Lucero mira, curioso, a los recién llegados. Da una vuelta alrededor de sus compañeros y vuelve a prestar atención a los desconocidos. “Es un trasto, pero igual lo queremos”, lo presenta Patricia Segredo, la presidenta de Equino Sentido, la protectora de animales que rescata y acoge caballos que han tenido un vida larga de servicio, para darles un retiro dorado.
Junto a Lucero, que en su caso está de paso hasta que su dueña pueda volver a visitarlo tras el parto, está Madur o Mochi. En total son nueve equinos, concretamente dos ponis, dos yeguas, y cinco caballos. Todos ellos compitieron, estuvieron en granjas o en picaderos en los que, “a pesar de tener un dueño, no los visitaban, algo muy cruel para cualquier ser vivo”, cuenta Patricia. Y es que Equino Sentido, aunque tiene un recorrido como centro equino normal desde hace 11 años, hace tres adoptó una visión poco común entre los que trabajan con caballos, y que es la de decidir que estos equinos no van a ser montados nunca más, que son libres de riendas, de hierros en la boca y, sobre todo, que son ellos los que deciden cómo pueden ayudar a los demás, si es que pueden ayudar.
“Para ellos también es un trabajo estar constantemente dando vueltas, si es un niño o dos es un disfrute, o si tu montas tu caballo o tu yegua, con el que tienes una conexión, como en una amistad o una pareja. Pero cuando los usas constantemente, aunque sea para ayudar a otros, es verdad que ganas dinero, pero me di cuenta de que les estaba haciendo daño a los caballos”, cuenta la presidenta de Equino Sentido. Patricia explica cómo llegó a esta conclusión: “Siempre he estado en contacto con los caballos, desde pequeña. Me encantaba montar y estar con ellos, muy pocas veces competí, porque me sentía mal en el ámbito de ver quién es mejor que quién. Llegó un momento en el que lo dejé, me dediqué a estudiar, Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Entonces volví y detecté una necesidad, un problema, qué pasaba con los caballos que eran ya mayores, lesionados, y a los que aun teniendo recursos sus dueños, no los iban a ver, encerrados”.

Cuenta que fue entonces cuando empezó a estudiar equinoterapia en Barcelona. “Montaba a los niños y a los adultos, como me enseñaron, muy bonito, pero esa equinoterapia sigue dándole un uso a los caballos. Es terapia para los niños, para los padres, pero no para los caballos, a los que puedes quemar igual que si fueran caballos de salto, de raid o de carreras”.
Fue entonces cuando decidió crear la asociación tal y como es ahora. “Nosotros llevamos 11 años trabajando con humanos y caballos, pero hemos hecho transformaciones, y la principal es que desde hace tres años no los montamos, nos dimos de alta como asociación, que hasta entonces no lo éramos”. El resultado es que “hemos ganado en salud física y mental, tanto los caballos como nosotros. Ahora hacemos una equinoterapia, que también se hace en muchos lugares del mundo, que es de pie a tierra, no invasiva. Es una relación de coexistencia, contrario a la obediencia, porque desde que montas un caballo, pones riendas, hierro en la boca, esa relación es de sumisión y control.
“Fue un despertar”, cuenta con una sonrisa, mientras mira a Lucero que ha vuelto a curiosear en torno a la entrevista.

Esa forma de afrontar la equinoterapia permite que “si el caballo no está receptivo, no participa en la terapia. El caballo decide si está en condiciones de ayudar o no a alguien. Hay caballos que no quieren ser terapeutas, otros sí, y hay que ver esa diferencia. Es como las personas, hay algunas que están dispuestas a ayudarte y otras no están en condiciones de hacerlo”. Añade que “si aquí llega un caballo quebrantado físicamente y psicológicamente, es muy probable que no pueda ayudar a alguien”.
Cuenta que los caballos que llegan a este refugio suelen ser equinos lesionados de competición o caballos enfermos. “Magec está desahuciado veterinariamente. Tiene diabetes equina. Nos hemos gastado dinero que no teníamos, hasta que la veterinaria nos dijo que lo dejáramos y que viviera tranquilo lo que le quedara. No hay tratamiento para sus heridas, que no cicatrizan”.
“También hay casos como el de Lucero -continúa-, que no se porta tan bien como el resto, aunque lo queremos mucho, que es de una amiga, que acaba de dar a luz, y no puede ir a verlo, y eso para el animal es criminal, y él está aquí. Ella paga su comida y vive con nosotros”.
A Patricia le encantaría prestar más servicios como el de Lucero, pero el espacio es limitado. “El Cabildo nos ofreció una finca en Valle Tabares, en 2021, y 6.000 euros al año para nutrición, pero no hemos sabido nada. Es doloroso. Es preferible que no nos digan nada”, lamenta. Y es que la protectora está en medio de un coto de caza del Cabildo, en Finca de España, La Laguna, sin posibilidad de ampliación. “Al principio, la relación fue complicada, “pero ahora nos llevamos todos bien. Nos hemos dado a conocer y abierto las puertas”, cuenta.

Terapias
En cuanto a la relación que se fomenta en Equino Sentido, es la del ser, estar y presencia. “Es lo que se llama pedagogía 3.000, en la que nos asesora la pedagoga Nidia Mendoza, y consiste en tener en cuenta la emoción del otro, tanto del humano como del animal. Trabajamos con Apanate, Aspronte, Afes Salud Mental, Fundación Ideo con menores con medidas judiciales”.
Patricia cuenta que “son personas que dejaron de creer en sí mismas, como dejaron de creer en los caballos, y se ven reflejados en que esa otra oportunidad es posible. La mejoría es notable y no cogemos más por salud física y mental, porque estar al aire libre es lo que queremos, pero también desgasta”.
Hasta la fecha, Equino Sentido ha conseguido rescatar a una veintena de caballos que ha colocado en fincas y hoteles rurales, en los que “nos hemos asegurado de que no les den un uso, al menos en la medida de lo que podamos”, y aclara: “No digo que sea malo montar, a mí me encanta, pero cuando es tu caballo, cuando tienes un vínculo con él y que es muy probable que él mismo desee llevarte”.
El último caballo al que han ayudado es una yegua de 25 años, campeona de Canarias. “Nos avisaron para que la recogiéramos, pero no tenemos espacio, y con lo que ha subido el precio del forraje es imposible. Hemos conseguido un señor que tiene una finca y estaba buscando un caballo para sus nietos, y se va para allá”.
La vida media de un caballo es de unos 45 años, aunque “se pueden ir en cualquier momento porque sus aparatos digestivos son muy delicados, y los cólicos se los pueden llevar en un par de horas”, explica Patricia.
Las entidades con las que trabaja Equino Sentido les permite tener los ingresos mínimos para sacar adelante el refugio, pero también las donaciones, tanto de dinero como en especie. “Tenemos los convenios, que nos permiten tener unos ingresos que hacen que podamos mantener esto. Pero así y todo, mis padres, mis hermanos, mis vecinos, echan una mano porque se te ponen tres malos en un mes y te descuadra todo. Quien quiere colaborar puede amadrinar a los animales que viven aquí, y pueden venir a verlos. Es una manera de tener un caballo atendido y nos ayudan con sus gastos, y todo es transparente. También recibimos donaciones en especie, porque a lo mejor es más fácil para alguien ir a un mayorista y mandarnos una paca de paja, mantas, pienso, estamos abiertos a todo”.
Equino Sentido también cuenta con la ayuda de 40 voluntarios. Asia Billanova, con 18 años, e Inmaculada Bencomo, con 60, que además es la vicepresidente de la asociación, son el ejemplo. Macu leva 11 años “a piñón”. “Para mí es mi vida, ellos son parte de mi ser, yo me muevo aquí como si fuera parte de la manada, es una forma de vivir, y la verdad es que aquí se para el tiempo, lo de fuera es otra cosa”.
Asia, estudiante de auxiliar de Veterinaria, ha descubierto un mundo de tranquilidad. “Siempre me han gustado los animales, todos”, apunta. “Y cuando llegué aquí me enamoré desde el primer segundo. Estar aquí es olvidarte de todo lo demás, es una tranquilidad, una serenidad infinita”, agrega.
Patricia aprovecha para recordar que los voluntarios son bienvenidos “y si sabe manejar palés, mucho más” señala entre risas.
“Espero que el Cabildo nos escuche y nos deje pastorear”
Patricia Segredo cuenta que, ante la falta de espacio que sufren, se han dirigido al Cabildo para que les permita pastorear. “Estamos a ver si el Cabildo nos escucha y nos deja pastar y soltar a los caballos. No queremos nada, solo poder soltarlos para que pasten. Para eso tiene que haber una serie de permisos. Hay un orden en el pastoreo, que es el de vaca, caballo y oveja, tres niveles de pastoreo que no degradan el medio ambiente y evitan incendios”.