Rabia, miedo, incredulidad, tristeza, impotencia… La mezcla de sentimientos de los vecinos que han sido desalojados en los altos de Ravelo y de Agua García, en El Sauzal y Tacoronte respectivamente, es tan aleatoria como lo está siendo el propio incendio que está arrasando el monte tinerfeño. Muchos llevan varias noches sin dormir, esperando, pero, sobre todo, confiando en que finalmente no tuvieran que desalojar sus casas; a otros, incluso Protección Civil tocó a su puerta a las cinco de la mañana para decirles: “Tienen que dejar su casa porque viene el fuego”, y seguían sin creérselo.
A esa hora, en ambos barrios, los vecinos oyeron los primeros avisos. “Protección civil pasó con un altavoz y una sirena advirtiendo de que se iba a producir un desalojo preventivo”, explican los afectados. Un desalojo que fue rápido, aunque es cierto que, mientras unos lo hicieron en tan solo diez minutos, otros salieron después de un segundo y tercer aviso. “No terminábamos de creérnoslo, no pensamos que nos pudiera tocar a nosotros”, admiten. Quienes lo cuentan son personas que, por la cercanía al monte de sus viviendas, están acostumbrados a vivir situaciones relacionadas con conatos de incendios, o incluso algún suceso algo más aparatoso que un conato, pero todos coinciden en que “nunca habíamos vivido algo así”.
En la calle Las Mesetas, en Agua García, los miembros de Protección Civil fueron casa por casa informando del desalojo, también lo hizo el concejal de zona. Todos comprendieron la gravedad de la situación y en pocos minutos la calles se convirtió en un ir y venir de coches. Algunos incluso cargaron a sus cabras en la parte de atrás de las camionetas, otros se apresuraron a sacar a sus mascotas, y todos emprendieron la salida entre palabras de ánimo unos a otros. Muchas llamadas, la mayoría para ofrecer casa y que no tuvieran que ir a los puntos habilitados.
En El Sauzal, el alcalde, Mariano Pérez, se encargó a través de sus redes sociales de ir informando puntualmente de lo que ocurría, y las concejales de su Gobierno fueron respondiendo uno a uno a los vecinos que planteaban las dudas sobre qué calles se iban a desalojar, la San Cristóbal y parte de la Real Orotava. Al igual que en Tacoronte, la sirena de Protección Civil y el puerta a puerta fue encendiendo las luces de las casas avisadas de desalojo. El intenso humo fue el principal motivo de la evacuación, con puntos en ambos barrios en los que prácticamente no se podía respirar. Cuando se les pregunta a los vecinos cómo vivieron ese momento de tener que dejar su casa algunos respondieron: “Como si estuviéramos en un sueño”. “Es imposible, esto no está pasando”, cuenta una de las vecinas. “Nos vimos todos en la calle, dándonos ánimo unos a otros, intentando convencernos de que no iba a pasar nada y con los típicos consejos de quitar cosas de las puertas que pudieran prender, de los jardines…”, cuenta esta vecina que sigue con el susto en el cuerpo. No quiere pensar en lo que puede pasar si no se controla el fuego…
Otra de las vecinas admite que lleva dos noches sin dormir, pendiente de la evolución del incendio. “Desde el miércoles ya empezamos a preparar las cosas por si nos desalojaban, pero la verdad es que no pensamos que realmente tendríamos que dejar nuestra casa”. Relata que los primeros días vieron pasar el fuego hacia el Norte: “Pensamos que ya estaba, hasta esta noche que ha dado la vuelta, no sé qué es lo que ha pasado”.
Al igual que el resto de sus vecinos, en apenas unos minutos tenía todo listo para abandonar su casa, aunque admite que le costó hacerlo. Cuenta como Protección Civil dio cumplida cuenta de los recursos disponibles y como incluso ayudó a unos vecinos sin coche, y que, incluso, no se habían despertado aún, a prepararse. “Los avisaron y esperaron para acompañarlos al pabellón”, explica.
Incluso, gracias a las indicaciones de los vecinos, se adentraron en algunos de los caminos del monte de Agua García más próximos a la carretera para acercarse a las casas dispersas que no están a pie de calle. “Nos contaron que localizaron a un señor que vive aquí en el monte, al raso, con su manta esperancera, y él mismo abandonó sobre la marcha el monte”, relata.
Sobre la evolución de la situación, esta vecina espera que “si han salvado las casas de La Esperanza y otros sitios, confío que también lo hagan con las nuestras”.
Otro vecino, que nació y creció junto al monte, asegura que nunca habían vivido nada igual. “Aquí un año sí y otro también se suelen dar conatos, casi siempre en el mismo sitio, por la zona de Los Laureles, pero nunca habíamos tenido el fuego tan cerca, nunca”. Admite que “todo el mundo tiene miedo, por eso salieron todos tan rápido, saben lo que puede pasar”.