Por José María Rodríguez
Fanta está contenta. Corretea por el hotel del sur de Gran Canaria donde lleva semanas viviendo entre decenas de chicos de Mali grandes como roperos que siempre le sonríen y hacen cosquillas y carantoñas, como si fuera la hermana pequeña de todos. La niña, de cinco años, ve que la mayoría se abraza y no entiende muy bien por qué gritan “¡Madrid, Madrid!”.
Un aire asfixiante cargado de polvo del Sahara recuerda a todos desde hace días lo cerca que siguen estando de su África natal, pero Fanta luce divertida un gorro de esquiadora. De lana, con borla incluida. Y un jersey grueso a rayas que a sus amigos blancos les evoca a un tal Wally. La niña no sabe lo mucho que va a agradecer esas prendas en solo unas horas, porque este es un día especial.
A lo mejor lo intuye por las lágrimas de alegría que ve en las limpiadoras del hotel, en el vigilante que se para a atusarle el pelo y hace como que la persigue, o en esa señora noruega a la que conocen como “Mamá África”, que la sostiene en brazos.
En realidad Unn Tove Saetran, la mujer a la que casi todos llaman “Mamá África” en el Hotel Holiday Club de Puerto Rico, se esfuerza en repartir cariños. No da abasto. Detrás de Fanta viene Yasmine, otra pequeña maliense de unos cuatro años; luego Salahadin, un niño marroquí de año y medio que va por la recepción arrastrando su pizarra de juguete; o Hiba, una bebé que llegó de Marruecos con solo unas semanas de vida. Vino con su madre, en patera. Como todos.
De los 23.023 inmigrantes que llegaron el año pasado a las islas, solo 2.035 fueron trasladados por el Estado a recursos de acogida de la península, por considerar que presentaban una especial vulnerabilidad. Tras las insistentes peticiones del Gobierno de Canarias, las derivaciones oficiales se han retomado.
VIDAS VULNERABLES
Noventa de los 500 huéspedes que el Holiday Club ha llegado a tener acogidos desde finales de 2020 toman un avión a Madrid en un viaje organizado por el Ministerio de Inclusión Social y Migraciones, que los va a reubicar en recursos de acogida. La mayoría son jóvenes de Mali, aunque también hay familias marroquíes.
Con los malienses, la situación necesita pocas explicaciones: Naciones Unidas recomienda no devolver a nadie que proceda de su país, sacudido por años de guerra civil y terrorismo. Son todos candidatos a recibir la protección internacional. En el caso de las familias de Marruecos que van a ser realojadas en otros puntos de España, se trata de personas en situación de extrema vulnerabilidad, a las que se reconoce que correrían peligro de retornar a su país.
“No tengo palabras, la verdad”, confiesa a Efe Unn Tove Saetran, que regenta junto con su marido, Calvin Lucock, un hotel que se ha convertido en todo un ejemplo de integración y convivencia en estos meses, el contrapunto más rotundo a todos esos vídeos difundidos de móvil en móvil y por las redes sociales sobre los que se ha construido la imagen conflictiva que de forma recurrente se proyecta sobre complejos turísticos que acogen a inmigrantes.
“Estoy muy contenta por todos los que se van a Madrid, pero también triste, porque hemos pasado tanto tiempo juntos…”, explica Saetran. En realidad, esta vez está feliz, nada que ver con el poso amargo que le dejó otra despedida reciente, la de varios jóvenes senegaleses trasladados a campamentos de Tenerife. Ellos se fueron convencidos de a que a muchos los deportarán. Saben que el 24 de febrero hay un vuelo de devolución desde Tenerife a Dakar.
A LA CAZA DE UN ABRIGO
Las horas previas a que llegue el transporte al aeropuerto son ajetreadas. La mayoría de los chicos busca a la desesperada entre las cajas de ropa donada por la Cruz Roja y por ciudadanos de a pie al Holiday Club una prenda abrigo. Escasean, y las que quedan son muy grandes o muy pequeñas. Pero el verdadero artículo de lujo son unas botas. Ya no quedan. Casi todos los chicos malienses calzan cholas y el problema no es menor: Dejan los 25 grados perpetuos del municipio de Mogán y se van a Madrid… al invierno de Madrid.
“Nos han tratado muy bien”, agradece en nombre del grupo Sidi, un joven de 22 años que pasó una semana en el cayuco, hasta que lo rescataron. “Gracias a Dios, llegamos bien todos”.
Sidi se maneja con cierta soltura en español. Dice que es futbolista, juega en el centro del campo y quiere que le ayuden a buscar un equipo. Aguanta las bromas del grupo. Mala semana para ser del Barça, si te rodean un puñado de amigos que acaban de ver por televisión el baño que el hijo de dos emigrantes africanos, Kylian Mbappé, le dio a Messi y cía en la Liga de Campeones.
En otro punto del hotel, Abdessamad y su pareja, Chaima, repasan por penúltima vez la maleta. Son los padres de Salahadin. Ellos saldrán antes hacia el aeropuerto, los llevan en coche a los tres.
Abdessamad quiere quedarse en España. Ya sabe lo que es Europa, ha estado en Bélgica e Italia, donde tiene parientes. Pero mira hacia el pequeño y señala: “Aquí nuestro hijo tendrá derechos”.
Este obrero de 32 años asegura que en Marruecos ya no hay futuro para él. Perdió todos los dedos de la mano derecha, menos el pulgar, en un accidente en un trabajo donde no tenía contrato y cree que, si hay alguna oportunidad para su familia, ha de ser en España.
LAS PEQUEÑAS COSAS
Unn Tove Saetran reconoce lo mucho que ha aprendido de todos los inmigrantes que han pasado por su hotel. Mira constantemente a los más pequeños y no tiene dudas: “Son muy afortunados, tienen unas madres fantásticas. No estoy preocupada en absoluto por los niños. Las madres africanas son muy cuidadosas. Muy valientes”
“Hemos aprendido de ellos que las pequeñas cosas importan. En nuestra cultura europea a veces se nos olvida. He visto lo contentos que se ponen por la cosa más pequeña y hacen que me avergüence. Voy a echar de menos su espíritu feliz. Bailan, se alegran con cualquier cosa. Echaré de menos el afecto que demuestran unos a otros”, añade.
Mientras la Cruz Roja siga utilizando su hotel como un refugio de acogida, el matrimonio Lucock-Saetran piensa tener las puertas abiertas para quien quiera pasar a ver su realidad.
“Con el odio no vamos a ninguna parte. No creo que los canarios sean racistas, en absoluto, creo que son realmente buena gente. Solo necesitamos más conocimiento sobre la situación. Hay que abrir las puertas, dejar a la gente entrar y ver. Probablemente, ahí está uno de los errores que se ha cometido. Aquí no tenemos secretos. Si vienes con nosotros un día, te cambia la vida”, remarca.