Por FERNANDO HERNÁNDEZ
Tenerife tiene lugares en los que se aúnan espectaculares paisajes naturales con evocadoras leyendas que hunden sus raíces en el folclore mágico de la Isla. Uno de los que reúnen ambas características es, sin lugar a dudas, el conocido como Barranco de Badajoz. Sus dos millones ciento noventa mil entradas en el buscador Google nos permiten hacernos una idea de la popularidad de la que goza este pequeño paraje del municipio de Güímar. Enmarcado dentro del Paisaje Protegido de las Siete Lomas, el barranco no solo hace las delicias y disfrute de los amantes de la esplendorosa naturaleza que sale a nuestro encuentro al recorrerlo, sino que también es uno de los rincones más famosos de nuestra Isla en todo el mundo, cuestión directamente vinculada a los misterios y hechos insólitos que allí parecen acontecer.
PASADO INDÍGENA
El Barranco de Badajoz -como sucede en muchos barrancos de nuestra geografía insular- tiene tres nombres a lo largo de su recorrido. En su naciente, es conocido como Tegüigo, Badajoz en su parte media y Piedra Gorda en su tramo final. La toponimia solo conservó el nombre indígena en la cabecera del mismo, en lo que fue parte del antiguo menceyato de Güímar.
El barranco tuvo un papel preponderante en el pasado nativo. Al hecho importante de poseer un naciente de agua que pasaba justo por donde se asentaba el núcleo poblacional guanche –rebautizado tras la Conquista como San Juan- se unía el carácter sagrado del mismo evidenciado por los enterramientos que jalonan su territorio. La conocida como Cueva del Cañizo, con sus imponentes vigas de madera de sabina en el techo de la misma, junto a la Morra de los Huesos nos dan algunas pistas de como este espacio se articuló en el pasado en un contexto funerario y consagrado.
El nombre de Badajoz, que vino a sustituir al nombre indígena de Chamoco que recibía ese tramo, le fue asignado después de la Conquista de Tenerife. El adelantado Alonso Fernández de Lugo le concedió a su criado Juan de Badajoz, extremeño venido como conquistador, numerosas datas de repartimiento en la Isla de Tenerife en 1497, incluida la de un “hilo de agua en Güímar, encima del Mocanal, con 5 fanegas de tierra apropiadas para el cultivo de viñedos y huertos o tres fanegas para cañas”, pasando a conocerse desde entonces indistintamente con el nombre actual o bien el nativo, con el que suele ser mentado por las gentes de Güímar.
FABRICANDO UN MITO
Para quienes nos hemos dedicado a rescatar las historias y enigmas de nuestra geografía insular simultaneando el trabajo de campo, la conversa con nuestros mayores y la investigación documental, el Barranco de Badajoz siempre ejerció una fascinación especial. Ello no es óbice para admitir que muchos de los sucesos que hemos investigado fueron, y son, simples “historietas” para impresionar. Con ellas y otras que directa y toscamente han sido inventadas por algún autor, con la finalidad de sumar letras a monografías prescindibles para todo aquel que aprecia la verdad, se ha conformado un nebuloso escenario que añade argumentos a quienes piensan erróneamente que nada cierto acontece en dicho paraje.
Sirva como ejemplo, que una de las historias más emblemáticas del barranco, como es el conocido relato de la Niña de las Peras, no ocurrió en el Barranco de Badajoz, –ni su protagonista estuvo desaparecida durante 25 años- sino en otro barranco próximo conocido como Barranco del Agua, tal y como nos confirmó el famoso maestro artesano Pedro Benítez, gran conocedor de historias de la zona.
A principios de la década de los 90 del pasado siglo, el lugar cobró una inusitada fama propiciada por las revistas nacionales especializadas en misterios, publicaciones que habían puesto el foco de atención en Güímar una vez que nuestro querido maestro y amigo Paco Padrón, junto al investigador Emiliano Bethencourt, dieran a conocer las polémicas construcciones piramidales de aquel municipio. Este hecho fue el detonante de que miles de personas de toda España y Latinoamérica se interesaran por las historias que aparecían en los artículos de citadas revistas, publicaciones que vieron en lo que se denominó por parte de algunos como Valle sagrado de Güímar, un filón mediático en el que tenían cabida todo tipo de fenómenos supuestamente acaecidos en el Valle, y en el Barranco de Badajoz de forma particular.
Esto también tuvo un impacto negativo en este paraje natural protegido, pues animó a cientos de personas a realizar visitas nocturnas cada fin de semana, con el consiguiente deterioro medioambiental materializado en multitud de basura desperdigada por el entorno y con restos de velas.
El lugar posee suficiente fuerza a nivel sutil “perceptible solo con sintonizar nuestra sensibilidad, por eso no hace falta inventarse historietas” nos explica Juan José Delgado, sin duda la persona que más y mejor conoce los hechos insólitos que allí acontecen. Para él, que ha recorrido como guía de grupos de este paraje muchísimas veces a lo largo de su vida, “el barranco tiene una fenomenología conocida por los lugareños que se ha mantenido viva, y muchos tratan a toda costa de tener su propia experiencia acudiendo al entorno sin respeto, con una actitud equivocada mentalmente”.
LUGAR DE PODER
Pero el Barranco de Badajoz tiene “otra historia”; la de sus enigmas genuinos. Un lugar señalado por los lugareños con el apelativo de “lugar pesado”, que es como denomina, con esa sabiduría y conocimientos innatos, las gentes de nuestros campos a determinados parajes que tienen larga tradición con lo extraño.
Y es esa condición de “lugar pesado” la que ha motivado la visita al mismo de investigadores de renombre, buscando dar respuesta a los fenómenos que allí se manifiestan; Paco Padrón, Fernando Jiménez del Oso, Iker Jiménez, Lorenzo Fernández, Javier Sierra, Pablo Villarrubia, Jesús Callejo o Miguel Blanco son algunos de los periodista y expertos en lo insólito de solvencia nacional que han transitado por sus rincones. Durante nuestra dilatada trayectoria como equipo radiofónico, a través de Crónicas de San Borondón, hemos colaborado con estos compañeros en la realización de numerosos reportajes sobre el Barranco de Badajoz, tanto para radio como para televisión, que nos han permitido conocer e investigar infinidad de testimonios que se han producido a lo largo de los años. En este sentido, hemos tenido la oportunidad de conocer las andanzas de un personaje especialmente enigmático, Manuel Bethencourt alias el Andarín, cuyo oficio como canalero le permitieron transitar con frecuencia este paraje. De él se contaba que como consecuencia de una apuesta por un burro, realizó el trayecto desde el fondo del barranco hasta San Juan -la distancia es de unos 6 kilómetros- en menos tiempo que el empleado por una caña de agua bajando por la atarjea. Nadie supo nunca cómo fue capaz de tal proeza.
Este personaje, del que hablaremos en otra ocasión, está también ligado a los sucesos que dan origen al relato apócrifo de la citada Niña de las Peras, pues según pudimos averiguar el hecho tiene un origen verídico, haciendo sido él quien rescato a una niña de una cueva en el barranco del Agua tras llevar desaparecida cinco días.
Otro de los testimonios que no son muy conocidos y que tiene como denominador común el misterio, fue el que pudimos recoger durante el reportaje que realizamos para el afamado programa “Cuarto Milenio”. En aquella ocasión, una joven residente en el municipio de Güímar y que paseaba aquella tarde por el barranco, nos interpeló sobre el reportaje que realizábamos. Cuando supo que ejercíamos de avanzadilla de Iker Jiménez, nos hizo una confidencia que terminó derivando en su intervención en el programa narrando un suceso que le había ocurrido a ella y sus amigos una noche de verano. Aquella jornada decidieron dar un paseo por el barranco, y durante el recorrido a pie nos dijo que se les unió un perro con el pelaje de color marrón claro, muy juguetón, que les siguió hasta una parte del barranco donde hay un gran nisperero. El árbol se utiliza como punto de referencia y encuentro en las caminatas, así como lugar de descanso antes de seguir adentrándose en el cañón que domina el paraje en su recta final. Fue allí, al pie del frutal, donde decidieron hacerse una fotografía de grupo con una cámara analógica. Cuando terminaron aquella pequeña expedición, regresaron, recordando que el perro retornó al interior del barranco justo donde se habían tropezado con el animal al subir. Cuando días más tarde revelaron el carrete se percataron de que algo extraño sucedía en aquella instantánea. En la sonriente pose de los presentes, su novio aparecía agachado en actitud de acariciar a un perro ¡Que no estaba!
El Barranco de Badajoz o Chamoco sigue a día de hoy proyectando entre sus altas paredes rocosas la esencia de lo inexplicable, del atávico resonar de la naturaleza en toda su grandiosidad. Nosotros seguiremos visitándolo para intentar desentrañar sus misterios y disfrutar de esa mezcla casi alquímica que desprenden los lugares como este, tocados por el misterio de lo ancestral y la magia de la naturaleza.
DESDE IZAÑA HASTA LOS LLANOS, UN CAUDAL DE CASI 10 KILÓMETROS
Badajoz es un afluente del Barranco del Agua, situándose en el extremo meridional del Valle de Güímar. Nace a 1.852 metros cerca de la cima de Izaña, y desemboca, 10 kilómetros después, en el Barranco del Agua a 152 metros en Los Llanos.