Para algunos puede resultar agobiante estar dentro de un tubo volcánico, donde la luz es escasa, por no decir prácticamente nula, y además, con mascarilla. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Las personas que visitan la Cueva del Viento, en lo alto del municipio de Icod de los Vinos, se adaptan a las exigencias sanitarias impuestas por la pandemia ya que el deseo de recorrerlo, es mayor que cualquier restricción.
Tras permanecer once meses cerrada, la Cueva del Viento le ha hecho frente a la Covid-19 y ha vuelto a abrir sus puertas con todas las exigencias sanitarias que garantizan una visita segura. Aforo limitado, uso de mascarilla y gel hidroalcohólico, distancia de seguridad de dos metros entre personas, y material higiénico para los cascos, son algunas de las medidas que se han implementado desde el 20 de febrero. Asimismo, las reservas deben hacerse a través de la página web www.cuevadelviento.net y el pago, con tarjeta de crédito.
Otra de las novedades como consecuencia de la Covid-19 es caminar desde el Centro de Visitantes, desde donde se inicia la ruta, hasta una de las entradas de la Cueva, situadas a 1,1 kilómetros. Un tramo empinado de 200 metros de desnivel pero que se puede realizar de forma tranquila, en fila india para evitar problemas con el tráfico y deteniéndose ante las explicaciones del monitor sobre la flora y la historia del lugar, que amenizan el trayecto, hasta llegar al barrio de Los Piquetes, el punto exacto en el que se encuentra una de las entradas por las que se desciende.
El recorrido, formado por un campo de lavas que empata con un antiguo camino real, se pueden observar construcciones típicas canarias, como una era, y zonas de medianías de gran belleza en las que proliferan los pinos, árboles frutales, y flores de todos los tamaños y colores que se encuentran en su máximo esplendor al estar en primavera. Un regalo de la naturaleza que no brinda la guagua que hasta comienzos del año pasado trasladaba a los usuarios desde ambos puntos.
El público también ha cambiado tras la pandemia. Ya no está formado exclusivamente por turistas extranjeros, sino por residentes en la Isla que desconocían el lugar o personas de otros países que teletrabajan en Tenerife y aprovechan para descubrir este tesoro, asegura Mauk, el guía que nos acompañó durante las dos horas y media que dura la visita a la cavidad volcánica, en la que reina un sepulcral silencio.
Originada por las coladas del volcán Pico Viejo, situado junto al Teide, la Cueva del Viento se formó hace 27.000 años y debe su nombre a las importantes corrientes de aire que se producen en su interior. Acceder hasta allí permite contemplar las caprichosas formas que la lava ha adquirido dentro de la tierra, dando lugar a terrazas laterales, lagos y cascadas, perfectamente explicadas y señaladas por Mauk, de origen holandés, pero que siente el lugar como si fuera suyo.
La Cueva del Viento está integrada por una red galerías superpuestas en tres niveles, un fenómeno que la diferencia de otras formaciones volcánicas similares y que hace que sea única. En ellos se aprecia una diferencia de temperatura que puede llegar hasta una mínima de diez grados.
El recinto volcánico se conserva como en sus orígenes, sin cemento ni otros añadidos. No se escucha música y tampoco hay luces en el techo y en el suelo. “Se trata de enseñar, pero también de conservar ya que es un sistema único en términos de geología”, explica el guía.
Endemismos únicos del lugar
De los 18 kilómetros de tubo topografiados solo se puede acceder a un tramo de 250 metros con 30 metros de desnivel a los que se baja por una especie de escaleras con rejas. El proyecto, además de mostrar las riquezas que alberga el tubo volcánico, también quiere conservarlas, dado que hay endemismos que solo se han encontrado allí. En este sentido, y contrariamente a lo que muchas personas piensan, dentro habitan especies únicas, como la cucaracha sin ojos (Loboptera subterranea) que además tiene la piel sensible a la luz, con lo que evita las zonas iluminadas y otro microorganismos que son imperceptibles al ojo humano.
También sobreviven restos fósiles de animales vertebrados ya extinguidos, como la rata y el lagarto gigantes, especies exclusivas de Tenerife.
Por este motivo, solo se emplean luces frías en los cascos que previamente se le ofrece a cada visitante para desplazarse dentro del tubo volcánico. La oscuridad, unida a una superficie muy rugosa, requiere tener las manos fuera de los bolsillos, estar atento y mirar atentamente el suelo.
De más está decir que hay que cumplir todas las recomendaciones previas que aconsejan los responsables del Centro de Visitantes, como llevar calzado adecuado, pantalón largo, atender a las recomendaciones del guía y no separarse del grupo.
Más allá de la pandemia, siempre las visitas se organizan en grupos reducidos para alterar lo mínimo indispensable el ecosistema. De hecho, hay un pequeño tramo en el que se camina por una alfombra para proteger el suelo porque a diferencia del resto, es liso, con muchas burbujas de aire y gases, y al pisar allí directamente, se puede romper. En ese mismo punto, en el techo, se pueden ver gotas de lava petrificadas.
Las rutas, gestionadas por la empresa pública Ideco, empresa dependiente del Cabildo de Tenerife, se realizan en diferentes idiomas: inglés, alemán y francés y tan solo en el primer mes desde su reapertura, se organizaron 76, cuatro diarias contra la decena -cifra que incluso se superaba- que se ofrecía antes de la pandemia.
A la cavidad volcánica solo se puede acceder mediante una visita guiada. Es la única forma de protegerla, conocerla, aprender todo lo que esconde dentro y de llevarse alguna que otra sorpresa que no se puede desvelar y que es el secreto mejor guardado desde hace más de dos décadas, cuando se abrió al público por primera vez. La única manera de descubrirlo es ir y visitarla. Y hasta el momento, nadie se ha arrepentido.