Por Domingo Medina.| La calle de los Herradores, la más larga del casco histórico de La Laguna, comienza en la plaza de San Cristóbal y calle Barcelona, terminando en su encuentro con la plaza del Doctor Olivera. Antiguamente se le conoció como Camino que va a Santa Cruz, y calle de los Malteses. También como Alfonso XIII, con motivo de la visita que este rey realizó el 27 de marzo de 1906 a La Laguna. Durante la dictadura se denominó General Franco, pero el nombre antiguo que más perduró fue el de Los Mesones, porque en esta vía que siempre fue muy comercial se instalaron varios mesoneros.
El nombre que ha permanecido hasta nuestros días, el de Los Herradores, se debe a los artesanos del hierro, el carbón y la fragua, que, junto con otros oficios, convirtió esta calle en una de las más populares de la ciudad. También por el tráfico que discurría de carretas, ómnibus, guaguas y todo tipo de vehículos que circulaban en dirección al Norte de la Isla. Por ella transitó hasta el 14 de noviembre de 1956 el tranvía, que partía de Santa Cruz a la estación de la plaza del Doctor Olivera y continuaba hasta Tacoronte. El 15 de ese mismo mes, el presidente del Cabildo de Tenerife decretó la suspensión del servicio tras el gravísimo accidente del tranvía, que, al perder los frenos, dejó heridas a 33 personas y un joven, natural de Las Mercedes, de 16 años fallecido.
Por el lado izquierdo, según empieza la calle, está la conocida Casa Quintana, también llamada Casa Salazar Oraá. El nombre se le debe al pintor canario Cristóbal Hernández de Quintana (1651-1725), que habitó en ella entre 1692 y 1725. En la fachada que da a la actual calle Barcelona, y desde el siglo XVIII, existió una cruz pintada de verde y a su lado un banco de piedra, donde descansaban los transeúntes que pasaban por este lugar. Según la tradición, en este banco murió un hombre que mandó a matar su prometida.
Los hermanos Quintana, que vivían en la vivienda de al lado, construyeron una capilla que se conoce como la de “La Cruz Verde”, de carácter expiatorio. En la ermita junto a la Cruz forrada de plata colgaban cuatro cuadros del pintor Cristóbal Hernández de Quintana.
En 1812, los lonjeros vendedores de pescado salado que estuvieron provisionalmente en esta calle, acudieron al Consistorio solicitando volver a los puestos que tenían en la plaza de Los Remedios, después de la reforma, a lo que se niega el poder público, permitiéndoles instalarse en un tramo acotado de la calle de Los Herradores (Ordenanzas de Tenerife).
Una vez superado el cruce con San Juan, por el lado derecho se localiza un magnífico edificio que mandó a construir el francés Claudio Bigot en 1654. Esta vivienda, como la mayoría, ha sido reformada a lo largo de los siglos, aunque mantiene sus características originales, como el balcón de madera en la tercera planta que sirvió de granero. Las tres puertas de la primera planta y los tres ventanales de la segunda están bordeadas por una cenefa de piedra.
Por el mismo lado, en la vivienda número 64 nació, el 3 de enero de 1906, Óscar Manuel Domínguez Palazón. Fue el único hijo varón del matrimonio formado por Antonio Andrés Domínguez y María Palazón Riquelme. Óscar Domínguez con su familia reside en esta casa hasta los ocho años, pasando algunas temporadas en Santa Cruz de Tenerife y veranea en la casa paterna de Tacoronte. A los 12 años es enviado por sus padres como interno en el anexo del Instituto de Segunda Enseñanza de La Laguna.
Desde 1928 hasta el fallecimiento de su padre en 1931, se traslada a París para realizar funciones administrativas en la empresa del representante de frutas que trabaja con su padre. Óscar decide regresar a Tenerife para llevar la gestión de la empresa familiar. En 1932 retorna a París, donde inicia su trayectoria como profesional del diseño.
En 1937, Óscar Domínguez traslada su residencia al barrio parisino de “los artistas” (Montparnasse), donde destaca como pintor surrealista dentro del grupo formado por figuras como Man Ray, Marcel Ducham, o Max Ernst. También contactó con artistas como Dalí o Picasso. Realizó exposiciones tanto individuales como colectivas por Europa y América.
Tras obtener la nacionalidad francesa en 1948, el pintor canario culmina una década de intensa actividad. Lamentablemente, tras la separación de su esposa, empeoran sus problemas con la bebida y en la Nochevieja de 1957 acabó quitándose la vida. Sus restos mortales descansan en el cementerio parisino de Montparnasse.
En esta calle, en el pasado siglo XX, eran muy concurridas las tertulias que se celebraban en las “trastiendas de los negocios”. Célebre fue la de don Víctor Núñez, comerciante, pintor y político en la sombrerería y peletería fundada en 1865, comercio que aún permanece en activo. En La Laguna se decía que en esta tertulia llegó a participar el querido obispo don Domingo Pérez Cáceres.
Muy cerca de la anterior, en la conocida latonería de don Wenceslao Yanes González y sus hijos, donde se fabricaban artesanalmente, con yunque y fragua, elementos decorativos tanto para interior, como para jardines de las viviendas, farolas, regadores, cubos, etc. También arreglaban todo tipo de menaje de cocina, y se soldaban calderos, sartenes, lecheras. En este taller se reunían muchos laguneros en la sobremesa, tertulianos que participaban de ellas antes de comenzar a trabajar en sus respectivos negocios que normalmente estaban cerca.
Un veterano socialista, después de haber sufrido la represión franquista, que de mayor lo expresaba diciendo que estuvo varios años de “vacaciones” en Fyffes (salones habilitados como cárcel en Santa Cruz de Tenerife). Acudía cada tarde a la citada tertulia y llevaba un pequeño caldero envuelto en un periódico, cuando le preguntaban qué era lo que llevaba en ese paquete, contestaba lo siguiente: “Por si me para la Policía al salir de la tertulia les digo que vine a ponerle un remachito al caldero”. La veteranía o el miedo era un grado.
Por el lado izquierdo se encuentra la casa de la familia Mustelier, fundada por don Pedro Mustelier, cónsul de Francia, también de origen francés. La vivienda del siglo XVIII tiene una portada de corte barroco y está muy bien conservada. La escalera interior es de piedra y barrotes de barbusano, y tiene un patio con columnas de madera. En este lugar actualmente se encuentra un conocido restaurante.
Por el mismo lado y antes de llegar al callejón de Maquila, está situada la conocida Casa Franco de Castilla del siglo XVII, que mandó a construir el coronel Matías Franco de Castilla, síndico personero general de Tenerife. Este edificio se enmarca en el estilo barroco lagunero. Perteneció a la familia Gortázar y actualmente después de una amplia reforma está destinada a notaría. Este edificio sufrió un importante incendio que provocó modificaciones de algunas dependencias originales.
Antes de finalizar la calle y por el lado izquierdo, en la vivienda rotulada con número 99 vivió y falleció el 12 de diciembre de 1918 el doctor Olivera, que da nombre a la plaza donde termina esta importante calle comercial del caso histórico lagunero.