puerto de la cruz

Joaquín Estefanía: “La información es un producto caro, probablemente, más que el petróleo”

Entrevista a Joaquín Estefanía, periodista, economista y escritor, que inauguró hace dos semanas el curso 2018-2019 del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) en el Puerto de la Cruz
Joaquín Estefanía. | DA

El que fuera director del periódico El País inauguró hace dos semanas el curso 2018-2019 del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) en el Puerto de la Cruz. Lo hizo con una conferencia en el Ayuntamiento en la que analizó la coyuntura económica y social de España y Europa, y las consecuencias que dejó la crisis. Una charla en la que combinó sus conocimientos en economía (en Licenciado en Ciencias Económicas y en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid) con una radiografía crítica de la sociedad actual a la resulta difícil permanecer indiferente, más allá de estar o no de acuerdo.

-Su conferencia se tituló ‘La sociedad del descenso’, el mismo título del libro del sociólogo alemán Oliver Nachtwey. ¿Coincide con su visión de que la nuestra es una sociedad regresiva?
“Él dice que todos los progresos tienen en su seno un retroceso y eso es a lo que yo me refiero. Me da la sensación de que se nos olvidan las cosas muy pronto. La memoria de los malos ratos económicos y sociales duran una generación y la siguiente vuelve a cometer las mismas tonterías y a tener los mismos problemas. Por eso me parece significativo reflexionar un poco sobre eso”.

-¿En qué retrocedió exactamente la sociedad?
“Somos más pobres que lo que éramos en los años 2007 ó 2008, más precarios, y muchísimos más desiguales. Estamos menos protegidos socialmente, el estado de bienestar también ha retrocedido y tiene dos características muy importantes: Por un lado nos hemos hecho muy desconfiados, no nos creemos nada de nadie hasta que no lo vemos impreso, con garantías, y eso está en el origen de la crisis de representación política que está viviendo el mundo en estos momentos. Por otro, nos estamos haciendo demócratas instrumentales, en el sentido de que creemos que es mejor vivir en democracia que en una dictadura pero siempre que nos arregle nuestros problemas. Hay una parte de la población que estaría dispuesta a renunciar a un trozo de esa democracia para tener más bienestar y eso a mí me resulta preocupante”.

-¿Nos hemos vuelto muy cómodos a la hora de salir a la calle a reivindicar derechos?

“Hemos compartimentado mucho todas las luchas, de manera que lo que no se produce es una fusión de todas ellas en una sola, como pasó con el ‘no a la guerra’ a principios de siglo. Ahora somos capaces de salir en defensa de los funcionarios, de las mujeres, las pensiones o el cambio climático, pero no se coaligan todas ellas”.

-¿Por eso se acabó el movimiento de los indignados?
“Lo que ha ocurrido es que una buena parte de ese movimiento se dio cuenta que no quería que le pasara como a sus abuelos en 1968, que cuando se acababa el movimiento en la calle -porque la calle cansa mucho- se disolvían. Entonces acudieron al Parlamento mediante una formación. No soy pesimista en ese sentido, ahí está tiene siete años de vida y hay que darle más oportunidades”.

-¿Vivimos también una crisis de valores?
“En los últimos años han coincidido una serie de transformaciones. Algunas las estudiamos mucho, como la tecnológica o la globalización, y sin embargo no reflexionamos con la misma intensidad sobre el hecho de que han ocurrido cosas. Hemos cambiado de una sociedad que era muy solidaria a una muy individualista y reaccionaria. Y eso lo estamos viendo desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, y todos los valores que él está transmitiendo se están contagiando a muchos otros países”.

-¿El surgimiento de movimientos fascistas o de extrema derecha es la consecuencia más directa?
“Temo que estamos banalizando el concepto de fascismo. Lo que estamos viviendo ahora no es fascismo, al menos no el clásico, es una extrema derecha muy dura. Y lo más significativo no es que gana las elecciones, como en Estados Unidos, sino que con sus valores contagia a los partidos del centro derecha y de centro izquierda, y nos vemos debatiendo problemas que tienen que ver la xenofobia, con el racismo, y con el miedo a la inseguridad que se ha inoculado en nuestras sociedades. Esos son sus valores, no los nuestros, y eso es lo que a mí me parece que demuestra esa regresión que estamos viviendo. Hay una generación de personas a la que yo pertenezco que creímos que eso no lo íbamos a volver a ver nunca, y sin embargo ha vuelto a nuestras sociedades con una fuerza que todavía no sabemos si es definitiva o es modal. Vamos a esperar un poco a ver cómo salen, qué homogeneidad tienen, porque muchos son heterogéneos y no tienen que ver unos con otros. Semanas atrás el ministro de Interior de Italia, Matteo Salvini, dio una conferencia conjunta con la presidenta de la Agrupación Nacional, Marine Le Pen, diciendo que se iban a presentar juntos a las elecciones para salvar a Europa y que iban a ampliar la oferta a otros partidos y eso es muy inquietante. La gran prueba la vamos a tener en mayo del próximo año cuando se celebren las elecciones europeas que serán muy importantes. Porque si se consolida una coalición de este tipo de formaciones podría ser la segunda en fuerza en el Parlamento Europeo”.

-¿Es difícil mantener en la actualidad el estado de bienestar tal y como se concibió?

“La gente aspira a tener un estado de estado de bienestar como el que se creó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, pero en estos momentos padece muchas limitaciones porque hay mucha gente que piensa que es mejor que cada pueblo aguante su vela, con todas sus dificultades. Ahora hay un debate muy significativo, que es el de la renta básica universal, y hay muchos ciudadanos que no la quieren porque acabaría con el estado de bienestar”.

-¿Usted por qué opción se declina?
“En contra de esa renta básica, porque hay muchas modalidades. Pero a mí me sorprendió cuando en la reunión de 2017 en Davos, el Foro Económico Mundial defendió la renta básica, una cantidad de dinero que se destina a cada ciudadano por el mero hecho de serlo y con eso te tienes que arreglar, no hay derecho a la educación, ni a la sanidad. Creo que si mucha gente supiera ésto no la defendería como lo hace ahora. En estos momentos lo que tenemos que buscar es una especie de contrato social que regule las fronteras nacionales, y eso no se puede hacer sin que se ponga de acuerdo toda Europa”.

-¿Sobre qué bases se asentaría este nuevo contrato social?
“En mi opinión, se debería ampliar el perímetro de la gente que decide, y ese sentido es fundamental que estén las mujeres, que no han participado nunca en la toma de decisiones, y el perímetro de las cosas a discutir, porque nunca lo hicimos sobre los niveles mínimos de bienestar que tiene que tener una persona por el solo hecho de pertenecer a una época y a un país”.

-¿La izquierda no se ha quedado en el discurso y en seguir manteniendo las utopías que defendía en el siglo pasado?
“No me importaría que eso fuese cierto. El problema es que la izquierda se ha compartimentado defendiendo identidades parciales, y ha levantado la bandera de la mujer, la ecologista, la del movimiento LTGB, y se ha olvidado que todos estos muchos no hacen el conjunto que deberían hacer para ganar unas elecciones. Eso es lo que pasó fundamentalmente en Estados Unidos y por eso Donald Trump llegó al poder”.

-En esta coyuntura, ¿qué papel tienen los medios de comunicación?
“El mismo que han tenido siempre: contar lo que está pasando y contextualizarlo. Esto segundo es muy importante, porque la información es infinita. Hasta hace apenas una década los medios de comunicación tenían el monopolio de la información, mientras que en estos momentos con la divergencia y el desarrollo gigantesco de las redes sociales no es así. Tenemos que recuperar la credibilidad para que los ciudadanos sepan distinguir entre unos y otros. Vivimos el momento de la adolescencia de las redes sociales, que tendrán problemas de credibilidad en muy poco tiempo. Y aunque ya empiezan a tenerlos de alguna manera, en estos momentos compiten con nosotros”.

-¿El periodismo sigue siendo el cuarto poder?
“Sí. Hemos visto como en una investigación maravillosa El New York Times ha explicado de dónde viene la fortuna de Donald Trump. Si no hubiese un periódico grande, con capacidad de tener investigadores y gente trabajando durante meses, hubiera sido imposible. Lo que pasa es que antes se hacía más abundantemente”.

-Hace años que se habla de la muerte del papel, ¿finalmente se producirá?
“Eso es un error. Yo no creo que muera, sino que se transformará, será un producto más elitista de lo que es actualmente, pero seguirá compitiendo con lo digital. Ese debate entre papel y digital no merece la pena mantenerlo durante mucho tiempo. Lo que tenemos que hacer es medios digitales que sean muy buenos, mejores de lo que son ahora, y encontrar la fórmula para que la gente pague por la información, que es un producto caro, probablemente más caro que el petróleo”.

-¿Después de los millennials y los centennialls qué generación viene?
“No lo sabemos. Los centennials son las personas que tienen entre o y 16 años con lo cual tenemos un poco de tiempo para ver qué hacen. En estos momentos me preocupa mucho más su evolución que de los millennials, porque estos últimos todavía se parecen un poco a nosotros, y algunos de ellos, sobre todo los más mayores, recuerdan viejos tiempos, cuando había un poco más de bienestar en sus casas y todavía tienen algo en lo que mirarse. Los centennials no han oído hablar más que de crisis y se han hecho más egoístas, individualistas, tienen menos reacciones y han interiorizado que es irremediable que irán a peor que nosotros y en ese proceso se han hecho menos solidarios”.

– Y excesivamente preocupados por su formación…
“Exactamente. Pero se preocupan de forma relativa, porque aquella secuencia que teníamos nosotros de formarnos bien para conseguir un buen trabajo, comprarnos una vivienda, tener hijos, un trabajo más o menos normal y un día jubilarnos, hoy no está en su mente ni mucho menos. Es como si les contásemos La Guerra de las galaxias. Se están formando permanentemente para retrasar como sea su llegada al mercado de trabajo porque saben que eso es la guerra. Y para eso no hacen más que formarse y demorarlo en un máster y en otro máster. Y cuando llegan, sus expectativas se rompen, no solo las materiales sino las emocionales”.

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