Fue camellera y llevaba un “rebenquito” en la mano. Se colocaba a un lado para que el animal no le diera alguna patada. Era la “más fuertita” de entre sus hermanas y hermano. Por eso era la que “jalaba” el carro hasta Arico junto a su madre “a moler un fisquito de gofio que nos daban”. Iba a buscar la “hierbita” para las cabras y la leña cuando su padre estaba embarcado en África. Y, después, se fue a “trabajar a esos mundos; a Arico”. Todo a pie desde el Porís.
Si había que arreglar semilleros, arreglaba semilleros. Estuvo en el tomate y, más tarde, en la cooperativa. “Si mi madre cogía un poquito de pescado, íbamos a Fasnia o a La Zarza. Y yo con ella. Caminando para arriba y caminando para abajo porque no teníamos quién nos llevara”. La vida de Adela Pérez González no fue tranquila. Sí feliz. Hoy recibirá el homenaje de su pueblo, en el marco del V Festival Las Hiedras, que organiza la asociación cultural del mismo nombre, para lo cual ha sido grabada por el investigador y divulgador Horacio González, que ha realizado una semblanza de su vida.
“Muy emocionante para todo el pueblo”
A partir de las 19.30 horas, en la plaza de la Punta de Abona, comenzará el evento, dentro del cual se le otorgará el Premio Cultura Tradicional de Arico 2023, el cuarto que se da en el festival. “No es solo por una labor”, explica Silvia Luis González, “sino porque ha defendido lo nuestro. Le encanta y le da vida. Siempre ha sido una persona muy dada, involucrada en las fiestas” y en la propia vida del Porís -donde una avenida lleva su nombre-, añade esta miembro de la Junta Directiva de Las Hiedras.
La alcaldesa, Olivia Delgado, la rememora “desde muy niña trabajando en el empaquetado de tomate de la cooperativa de Nuestra Señora de Abona. Recuerdo verla toda la vida igual porque por Adela no pasan los años y es muy emocionante para todo el pueblo que la asociación cultural haya tenido a bien concederle este reconocimiento”, agrega.
“Me parece maravilloso”, responde la protagonista sobre este homenaje. Maravilloso porque “me gusta ver a mi gente toda junta, que hace tiempo que no la veo. Mi gente no quiere decir mía mía”, aclara, sino “todo Arico en peso. En todo Arico tengo familia, a la que quiero un montón”, añade. Aunque va “para los noventa años”, sigue tocando el laúd, que es una de sus grandes pasiones. Pero ya no puede ir a las actuaciones en su SEAT 127 de color “verde, muy bonito”, dice. “Estoy esperando al mecánico, pero no viene a arreglarlo. De todas formas, yo voy al salón, lo caliento, lo arreglo y lo limpio. ¿Que si lo vendo? El coche se muere ahí junto conmigo; después, que hagan lo que quieran”, asegura. Tenía un laúd en casa porque allí lo dejó su tío Antonio, que murió en la Guerra Civil española.
“Los músicos se ponían ahí, en esa acera de ahí enfrente, a afinar. Y yo sacaba lo que estaban tocando. Aprendí sola”, concluye. Empezó en verano junto “a una señora, Delfina, que tocaba el acordeón, en Casa Eufemio”. Más tarde estuvo en parrandas como la de Agustín o la de don Juanillo.
Los lunes en Playa de las Américas
“Ahora estamos en la Parranda de doña Eloísa, donde vamos lejísimos, a un hotel del Sur en Playa de las Américas, los lunes. Me encanta”, dice. Y se le iluminan los ojos. Sin embargo, nunca le gustaron los bailes. “Nosotros éramos felices. ¿A esa edad? Donde nos mandaban íbamos”, explica, para subrayar que “a mí no me gustaban los bailes, pero tenía hermanas y a ellas sí y por eso íbamos a La Punta”.
Adela Pérez González ha trabajado toda su vida para mantener y sacar adelante la iglesia del Porís. “Hacíamos comedias en la iglesia y en la Casa del Vino, en un escenario de bidones para juntar dinero y tener la Virgen”, una imagen de la Virgen de Fátima. “Y con esas perras la compramos”. Más tarde vino la del Carmen, patrona de los pescadores.
“Allí estoy desde que empezó -en el templo de esta localidad-. Trabajando para comprar las cosas que hacían falta. La preparo los domingos por la tarde, por ejemplo. Limpio un fisquito hasta que llega la gente y después recojo. Ahora estamos haciendo una colecta porque queremos cambiar las ventanas de abajo, que están bichadas”, advierte.
Portera del equipo de fútbol
También jugó al fútbol y era la portera. “Hicimos un equipo todas las chicas -explica- y me pusieron de portera. Jugábamos en un campito”. De todo ello han quedado recuerdos gráficos, fotografías, de una mujer que fue pionera y que fue al colegio con doña Antonia, que era peninsular, vivía en La Laguna y, “cuando se iba, yo me quedaba encargada de las niñas y las sacaba a dar una vuelta”.
Durante su infancia, no quería muñecas, sino un muñeco, que se hizo ella misma y que se llama Federico. Aún lo tiene encima de la cama.
“Bajábamos -explica- a la Playa Grande, donde aparecían cosas porque por allí pasaban los barcos que iban a La Gomera y a Los Cristianos. Yo tenía ganas de tener un muñequito”, expresa.
Fue uniendo trozos de diferentes partes de restos que encontraba en la playa: “Un día jallé las patitas: tres o cuatro, por lo menos, jallé. Y entonces dije, ‘pues me voy a hacer un muñequito’. Cogí las dos más parecidas. Después la cabeza, que todavía tiene piche por un lado, y el cuerpito”.
Construyendo a Federico
“Estuve bastante tiempo, lo uní con elástico, después le pinté los ojos azules y la ropita la hizo mi hermana que está en Santa Cruz y que es modista. Es precioso. Hasta le pusimos nombre: Federico”, va explicando.
El tiempo transcurre y tiene vértigos. Quiere que pasen. No ya para conducir; sí para tocar el laúd en esos hoteles “lejísimos, del Sur” y cuidar de su iglesia y su pueblo, que esta noche rendirá homenaje a una mujer que sonríe por donde pasa.