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En tránsito hacia la vida adulta

El campamento de verano de Aldeas Infantiles, en El Tablero (Santa Cruz), acoge a 77 jóvenes y adultos que aprenden, mediante el trabajo, valores como el respeto y el compromiso
Los chicos realizan las distintas tareas repartidas en talleres. El de agricultura ecológica pone en contacto directo a los jóvenes con la naturaleza y su cuidado. SERGIO MÉNDEZ

El calor es asfixiante y solo son las once de la mañana. Varios jóvenes se aplican en darle forma a uno de los bancos de la entrada, mientras que el resto hace labores de construcción en una de las pequeñas edificaciones que se encuentran a la entrada de la Ecogranja. Llevan en pie desde las seis de la mañana. Tras el desayuno, elaborado por ellos mismos, comienzan sus labores sobre las 7.30 horas. Talleres de cocina, agricultura ecológica, medio ambiente y diversidad funcional o audiovisuales son algunas de las tareas que las 77 personas, jóvenes y adultos, que componen el campo de verano que Aldeas Infantiles tiene en El Tablero realizan cada día. “Mayoritariamente, son niños de Aldeas”, explica Nely Quintero, la directora de la Ecogranja, que está en funcionamiento todo el año.

A partir de los 16 años se puede formar parte de este sistema de campo de verano, en el que el fomento de valores como el respeto, el compromiso o la responsabilidad se consigue mediante el trabajo. La jornada termina a eso de las dos de la tarde. “El resto del día lo dedicamos a actividades de ocio. Como tenemos chicos de fuera, de distintas nacionalidades, pues hacemos cosas como subir al Teide por la noche a ver las estrellas”. Y es que la interculturalidad es uno de los valores que más aprecian quienes acuden a estos campos de Aldeas Infantiles.

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“Quién me iba a decir a mí que iba a tener amigos en Brasil”, comenta divertida una de las veteranas de este campamento, Ana María Hernández, que ya lleva viniendo tres años desde Gran Canaria. En este caso, llegó a Aldeas después de pasar parte de su infancia en la institución. “Salí aún siendo menor a vivir con mis padres; después de un tiempo desconectada, volvía a entrar en contacto con las fiestas para socios. Accedí al programa juvenil y llegué al campamento”, relata.

Ana ha probado en todos los talleres y es de las que se queda los dos turnos (cada uno tiene tres semanas). “Lo mejor es compartir con gente de otros sitios, pero también el tiempo que pasamos colaborando, trabajando juntos”, añade.

La directora de la Ecogranja recuerda una anécdota que resume muy bien lo que significa para los jóvenes compartir con chicos y chicas de otras culturas. “Hace unos años vino un chico de Senegal que me decía que, el primer día, una compañera lo había juzgado por el color de su piel y él se había sentido muy ofendido. Esa misma compañera le dijo al final del campamento: “Ya no veo el color que tienes”. Fue muy emocionante”. Aynoa Rodríguez es otra de las jóvenes del campamento, también una niña de la Aldea. “Entré a los 12 años y ya no volví con mi familia. Después entré en el programa de jóvenes y, como quería seguir estudiando, Aldeas me apoyó y fue a través de ese programa como llegué al campo de verano”, cuenta esta joven que ya lleva cuatro años pasando parte de sus vacaciones en la Ecogranja.
Al igual que Ana, lo mejor para Aynoa es que “conoces otras culturas”. “También valoro mucho los conocimientos, pero sobre todo compartir con otros”, añade. El año que viene se quedará los dos turnos.

Mientras Ana y Aynoa hablan con DIARIO DE AVISOS, el resto de compañeros se reparten las distintas labores. Con el sol en lo más alto, una decena de ellos se afanan en el bancal para dejar limpio de hierbas el huerto donde luego plantarán frutales. Es el taller de agricultura ecológica. “La formación que se da es ecológica, sin fitosanitarios”, explica la directora. Añade que a los jóvenes que llevan viniendo más tiempo “les pedimos que den un paso más dentro de los talleres, que sean un referente para los demás, porque siempre es más fácil la comunicación entre ellos”.

Valores

En el taller de educación ambiental y diversidad funcional, los jóvenes aprenden a trabajar con niños con otras capacidades y lo hacen a través de los caballos. Es de los talleres que más gustan a los chicos. “Es un tema de acercamiento a la discapacidad. Hacen prácticas con niños con diversidad funcional, con los que trabajamos durante el año”.

Precisamente, este es uno de los talleres que más gusta a Aynoa, quien, confiesa, profesionalmente se encamina a este campo. También es uno de los preferidos de Sergio, que, con 17 años, acude por segundo verano a la Ecogranja, donde, reconoce, ha descubierto que lo de las entrevistas se le da muy bien. “Vine en el primer turno de este año y me he quedado al segundo porque me apeteció mucho”. Cuando se le pregunta qué es lo que más valora, responde que se queda con que “a pesar de venir todos de países muy diferentes, todos colaboran y se ayudan entre sí para cumplir los objetivos de cada taller”.

Asegura Nely que poco a poco se van impregnando del espíritu del campo de verano: “Al principio te dicen eso de vaya rollo y el último día es un drama cuando se tienen que despedir”. En unos días, esa escena se repetirá. Antes deberán representar los valores que han aprendido. A cada taller se le asignó uno al principio del turno y ahora toca enseñarles a los demás lo que representa para ellos. Es su tránsito hacia la vida adulta.

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