Cuando arrancó la campaña electoral, DIARIO DE AVISOS mostró en la portada el mantra favorito de los candidatos: “Yo prometo”. La palabra dada es un arma de doble filo. Suárez estrenó la fórmula en el célebre discurso que le hizo Fernando Ónega para las elecciones de junio de 1977 y poco le importaba arriesgar con aquella consigna inofensiva de “puedo prometer y prometo”, pues en todos sus actos no hacía otra cosa que lanzarse a la piscina. Y le salió bien, a juzgar por la historia.
En cambio, estos tiempos se prestan a morir por la boca como el pez, y los candidatos de esta época pagan caro las promesas no satisfechas, se convierte en una auténtica obsesión. Nadie olvida que Felipe González prometió crear 800.000 puestos de trabajo en las elecciones de la mayoría absoluta de 1982, y destruyó exactamente esa cifra de empleos. “Me callé para siempre”, dijo años después, “porque los empleos los crean los empleadores, no el Estado”. También abogó por sacar a España de la OTAN, promesa que corrió la misma suerte.
El “puedo prometer y prometo” fue un hallazgo publicitario, una anáfora feliz en un discurso político un 13 de junio en TVE, dos años después de la muerte de Franco, y en cierta forma fue el bautismo de fuego como presidente democrático de Adolfo Suárez, que ejercía el cargo gerencialmente hacía menos de un año, nombrado por el rey tras el efímero paso de Arias Navarro cuando la caída de la dictadura ya era irreversible.
Siete veces prometo
Hasta siete veces le hizo Ónega repetir la muletilla en el discurso electoral. Lo dicho, hoy es un brindis al sol prometer con la boca llena. Hemos visto burros volando, como decía Olarte. Cualquier día pasa cualquier imprevisto y se arruinan las mejores previsiones. Todo candidato es cierto que profesa un oficio de tahúr, lo suyo se vuelve un arte de apuestas, con dosis de picaresca y enredo. Alfonso Guerra apodó a Suárez Tahúr del Misisipi, en vísperas de la goleada de octubre del 82, pero siempre lo negó.
Hemos aprendido de la experiencia.
El mundo ya no es estático, sino una montaña rusa, como prueba la guerra, pero también la pandemia o el cambio climático. Raro es el día que no pasa nada y nos sorprende un cisne negro. La promesa de hoy decaería antes del anochecer sustituida por otra más apremiante y todo se volvería un cúmulo de buenas intenciones y de política voluntarista. Se ha impuesto la política pragmática, la que ejecuta y no promete.
Sin embargo, todas las campañas tienen los mismos tics. Ni los incumplimientos de González lograron conjurar para siempre los peligros que entrañaba la contraseña de Ónega.
Sin embargo, a Torres le pudo el vértigo de prometer la exención de la tasa verde para los aviones y barcos de Canarias con Europa. Amagó y se mantuvo a la espera, pero la oposición conservadora, convencida de que era una apuesta condenada al fracaso, se frotaba las manos con los augurios del sector turístico de perder un millón de visitantes y 40.000 empleos a causa de la fiscalidad del queroseno, en medio de dos gobiernos socialistas en España y en Canarias.
¿Qué habría hecho Suárez? Esa es una pregunta con una respuesta retrospectiva, porque en su célebre gira de seis días a Canarias, tras ser elegido presidente con UCD, viajó con promesas en las alforjas de miles de millones de pesetas. Era un presidente con viento a favor, todo le salía bien, y en ese instante, abril del 78, su intuición le decía que debía compensar a los canarios por la pérdida del Sáhara (habíamos quedado desprotegidos sin las espaldas de África, decía Víctor Morales Lezcano), en el Acuerdo Tripartito de Madrid, de noviembre de 1975.
De manera que Suárez era un lanzado con baraka, la que siempre le acompañó hasta que se le cruzaron en el camino los golpistas del 81. (Gutiérrez Mellado me dijo tras el 23F que él no era un héroe por haberse enfrentado a las huestes de Tejero en el Congreso: “El héroe es Suárez”; lo quería mucho.)
“Pepito Grillo”
Torres llegó al debate del martes con el triunfo en el bolsillo, como si hubiera esperado toda la campaña para jugar esa partida, tener la carta asegurada y ponerla sobre la mesa. La cita recordaba a la de Suárez en el 77, donde descorchó la coletilla del “puedo prometer y prometo”: una comparecencia también televisiva y asimismo de carácter electoral, durante el debate de las dos televisiones públicas.
El Consejo Europeo, los departamentos de finanzas, había exonerado a Canarias del temido gravamen contemplado en el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión (ETS), que entrará en vigor en 2024. La noticia, adoptada en la última reunión de la directiva europea, bajo presidencia sueca, de un calado indudable, produce el impacto electoral que todo candidato en el poder anhela, pues se ahorra el precipicio de prometer en el aire un logro tan acariciado y huidizo, y consigue anunciarlo a tiempo.
En el foro donde Torres dio la noticia estaban presentes dirigentes como Clavijo que lo tildan habitualmente de “sumiso” con Madrid. Si la dupla Sánchez-Torres sirve para cosas como esta, en cierto modo el mensaje tenía el destinatario cerca y era una venganza implícita por las afrentas de campaña.
Sánchez había defendido a Torres, hace días, en el Senado del consabido dardo de Clavijo: el de “adulón” de Madrid. Y la ministra de Hacienda, Montero, lo llamó en un mitin en las Palmas “Pepito Grillo” por haber arrancado mil millones al Gobierno central para reflotar el turismo de su tierra.
A Canarias, que aprobó una ley del cambio climático de las más avanzadas del Estado, le asistía la razón de que a las islas solo se puede acceder en avión o barco, sin otra alternativa. Y frente a cualquier cargo de conciencia, quedaba el consuelo de haber superado este mes el primer gigavatio de potencia renovable instalada. Pero las caras lo decían todo: Torres y Clavijo tenían una cuenta pendiente. El de CC se había pasado toda la campaña tachándolo de obsecuente con la Moncloa. Y va Torres y se las cobra con lo de la tasa verde. Querías caldo, toma dos tazas. Y se sacó la espina. O el clavijo.