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El cumpleaños de la democracia con 40 velas municipales

La Canarias de 1979 y la de hoy no se parecen prácticamente en nada, pero las Islas guardan un inexcusable sentimiento de individualidad y CC teme perder el poder
Adolfo Suárez (UCD) y Dolores Ibárruri (PCE), La Pasionaria, se saludan en las Cortes antes del primer pleno tras las generales, en julio de 1977. El País
Adolfo Suárez (UCD) y Dolores Ibárruri (PCE), La Pasionaria, se saludan en las Cortes antes del primer pleno tras las generales, en julio de 1977. El País
Adolfo Suárez (UCD) y Dolores Ibárruri (PCE), La Pasionaria, se saludan en las Cortes antes del primer pleno tras las generales, en julio de 1977. / El País

Hoy se cumplen 40 años de las primeras elecciones municipales democráticas. Hay coincidencias, como que entonces y ahora se concentren las elecciones generales y las locales en el margen de un mes. Y diferencias, pues entonces concurrían pocos partidos grandes y ahora el bosque de siglas nacionales es mayor y amenaza con hacer ingobernables las instituciones. El deterioro de la propia democracia, el cansancio de algunos partidos gobernantes que se han perpetuado en el poder pese al riesgo de copiar el estigma de las hegemonías del régimen franquista, y los zarpazos de la corrupción dominan el escenario en este 2019. Sin olvidar el problema catalán, que a los canarios trae al recuerdo el nacionalismo radical de aquellos años que alcanzó su punto de ebullición con el cubillismo, hasta que las aguas volvieron a su cauce con la llegada del autogobierno autonómico y en el decurso de las sucesivas elecciones hasta la actualidad.

En 40 años, no obstante, Canarias se condensa en una suma de islas impregnadas de un sentimiento individualista inevitable. No ha sido posible fusionar los egos insulares en un solo cuerpo vital. ¿Quién se atrevería a designar cuál es la cabeza, cuál el tronco y cuáles las extremidades de esta tierra si la concibiéramos como un organismo humano? Con ese imponderable (la condición insular) han pasado los años y las elecciones, como ahora mismo, bajo los designios de la geografía, que determina una comunidad fraccionada y archipelágica. Cada isla es un mundo en sí mismo, y la última isla habitada en reivindicarse ha sido La Graciosa, que acaba de ser consagrada como tal en el nuevo Estatuto de Autonomía.

En estos cuatro decenios, de las primeras elecciones municipales en democracia hasta hoy, en que estamos a las puertas de nuevos comicios, el Archipiélago ha experimentado cambios drásticos en las personas, en los candidatos y líderes, y en cuanto a los partidos políticos en liza. En el 79 el espíritu imperante era la concordia, que se inspiraba en la Transición pilotada por Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos; fueron posibles hitos fundacionales del calibre de la Constitución del 78 y otros de renombrado prestigio, como los Pactos de la Moncloa. Ser comunista dejó de constituir un anatema y Santiago Carrillo (el legendario secretario general del PCE) había abrazado la bandera y la Monarquía. Era un país de consensos y treguas, que enterraba sus demonios familiares.
En las urnas, Manuel Hermoso, un tecnócrata con vocación de servicio, que había oscilado entre el PSOE y la UCD, ganó la alcaldía de Santa Cruz de Tenerife, con las siglas de este último partido, y tuvo la intrepidez de arroparse de los concejales de la oposición para autogestionar entre todos un municipio que alardeaba de tener espíritu liberal.

Los cachorros de la nacionalista Unión del Pueblo Canario (UPC), con los periodistas Gilberto Alemán y Julián Ayala y otros cuatro ediles dieron la campanada en Santa Cruz y se hicieron con la alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria (Manuel Bermejo), aunque duró menos de año y medio hasta la censura que aupó al histórico socialista Juan Rodríguez Doreste.

Los tiempos han cambiado radicalmente. De las cenizas de UCD brotaría más adelante un partido que iba a alterar sensiblemente el mapa político de Tenerife y de las Islas, la Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI); irrumpió primero de la mano de un grupo de alcaldes no adscritos a UCD y posteriormente despegó como fenómeno social de la mano del político tinerfeño más carismático de la época, Manuel Hermoso. Este desplegó, como hizo tras aquellas elecciones municipales, su receta favorita, la integración de las ideologías más diversas, y lideró, cuando la UPC había dejado huérfano su espacio, una suerte de amalgama nacionalista de centro, derecha e izquierda, que acabó aglutinándose, en una rápida metamorfosis, bajo el nombre de Coalición Canaria (CC).

Sin Hermoso en primera fila, sus herederos acuden a estas elecciones autonómicas y locales de mayo, 40 años después, con un inconveniente: el desgaste. Y como factor añadido, los casos de corrupción: Teresitas y Grúas. En 40 años han gobernado la mayor parte en ayuntamientos, cabildos y la propia comunidad. Toda una generación de canarios nació y ha vivido sin conocer otro partido en el poder. Entonces, en 1979, Suárez convocó elecciones generales en marzo y locales en abril, como ha hecho ahora Sánchez, que las ha encadenado, del mismo modo, prácticamente en un mismo mes, entre el próximo día 28 de abril y el 26 de mayo. La misma fórmula con dos presidentes cuyo apellido empieza por S. De Suárez a Sánchez, digamos que la historia de estas elecciones aún no está escrita.

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