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Rosy, tinerfeña a la que el cáncer ‘tocó’ cinco veces: “Aunque el miedo se queda, yo bailo”

La enfermedad ha marcado su vida y la de sus familiares, pero también le ha dado la misión de ayudar a otras personas y, por eso, ha querido contar su historia
Aunque no daba importancia a un pequeño bulto en su pecho, contarle sus temores a una doctora permitió que le diagnosticaran cáncer de mama con tan solo treinta y tres años. Fran Pallero

Rosy Iglesias tenía treinta y tres años, dos niños pequeños y muchas ganas de vivir cuando el cáncer apareció en su vida. Trabajaba como limpiadora en el Hospital Universitario de Canarias (HUC), por lo que solía frecuentar el área de oncología. Allí, muchas veces veía escenas “duras”, compartía pasillos con los familiares de los pacientes y escuchaba a una doctora hablar sobre la enfermedad. Entre tantas conversaciones, un día dijo en alto lo que a veces le rondaba por la cabeza: “Tengo un pequeño bulto en un pecho”. Era algo a lo que solía restarle importancia. Sin embargo, gracias a que verbalizó sus sospechas, los médicos pudieron llegar al diagnóstico: padecía un cáncer de mama.

¿Qué vino después de hacerle públicas sus dudas a la doctora?, “muchísimo miedo” -cuenta Rosy- “porque cáncer es una palabra muy fea”. También llegaron las interminables pruebas, una primera mastectomía y el reposo. Más tarde, hubo otra operación “para acabar con las ramificaciones” que dio paso al esperado camino hacia la recuperación. Veintitrés años después, asegura que “el miedo a la enfermedad se queda, vives con él. O quizás también pueda verse como respeto”.

Una vez superada la cirugía, a los pacientes que han padecido cáncer de mama se les suele pautar un medicamento llamado Tamoxifeno, que deben tomar durante cinco años y que ayuda a evitar que se produzca una reincidencia del tumor. A Rosy le ofrecieron participar en un estudio que valoraba los posibles beneficios de ampliar el tiempo de este tratamiento hasta los diez años, algo que aceptó sin dudar para “ayudar a los demás, a todas las mujeres y hombres que vienen detrás de mí, que sufrirán la misma enfermedad”.

Y es que, tras su experiencia con la enfermedad asumió como misión tratar de mejorar la vida de los demás. En ese sentido, se ha marcado tres motivos por los que luchar, siendo el primero el de contribuir a que la población se conciencie en la importancia de estar en alerta ante los cambios que se puedan producir en el propio cuerpo. Ella misma no dio en un principio importancia a aquel “bultito” que notaba en su pecho y que terminó siendo cáncer.

Otro de sus propósitos es lograr que se adelante la edad a la que se realizan las mamografías (actualmente se hacen a partir de los 50 años, salvo excepciones). Y pone su caso como ejemplo, pues tenía tan solo treinta y tres años cuando le diagnosticaron la enfermedad.

Por último, pide que se inviertan más recursos que permitan que la ciencia avance en el conocimiento de los distintos tipos de cáncer, así como que se realicen investigaciones como en la que ella participó para obtener mejoras que sirvan a futuros pacientes.

Una vida ‘tocada’ cinco veces por el cáncer

Su madre padeció un cáncer de mama del que se pudo recuperar y, más próximo al final de su vida, sufrió un agresivo cáncer de colon. Se llamaba Olinda y era “una luchadora, la mejor madre del mundo”. La hermana de Rosy también falleció con cáncer de colon, mientras que su hermano vive ahora las secuelas que le ha dejado la misma enfermedad.

Son cuatro casos distintos de cáncer los que han ‘tocado’ a la familia, que se convierten en cinco contando con el que a ella misma le diagnosticaron a los treinta y tres años: “La sensación que tengo es que esta enfermedad te toca y no puedes hacer nada. Y a nosotros nos ha tocado mucho”.

Cuidar, la forma más bella de querer

Rosy cuenta las luces y sombras de su vida: la ilusión que mantiene por el baile y el miedo que todavía siente ante la palabra ‘cáncer’. Fran Pallero

Cuando la salud ha escaseado y las cosas se han puesto feas, en la familia de Rosy no han faltado los cuidados. Recuerda cómo se las ingeniaban para entre todos hacerle la comida a su madre, asearla y entretenerla con juegos de mesa. O cómo sus hermanos cuidaron de sus hijos cuando ella estaba en tratamiento. También cómo estos días, en las últimas visitas al hospital a su hermano, trata de transmitirle el mejor de sus humores, mientras espera a estar fuera de su vista para “derrumbarse”.

En esa forma tan bella de querer que es cuidar, Rosy reconoce que a veces se ha olvidado de hacerlo consigo misma. Recuerda que una vez le preguntaron qué era para ella lo más importante y dijo que era cuidar de su hermano: “Enseguida me contestaron que no, que lo primordial debía ser cuidarme a mí misma, porque si yo no me cuido, no puedo cuidar de otros”.

El verano pasado se fue a hacer “caminatas” a Valle Gran Rey. Siempre que puede va a bailar a las fiestas o discotecas, donde “da igual el tipo de música que pongan” porque los baila todos. En el confinamiento salía a los balcones de su vecindario en La Salle a disfrutar de un rato de risas y música con sus vecinos. Ha querido contar su historia, “con lo malo y lo bueno”, por si ayuda a alguien que esté pasando por esa enfermedad que da tanto miedo.

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