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Migrantes en Las Canteras: “Volveremos a Canarias aunque nos devuelvan, en Senegal no hay nada”

Los migrantes llegados a Canarias empiezan a ocupar poco a poco las instalaciones de Las Canteras, generalmente bien recibidas, pero también se quejan de no poder seguir su viaje a la Península
Mor y Mor, tocayos y compañeros de aventura migratoria. Sergio Méndez
Mor y Mor, tocayos y compañeros de aventura migratoria. Sergio Méndez
Mor y Mor, tocayos pero de dos pueblos diferentes, contaban ayer su situación por fuera del cuartel de Las Canteras, reconvertido en centro para migrantes/Sergio Méndez

Si uno viene de La Laguna, hay en el lado derecho de la carretera de Las Mercedes, pasada la rotonda que conecta con la Vía de Ronda, un pequeño supermercado en una casa terrera roja con una entrada ancha y alargada. Hasta allí van algunos de los jóvenes migrantes que estos últimos días han sido trasladados al viejo cuartel de Las Canteras, reconvertido en uno de los dos Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes que el Ministerio de Migraciones ha establecido en Tenerife. Podrá albergar a 1.642 personas. “Vienen por aquí y compran café y azúcar”, cuenta Javier, que trabaja en la tienda. “Son gente muy tranquila”.

Pero me cuesta un poquito charlar con ellos, a pesar de que mi francés macarrónico es más o menos suficiente para entendernos con paciencia y tiempo. Y tiempo no les falta a muchos, que todavía no tienen claro el futuro de su periplo migratorio. “¿Me puedes decir de dónde eres?”, le pregunto a un chico que está en la parada de guaguas junto a un grupo numeroso de migrantes subsaharianos. “Pregúntale a él”, me dice señalando a otro que tiene una mascarilla de tela con unos dientes inquietantes. “No puedo hablar contigo sin que me autorice el jefe”, dice el de los dientes. “¿El jefe?”. “Sí, está en el centro, vamos allá”. Le sigo. “¿Cómo te llamas?”. “No te puedo decir nada”. Me quedo en el portón de la entrada, donde hay unos seguritas que hacen controles y tomas de temperatura. “El pobre, debe haber ido a hablar con alguno de los técnicos de la Organización Internacional de Migraciones para ver si lo dejan hablar”, dice una de las personas que están a la entrada. De repente, veo al joven de la mascarilla dental salir con un técnico, raudo y veloz, rumbo a la parada de guagua. Me acerco un par de minutos después. “Qué, ¿te autorizaron?”, le pregunto. “No me dijeron ni que sí ni que no, pero no vamos a hablar. Ninguno de los que estamos aquí”. Deben ser unos 15. Menos mal que aparece Sergio Méndez, fotógrafo del periódico, que tiene barba de buena gente. Se apoya en una valla y se pone a hablar con un par de chicos. “¿Les importa que hablemos un poco?”, me apresuro a preguntarles. “Claro que no”, dicen los dos. Está charlando con otros en una casita abandonada que hay detrás de la carretera. El día está bonito, hace sol, pero sopla un viento fresco que viene desde el monte de Las Mercedes.

Mor Ndao tiene 31 años y es senegalés, de Casamance, una zona de Senegal que está al sur de Gambia. Llegó el 31 de diciembre a El Hierro. El 2 de enero lo trajeron al refugio de La Montañeta, en Garachico, gestionado por la Cruz Roja. Mor Djob tiene 41, también es senegalés, pero viene de Touba. Llegó el 17 de septiembre y ha estado en Santa Cruz durante todo este tiempo, en otro recurso de la Cruz Roja cercano, me dice, al García Sanabria.

“Aquí estamos mejor”, dice Basirou, de 21 años, también de Casamance y que ha vivido en Santa Cruz con Mor Djob. “Allí fue muy duro, no se portaban bien con nosotros, no nos daban suficiente de comer y beber”, comenta mientras me enseña unas pulseras que ha hecho con hilo, a ver si quiero una. “Si estabas malo de cualquier cosa, siempre te daban lo mismo: paracetamol. Que te dolía la rodilla, paracetamol, que te dolía la cabeza, paracetamol. Que estabas mal de la barriga, paracetamol”, dice Mor Djob con cierto tono bromista mientras juguetea con el tallo tierno de una planta entre los dientes. “Bueno, pero llevamos aquí dos días, vamos a ver la próxima semana cómo estamos”, dice con cautela Mor Ndao sobre la mejora en la estancia. Además de las carpas, también hay interiores del viejo cuartel que se han habilitado, según explican fuentes oficiales.

Pero la relativa comodidad de este fin de semana, el buen trato que están recibiendo, no aminora la ansiedad de estar aquí encerrados. “Queremos que alguien nos ayude a ir a la gran España”. Lo dicen así, como si esta fuera la España chiquitita. “Nosotros no estamos aquí para dormir, estamos aquí para trabajar, para mandarle dinero a nuestras familias. Yo tengo dos hijos”, afirma Mor Ndao. “Yo tengo tres”, cuenta Mor Djop. “El problema es que en Senegal no hay nada. Yo estuve dos años en el ejército”, cuenta Mor Ndao, pero luego apenas he podido trabajar, no hay nada que hacer, la pesca ha desaparecido, no hay peces. Si nos devuelven a Senegal, da igual, vamos a venir de nuevo cuando no haya viento en el mar, que es lo que mata a la personas. Allí, los políticos solo ayudan a los suyos”, cuentan. “A mí, el viaje me costó 1.200 euros. Hay gente que paga menos porque empeña una moto o su casa. Yo no tengo casa que empeñar. Vengo a España para poder comprarme una”, afirma Mor Ndao.

De hecho, el Gobierno prepara un vuelo de repatriación a Senegal para el próximo día 10, según afirmaba ayer la Agencia EFE. Estaba previsto para el pasado 24 de febrero, pero al final se canceló. Es el primer vuelo de este tipo desde 2018. “Conocemos a mucha gente de Mali, de Gambia o de Guinea que venían en nuestro cayuco y a los que han trasladado”, cuenta Mor Ndao. “Pero, aquí, todos somos senegaleses”, afirma. “Y al llegar, ¿nadie tiene la tentación der decir que es de otro país, aunque sea senegalés, por si es más fácil quedarse?”. “Sí, claro que hay casos. Pero yo no puedo. Yo soy senegalés y voy a seguir siéndolo”, dice Mor Ndao.

“¿Me das un cigarro?”, me pregunta. “Yo solo fumo a veces por las noche”, le respondo. “Yo quería dejarlo, pero, con estos problemas, no puedo”.

“La verdad que lo que más compran aquí es tabaco”, cuenta Renato en la gasolinera de Las Canteras de toda la vida. “Pero yo no tengo ningún problema con los subsaharianos, son muy educados. Bastante más que muchos de aquí, que entran y ni saludan. La juventud está fatal. Además, estos chicos vienen a trabajar, ¿qué problema hay?”.

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