Para la historia. Delirio, éxtatis, explosión de júbilo sin precedentes y emoción, mucha emoción en un nuevo derbi de color blanquiazul. El Tenerife premió a su afición con una goleada inolvidable al eterno rival en un Heliodoro Rodríguez López que nunca olvidará lo ocurrido ayer, por los siglos de los siglos y amén.
Los aficionados visitantes, desplazados con la ilusión de poder ver un triunfo de los suyos en un feudo de nuevo maldito no sabían que lo que iban a vivir en el coliseo blanquiazul iba a ser un auténtico velatorio. Y fue Enric Gallego, otra vez, el que encargó el funeral amarillo con dos goles.
El primero de los tantos del catalán fue el gol más rápido de la historia de los derbis canarios. Un golazo, de una factura magnífica, en apenas 15 segundos de compromiso. El que llegó tarde se lo perdió… y el segundo también. Cinco minutos después Gallego rompió todos los esquemas amarillos con un golpeo seco, raso, bajo las piernas de Álvaro Vallés… y entonces comenzó la fiesta de verdad, la que vió Jonathan Viera al final del partido de ida de la eliminatoria por el ascenso del curso pasado.
El Tenerife había empezado enchufado, efervescente, en ebullición, contrastando con el recibimiento que recibieron los jugadores a su llegada al estadio, muy frío, sin comparación al del play-off, posiblemente por culpa del dispositivo de seguridad y la disposición de las vallas que separaron a los jugadores de sus aficionados.
En las gradas fue otra cosa y los amarillos, con unos cuantos efectivos desperdigados por diferentes localidades del Heliodoro se vieron superados porque como bien decía el mosaico de la Grada Popular “Tu Valor No Conoce Rival”.
Entre los locales no faltó casi nadie. Estaba hasta Súper Mario. Ya no se sube a las vallas de General de Pie ni luce aquel flamante bigote. Se apoya en una muleta, pero sigue viviendo el fútbol como el que más y sintiendo el CD Tenerife al ritmo de los latidos de su corazón. Ayer disfrutó de un partido histórico después de tantas y tantas veces que pisó el Heliodoro. Se lo merecía él y se lo merecía Cantudo, histórico jugador blanquiazul fallecido recientemente y que tuvo un solemne homenaje con un minuto, bueno, más bien medio minuto, de silencio.
Ramis dispuso sobre el campo una alineación con ocho jugadores que sabían de buena mano lo que era jugar un derbi canario. García Pimienta puso en su equipo titular al tridente mágico Viera, Pejiño y Moleiro y a Loren, al que bien se le podía dedicar otra pancarta donde se hubiera leído “Loren, todavía te estamos esperando”.
El sevillano ni se enteró de donde estaba. Cuando se dio cuenta lo habían cambiado. Pero es que sus compañeros tampoco es que estuvieran muy finos. A los defensas amarillos les entró la tembladera. La culpa fue de Enric Gallego y de la intensidad que le pusieron los locales, mil veces mayor que la de los visitantes, totalmente a la inversa de lo ocurrido en el compromiso de ida.
Gallego sembró la infelicidad en los de amarillo, en los jugadores, en los seguidores y también los trabajadores de Segurmáximo, la empresa encargada de velar por la seguridad dentro del estadio, que no podían abandonar su puesto laboral, ni siquiera desviar un poquito las miradas, para ver lo que estaba ocurriendo dentro del terreno de juego. Estuvieron en la historia, pero no la vieron.
La grada donde estaban los seguidores visitantes había dejado de moverse, la cabina de prensa donde se ubicaba el periodista que se inventa las palabras de los jugadores grancanarios en los titulares para decir lo que a él le encantaría que dijeran, era un sepulcro. Y todavía faltaba por llegar el tercero, que pudo haber sido materializado un poco antes, pero vio la luz cuando más daño podía hacer, en el descuento de la primera mitad.
“Árbitro, pita ya para que esta gente tenga tiempo de cambiar el pasaje y marcharse en el siguiente barco”, decía un aficionado blanquiazul desde una grada donde comenzaban a hacerse realidad memes, historietas y quedadas para castigar, siempre desde del humor, al eterno rival. Enfrente, el sector amarillo, era un cementerio con García Pimienta, al más puro estilo The Observer, más pendiente de los jaleos de Álex Suárez y Ramis que de la cuerada que le estaba cayendo a los suyos.
A Jonathan Viera lo único que se le había visto era los mocasiones verdes esos que se pone para las grandes ocasiones y que muy poca suerte le han dado cuando le ha tocado enfrentarse al CD Tenerife en los últimos tiempos. “Si le mandamos otro nos aseguramos el goal average”, se escuchaba entre risas, esas que van por barrios y que ayer salían sin freno de las bocas blanquiazules.
La calentura de Pimienta era chica. Dejó a tres de los suyos en la caseta al descanso, entre ellos a sus dos mediocentros titulares. Habían sido incapaces de imponerse en los duelos, de adelantarse a las jugadas y de darle salida a un balón que en ningún momento pudieron manejar con comodidad.
En realidad ellos no fueron los únicos que no estuvieron cómodos sobre el campo. También lo estuvo Viera, mucho más Pejiño y el más incómodo fue Moleiro, que lo intentó como y cuando pudo sin ningún tipo de acierto y se fue silbado multitudinariamente por la parroquia local cuando su entrenador lo sustituyó mediada la segunda mitad.
Y Juan Soriano, a todas estas, viviendo el partido más plácido que se recuerda esta temporada. El cancerbero blanquiazul apenas tuvo que intervenir porque el primer tiro de los grancanarios dentro y fuera de los tres palos fue de Loren a los 22 minutos y el segundo bien pudo haber sido el tanto de Álvaro Jiménez, ya en la recta final.
Fue un tanto que el extremo adornó con un enfrentamiento con varios futbolistas locales para quedar de valiente ante sus hinchas, típico gesto popular y tribunero que enseguida se le vino en contra cuando Nacho, desde el punto fatídico, transformó el cuarto tanto tras un penalti clarísimo sobre Garcés que el colegiado no pitó de primeras. El VAR, esta vez, no le quitó nada a los de Ramis.
Con el pitido final llegó el júbilo para los locales y la petición de perdón de los visitantes hacia la gente que los había acompañado en el entierro. Jonathan Viera volvió a ver mucha fiesta en el Heliodoro Rodríguez López. No era para menos, un 4-1 para la historia.