Tenerife lleva unos diez años perdiendo unos 165 hectómetros cúbicos de agua cada ejercicio, lo que se refleja en un centenar menos en el acuífero insular, el equivalente a unas 63 presas de Los Campitos enteras (3 hectómetros de capacidad). Son los datos calculados el pasado miércoles por el ingeniero de Obras Públicas e hidrólogo Juan José Braojos tras concertar una entrevista con DIARIO DE AVISOS, satisfaciendo también así peticiones del Consejo Insular de Aguas. Según reconoce, después de presentar a finales de enero un profuso libro sobre la historia de las galerías de la Isla en su condición ya de experto jubilado, sus propios cálculos le han sorprendido y preocupado porque no solo confirman la crisis hídrica tan en boga y abordada en el Cabildo este viernes, sino que refleja la gravedad del cambio climático y la irresponsabilidad de los que lo niegan.
Braojos llegó a esas cifras tras analizar todas las estaciones puvliométricas de la Isla y los datos registrados en el último decenio. “Esto de la sequía no es algo de ahora -afirma-; al menos, la llevamos sufriendo desde hace diez años. Lo he comprobado y me he llevado una sorpresa desagradable porque, hasta 2014, la Isla recibía una media de 859 hectómetros cúbicos de agua de lluvia al año, pero esa cantidad ha bajado ahora en unos 165, lo que repercute, sobre todo, en la recarga de nuestro acuífero, que es el último receptor, tras lo que se pierde por las escorrentías hacia el mar (entre 10 y 15 hectómetros), la evapotranspiración y lo que consume la vegetación, que es una cantidad prácticamente fija”.
“Para colmo –advierte-, este incremento de temperaturas que sufrimos, y últimamente con más intensidad, implica que las plantas necesitan una dotación de agua superior a la que requieren en circunstancias normales”.
Preguntado por si, de mantenerse esta línea, se puede llegar a un punto crítico, su reacción es muy elocuente, aunque esperanzadora: “Dios no lo quiera porque, de ser así, nos quedaríamos sin agua, pero confío en que esto cambie y, por ejemplo, en 2025 llueva más. No obstante, llevamos estos diez años en gran descenso y con algún ejercicio con solo ciento y pico hectómetros. La situación es muy preocupante, aunque espero que sea transitoria”.
Según explica, en los acuíferos del Llano Ucanca y Las Cañadas, “que son los dos grandes embalses de la Isla (el 25% del agua de las galerías procede del segundo), los sondeos del Consejo Insular de Aguas han mostrado que, hasta 2014, había oscilaciones habituales según lo que lloviera, pero, desde entonces, la bajada es constante. Al analizar la estación de este área, comprobé, asimismo, que, en estos 10 años, solo en uno se superó la media de lluvia, en torno a 420 hectómetros. Esto significa que el agua que llega arriba la consume en su totalidad la evapotranspiración, por lo que es muy preocupante al tratarse de las dos cubetas mayores, lo que confirma el desaguado de Tenerife”.
La pérdida de aguas subterráneas repercute, según alerta, y sobre todo, “en las galerías, que la reciben de las fracturas en el exterior. En Vilaflor, por ejemplo, se abastecen para uso agrícola y consumo solo de galerías, por lo que han de estar pasándolo muy mal”.
Pese a estos datos preocupantes, sostiene que “aún queda agua para aguantar unas decenas de años, cuatro o cinco. Eso sí, lo que ocurre a corto plazo es que, por ese decrecimiento de las aportaciones, bajará el nivel a una mayor velocidad y, con ello, hay menos presión hidroestática y el caudal de las galerías que se alimentan de estos acuíferos disminuirá de forma más rápida, con lo que no habrá más remedio que usar los recursos no convencionales, como las aguas regeneradas o desaladas. No es que nos quedemos sin agua, eso lo garantizo según mis análisis y los modelos del Consejo, pero sí pasará esto”.
Además, espera que, en su momento, “se llegue a una situación de equilibrio. Ojalá no siga esta evolución, pero llegará el día en que las entradas al sistema acuífero serán equivalentes a las salidas: las de las galerías y los escapes al mar. He calculado que, en unas decenas de años, se estacionará la producción de aguas subterráneas en unos 100 hectómetros al año. Ahora estamos en unos 140, por lo que, hasta esa estabilización, seguirá bajando sin remedio, por lo que habrá que sustituirla por esa apuesta prevista para los próximos 3 años de entre 3.500 y 4.500 pipas de agua por hora regenerada. Ahora bien, serán para uso agrícola o campos de golf, por lo que no habrá más opción que echar mano también de las desaladoras para el abasto urbano (se calcula 4.000 pipas)”.
Esto último, según añade, es lo que se prevé para Valle de Guerra, “donde hay media docena de galerías que casi no han aportado agua, por lo que se abasteció hasta ahora de pozos que ya están en decadencia. En esta zona, se hará una desaladora que ya tiene proyecto porque no queda otra”.
No obstante, y ligándolo a su reciente libro sobre la extracción de agua desde 1840, cuando constan las primeras búsquedas, remarca que la sequía estuvo muy presente en la historia de Tenerife y que fue la que impulsó, precisamente, el aprovechamiento de los nacientes y, luego, los pozos y galerías, sobre todo tras descubrirse el acuífero a inicios del XX.
evolución histórica
Según explica, en 1840, y con la intención de crear en Santa Cruz los luego célebres lavaderos “porque la situación era crítica (al no haber galerías y la Isla abastecerse solo de manantiales), el Ayuntamiento emula lo que se hacía en otras islas tras descubrirse que hacer perforaciones en los alrededores de los nacientes mejoraba mucho el caudal”. Para eso, se usan barrenos y se perfora en Anaga lo que acabó llamándose La Cueva del Francés (por un experto que se hallaba en la Isla), “donde obtienen agua. A partir de este éxito, se crean más de cien sociedades para perforar junto a nacientes, de 1840 a 1915, ejecutándose pequeñas galerías (de 100 a 200 metros), pero aún se desconocía el agua del interior”.
La que se extraía con esta fórmula, sin embargo, seguía siendo insuficiente (una media de 22 hectómetros al año) porque la que se lograba se le quitaba al naciente, aunque esas sociedades sí mejoraron las canalizaciones, aprovechamientos y la disponibilidad del líquido en zonas urbanas y campo.
La situación cambia con el túnel creado desde la vertiente norte de Anaga (Roque Negro) a la sur (Los Catalanes) para trasladar 140 pipas a la hora. Esta obra comienza a finales del XIX, se para en 1902, se retoma en 1910 y, dos años después, aparece por la boca sur “un torrente de nada menos que 2.000 pipas por hora, cifra que pocas galerías han obtenido, si bien con tan mala fortuna que ese gran caudal ocasiona un fuerte chorro, lodazal y escombros en 1913, y mueren cinco operarios”.
Más allá de esta tragedia, se constata que el interior esconde agua y, además, “en cantidad. A partir de ahí, ya no se perfora junto a nacientes y se busca en el acuífero profundo como sea. Empieza, de verdad, la explotación. En 1925, la galería Los Huecos, en Arafo, es la primera en conectar con el acuífero, con mil y pico pipas, y luego le siguen otras por el Norte y Sur”.
La guerra interrumpe esto, pero, en 1940, se reanuda con un inusitado interés. “De hecho, se habló de ‘la fiebre del agua’ por la rapidez de las concesiones. Como es natural, esto incrementa la disponibilidad de agua y crece hasta que, en 1965, se alcanza el tope (7.000 litros por segundo y 220 hectómetros al año, 10 veces más que en el XIX) y la curva ascendente empieza a bajar, ya de forma imparable porque las piedras tienen cada vez menos agua en los compartimentos, que son más compactos cuanto más interiores, con lo que los nuevos alumbramientos ni compensaron ni compensarán el descenso de los primitivos caudales, pues son simplemente de estanques naturales”.
Y este descenso, según recalca, “seguirá hasta que no se dé ese equilibrio del que hablo entre las entradas por lluvias (200 hectómetros ahora al año) y el retorno del consumo (lo que penetra al regarse o las pérdidas de las redes de conducción públicas: unos 50 hectómetros) y lo que se explota”.
Braojos recuerda que, ya en 1990, expertos como Navarro Latorre advirtieron de que el acuífero seguiría descendiendo y que habría que recurrir a la desalación, por lo que resalta el paso dado en su día por Santa Cruz con una desaladora (tras la de Cepsa y la de Unelco) que, desde agosto pasado, aporta 2.200 pipas a la hora, “algo imposible para cualquier galería: qué sería de la ciudad sin ella”. Además, recuerda que, tras ser pionera en aprovechar la lluvia horizontal desde 1940 en Anaga, la ciudad tuvo que requisar agua a agricultores de Güímar en los 70 y optó por pozos, que también fueron insuficientes.