayó el techo.
-Un drago para salvar una casa.
“Mis padres me ayudaron y compré una casa antigua al lado del Teatro Circo de Marte. No tenía un duro para repararla, el techo se vino abajo y pude refugiar mi obra en los sótanos de un amigo, con humedad. El drago puede ser mi salvación. Si el Cabildo me lo compra, haré un museo para que mi obra no se pierda. Lo estoy pintando en casa de mi amiga Helga Helmke, en El Paso. Sé que me quedan 10 años de actividad. Ahora puedo subirme a los andamios. Cuando tenga 80, no”.
-¿A los andamios?
“Sí, quisiera pintar los techos del Teatro Chico, Teatro Circo de Marte y La Recova. Un alcalde de Santa Cruz de La Palma me dijo: ‘¿Por qué pintar los techos? ¿No están mejor blancos?’. Me acordé de la Capilla Sixtina y de Néstor en el Pérez Galdós, y le dije: ‘Lo que está en blanco es tu mente”.
-¿Todos los políticos han sido contigo tan receptivos?
“Juan Ramón Hernández, de alcalde de Los Llanos de Aridane, me apoyó un parque botánico con plantas del mundo, pero llegó otro alcalde y me echó. Hice el Mirador de La Glorieta, que es un reclamo turístico. Ahora proyecto otro en Breña Alta y un Jardín de las Hespérides en Garafía. Y ya está aprobado el Mirador del Universo en Tijarafe, en una finca del compositor Juan Caballé. El político más receptivo que he conocido es Antonio Morales. Siendo alcalde de Agüimes le dije: ‘Ojalá un día lleve el timón de Canarias’. Ahora que preside el Cabildo de Gran Canaria le propuse rescatar la figura del gran pintor simbolista y modernista Néstor Martín-Fernández de la Torre. Mi hija Julia, que termina Historia del Arte, me va a ayudar. Ojalá lo llevemos al Museo del Prado. ¿Por qué siento que aquí la cultura está muerta?”.
-Taburiente no ha muerto.
“En su día, los Padorno, Chirino, aquella generación tuvo que irse expulsada de su tierra; esa es la realidad. Canarias no cuida a sus profetas, sobre todo si se quedan. Se está maltratando la identidad de nuestra cultura. Esa fue mi denuncia en el Guimerá cuando DIARIO DE AVISOS nos entregó el Premio Taburiente. Hemos convertido la identidad en un souvenir de salsa, merengue o reguetón. En Telde tenemos un hijo, Sorón, un grupo musical escolar, cuyo maestro es un amante de Taburiente. Nunca hicimos canciones para los 40 Principales, sino para que se escucharan como se lee a César Manrique en Escrito en el fuego, como un padrenuestro. En el nuevo disco, Identidad, Taburiente vuelve a las raíces, al Nuevo cauce, con temas alegres. Ahora un tajaraste suena como nunca, con esta generación de timplistas nuevos. Cuando fui con Manolo González y Olga Cerpa en busca de Valentina iba al reencuentro de la identidad. Ese es mi compromiso poético”.
-¿Y tu compromiso político?
“Cuando el Gobierno central reprimió el referéndum sobre el petróleo, me decepcionó. Era como sentir que perteneces a un país que no te quiere. El futuro de Canarias es el de un pueblo nación, que no quiere vivir separado, sino hermanado con todos los pueblos, es el sueño de las Galápagos. Una vez, en una iglesia de Ibiza oí a unas payesas de luto rezando sus ajijides, y compuse una canción que decía, ‘vivimos en estas islas agazapadas del agua,/en un sueño inmenso que nos hace universales,/aquí la vida comienza/mientras en otros sitios acaba,/por un lado América/y por el otro, África”.
-¿Añoras el morbo que daba Taburiente en la etapa cubillista?
“En esa época nació un caldo de cultivo de amor a la tierra en las distintas ramas. Unión del Pueblo Canario y Cubillo eran una incitación. Hoy ese terreno ganado se diluye, porque tenemos unos dirigentes que están perdidos. Este nacionalismo es un nacionalismo que no lo es. Canarias es un pueblo creativo, y a la creatividad se le está dando palos. La cultura está por los suelos. Nosotros seguimos defendiendo la identidad y la naturaleza. Taburiente no ha bajado el listón creativo. Canarias sí ha bajado el listón de la canariedad”.
-¿Qué sensación te dejó el 26J?
“Desencanto. Las nuevas generaciones, obligadas a emigrar, se desilusionan y no votan. Y la gente mayor siempre tiene miedo y vota lo que piensa que revoluciona menos. Toda la vida he cantado a las nuevas generaciones, que son las que se van”.
-AchGuañac (1978) (lo que es de todos, en guanche) es un himno nacionalista (el PNC de Lanzarote propuso un referéndum a tal fin), en el que propones “traer” al que “está lejos”.
“La idea se me ocurrió cuando en España cada pueblo cantaba a su libertad. Nosotros estábamos emigrados en Madrid, porque esta tierra, aunque nos duela admitirlo, nunca ha dado soporte a sus hijos. AchGuañac nace, en una época de opresión, para decirle al mundo que Canarias existe y a cada canario que tiene su lugar, “que el campesino siembre su propio pan y el pescador pueda trabajar sus redes”. Es un grito de libertad y de identidad. Qué es la diversidad sino la identidad. AchGuañac sigue teniendo la misma fuerza y vigencia que cuando fue creada. Seguimos pidiendo que no se nos vaya la gente, sino que vuelvan”.
-Precisamente, sorprendió que, en pleno auge, consagrados por la crítica y las discográficas, un día ustedes decidieran volver de Madrid.
“Es cierto que habíamos entrado en los grandes sellos, CBS, Ariola. Pero en un momento dado, nos dijimos, ¿y qué hacemos nosotros cantando fuera de nuestra tierra? Ya somos conocidos en toda España; ahora necesitamos ir a nuestra casa. La lógica del isleño. Y quisimos ser grandes dentro de Canarias para salir fuera, no al revés. Teníamos la ilusión de que Canarias lo iba a entender”.
-¿Y qué sucedió?
“Volvimos llenos de éxito, pero todo se fue diluyendo, porque las Islas siguen sin valorar lo que tienen en casa. Para triunfar, el canario tiene que salir fuera, y ese es el mayor error de esta tierra. Cuánto nos gustaría que un Gobierno autónomo nos abriese las puertas de un Teatro Real en Madrid y nos llevase a Cataluña, diciendo vamos allá con nuestra identidad”.
-Antes de ser Taburiente, eran La Contra, cantaban en Baleares y eran unos melenudos.
“Teníamos aquel look. Nos llamó Cutillas cuando Tenderete era en blanco y negro. A un empresario de Ibiza le gustó y nos contrató. En Barcelona, cantamos con Mercedes Sosa, Los Chalchaleros…, y fuimos a Madrid, donde Teddy Bautista nos dice: ‘Siempre estuve buscando esa identidad y nunca la encontré’. Aportó su visión electrónica y nos produjo Nuevo cauce y AchGuañac. Fue una relación extraordinaria”.
-Don Eduardo, el padre de Teddy, aquel preceptista de los jóvenes taburientes, era un dandi venerable y a ustedes los quería muchísimo.
“Una persona deliciosa. El mejor representante que hemos tenido. ¡Qué buena gente era!”.
-Taburiente eran tres, Luis, Miguel y Manolo, y con la marcha de este último, muchos temimos que desapareciera.
“Pero el grupo siguió. Ahora también con José Eduardo y Carlos. A la vuelta de los años, nos hemos vuelto a reunir con Manolo. Hicimos una reedición histórica en disco-libro, y ahora una recopilación de villancicos, con arreglos suyos, para Navidad. Es una etapa más reposada y acorde al concepto musical de Manolo”.
-Hablando de discos, ya son 40 años de Nuevo cauce (1976).
“Es el primer disco de Taburiente, que abre una época maravillosa en que nos subíamos a los escenarios con Labordeta, Lluis Llach, Raimon, Gerena, Rafael Alberti. Aquella efervescencia no se olvida. En Canarias éramos recibidos como ahora se recibe a un equipo de fútbol. Había una necesidad de lo canario. Hoy me duele ver a mi tierra despersonalizada, haciéndose pasar por un pueblo de Brasil o cantando el reguetón como si fuera el himno oficial”.
-¿Taburiente se siente apreciado en su tierra?
“Recibimos la Medalla de Oro de la Comunidad (2001). Nos dan medallas, pero si no nos dan trabajo, no valen para nada; sino para colgarlas. Hay una desgana cultural institucional”.
-¿Qué vivencias te dejaron los años cantados en la Transición?
“Reuniones acogedoras en casa de Pablo Guerrero, que cantaba ‘tiene que llover, tiene que llover, a cántaros’, con la presencia afectuosa de Pablo Milanés…”.
-La historia parecía repetirse cuando después surge gente como Pedro Guerra…
“A Pedro lo vi crecer, era un chiquillo, yo vivía en Güímar y era amigo de su padre. Yo siempre le quería quitar el deje de Silvio para que sacara su sensualidad. Cuando sacó Contamíname, Ana Belén y Víctor Manuel vieron que allí había una fuente riquísima”.
-Oírte hablar del Pedro precoz invita a imaginar cómo cantabas de niño.
“Como Joselito. Yo iba con mi sereca, mis alpargatas y mis pantalones zurcidos mil veces por mi madre a ver las películas de Joselito en el Parque Recreo, en La Alameda. Me sentaba en las escaleras del cine, y el dueño me dejaba pasar. Yo tenía la voz de aquel niño. Con ocho años cantaba rancheras acompañado a la guitarra por mi hermano Manolo”.
-¿Cuál es el secreto de tu voz?
“Me he sabido aislar de la pobreza cultural que hay en mis islas y sigo soñando. Mi cabeza no entiende otra cosa que soñar, amar la vida. Cuando uno llega a los 70 años manteniendo la capacidad de asombro de un niño, conserva la voz. A Alfredo Kraus le duró tanto porque amaba la música con una ilusión renovada”.
-¿Qué habría pasado si, como Blahnik o Kraus, hubieras buscado el éxito en el exilio?
“Lo digo de corazón, no cambio nada de lo que yo he sentido de mi gente, de cada rincón de mis islas, del aire, de mis bosques, por haberme creído que iba a crecer a Nueva York. ¿Qué es crecer?, ¿abandonar tu identidad?, ¿irte para venir de paso siendo grande como un extraño en tu casa? No lo soportaría. Yo soy esa semilla que no para de sembrarse y que piensa que en un futuro no muy lejano acabará germinando”.
-¿70 años qué son?
“Son 70 años muy vividos. Manolo González, director de Mestisay, me dijo, ‘Luis, esa fecha hay que celebrarla en los escenarios’. Y lo está organizando a lo grande. Confío en incluir a La Palma con la Escuela de Música. Canarias me conoce por mi voz, pero no por todas las demás facetas que hago y eso me entristece. En este tiempo he crecido como creador multidisciplinar. Los conciertos mostrarán un documental que lo refleja, de Wolfgang Jung. Pienso que mi legado va a valer la pena, pero la pena que me llevo es no haberme realizado como artista en mi tierra”.
-¿Por qué denuncias que tu isla, La Palma, no te escucha?
“No es un cuento. Hubo dos jóvenes amigos en una isla que era la Cenicienta de Canarias, Lanzarote. César Manrique y Pepín Ramírez. Cuando este fue presidente del Cabildo de la isla llamó a su amigo a Nueva York y César dio a luz los Jameos del Agua, el Mirador del Río, el Jardín de Cactus…, y Lanzarote es conocida en todo el mundo. Yo cumplo 70 años y siento el castigo político por pensar libre. Cuando uno no se casa con nadie y dice lo que piensa, en una democracia falsa, los políticos te lo cobran. No tuve la suerte de César”.
-¿La Palma es una Lanzarote en potencia?
“La Palma es la perla de Canarias y del mundo. Como artista lo sé. Una vez le dije, ‘César, si tuvieras cualquier barranco de La Palma en Lanzarote, sería un parque nacional”.
-¿Llegaste a colaborar con César Manrique?
“Íbamos a trabajar juntos. Se me mató cuando más lo necesitaba. César tenía el proyecto de hacer el mirador de la Cumbrecita, en la Caldera. Y me dijo: ‘Te voy a meter conmigo para que te valoren estos’. Habría sido mi oportunidad. Yo le decía que había un sitio mejor para el mirador, en el Bejenado (El Paso) y tenía preparado un jeep para que fuéramos a verlo. Pero nunca llegó a ir, por el accidente. No soy un discípulo de César, sino alguien cautivado por las enseñanzas del maestro”.
-¿Económicamente, Luis Morera tiene la vida resuelta?
“La gente no sabe que yo por actuación llego a cobrar 300 euros, 400 euros, excepcionalmente 1.000. Nunca he podido cobrar lo que otros artistas de fuera, que a menudo empiezan y se llevan 15.000 euros por cantar. Sobrevivo con una pensión mínima. Pero no solo soy yo, hay grandes músicos canarios que tocan en los hoteles por 50 euros. Esa es una denuncia que me toca hacerla. Yo aún tengo esperanzas y conservo mis sueños. Mi museo. Mis proyectos. Por lo menos, que los últimos días que me queden, los viva con dignidad. He incorporado a los conciertos de este cumpleaños un tema de Violeta Parra que nunca había cantado, Gracias a la vida. Siempre digo que es el mayor don, la vida, y que todos somos necesarios, porque somos hoy más sabios que ayer en toda Canarias”.
[su_note note_color=”#d0d3d5″ radius=”2″]EL ABUELO MÉDIUM
Detrás de unas cortinas, presenció de niño una sesión de espiritismo dirigida por su abuelo, que era un comunista paranormal y un hombre de sentimientos. Una chica sumida en una depresión tras la muerte de su madre escuchó la voz de la difunta consolándola y se curó. “Yo no daba crédito, pero la voz de la mujer, que yo había conocido en vida, la oí en aquella sala en boca de otra persona”. El abuelo esotérico se las ingeniaba para escuchar en la radio la voz de Nikita Kruschev. Era una familia pintoresca políticamente. El padre de Luis, un militar de vocación, comandante de Infantería, sobrenadó en la dictadura como pudo, poniendo a salvo a una familia de rojos confesos y fue a su manera una especie de Schindler “que a más de uno le salvó el cuello”. No ganó para disgustos en casa: los hijos también le salieron contestatarios. La madre era “como la de Gorki, la novela que leí con afinidad, porque nos protegía como una gallina clueca a los siete hijos”. En la familia todos cantan de siempre. Los Morera y los Felipe. “Mi padre cantaba malagueñas y dicen que así enamoró a mi madre”. Los tíos eran líricos de raza, y hacían desafíos con la voz en el Quiosco Eliseo. “Se reunían, bebían y el vino llamaba al canto”. De tal palo tal astilla. Fue una madre longeva, que bordeó la centuria. “¿Cantar hasta los 100? No somos vampiros. Me conformo con llegar a los 80 como Atahualpa sobre el escenario con aquella dignidad, a cantar o a decir lo que siento poéticamente”. Mientras dure la voz, que esperen las musas del abuelo médium.[/su_note]