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Las tres millas del migrante en Las Raíces

Dos senegaleses que llegaron en patera a Canarias, Abdoul y Seydou, relatan al DIARIO su lucha por sobrevivir
Abdoul y Seydou recorren cada fin de semana los cinco kilómetros que separan el campamento de Las Raíces del casco urbano de La Laguna. Fran Pallero
Abdoul y Seydou recorren cada fin de semana los cinco kilómetros que separan el campamento de Las Raíces del casco urbano de La Laguna. Fran Pallero

Cinco kilómetros, lo equivalente a aproximadamente tres millas, es la distancia que separa el campamento provisional para inmigrantes de Las Raíces, en La Laguna, del casco urbano de la ciudad. Ese es el recorrido que, entre pequeños trozos de acera y un amplio trazado por el borde de la carretera de La Esperanza, emprenden cada día decenas de usuarios del recurso con el objetivo de acceder a servicios como el correo postal, o para vagar por las calles en busca de un faro que les guíe; que les ayude a vislumbrar una solución a la interrupción de su proyecto migratorio, con destino la Península o el extranjero.

Se trata de unos 7.000 pasos que Abdoul y Seydou, dos jóvenes senegaleses de 22 y 30 años, recorren los fines de semana. De lunes a viernes, confiesan a DIARIO DE AVISOS que permanecen alerta en el campamento, dado que hasta allí se desplazan abogados con los que están tramitando sus solicitudes de asilo político en España. Y como al parecer el personal del recinto no les avisa de qué día se personarán los letrados, ellos han optado por quedarse en el centro todas las jornadas laborables.

En la otra orilla, aguardan noticias de Seydou sus padres y sus dos hermanos pequeños. Cuenta que se dedicaba a faenar en barcos pesqueros en Mauritania, y que, a pesar de estar acostumbrado a las sacudidas del mar, ningunas son comparables con las que experimentó a bordo del cayuco que le trajo a Canarias. Pagó 3.000 euros por un trayecto de Gambia a las Islas del que no sabía si sobreviviría. De hecho, señala que el último de los nueve días de travesía se quedaron sin combustible. Nadie navegaba en las proximidades, por lo que solo les quedaba esperar. Puede que a la muerte. Sin embargo, fue gracias a un helicóptero de Salvamento Marítimo, que les localizó a la deriva, que vivió para contarlo.

Ambos jóvenes suelen rondar la zona de La Concepción, como otros de sus paisanos. Piden unas monedas para tomar café y, con suerte, consiguen que alguien entre al supermercado y les compre algo de comer. Aunque para Abdoul y Seydou, una taza de bebida caliente es suficiente, según dicen, puesto que la toman para combatir el frío de Las Raíces. Es más, es la única queja que esgrimen del campamento. Los problemas denunciados por sus compañeros sobre la alimentación (“gorgojos en la comida y olor a rancio”) o el hacinamiento -hay más de un millar de personas internadas- son nimios para estos dos chicos, y es que la vida les ha curtido; a lo largo de su trayectoria vital han estado en peores situaciones. Seydou subraya incluso el hecho de que “en Las Raíces no nos han sacado el dinero”.

Preguntado por el significado de esa afirmación, explica que, en un intento de abandonar el hotel en el que fue alojado tras su llegada al Archipiélago hace cinco meses, ubicado en el Puerto de la Cruz, cogió una guagua al Sur, donde le dijeron que había un grupo de senegaleses que solía dejar alojar a otros africanos en su casa. Así era, pero de nuevo el destino le deparaba una sorpresa. De acuerdo con su relato, dormían en el suelo de un salón y les cobraban 15 euros la noche. Así fue como a él -que afirma que desconocía que debía pagar- le arrebataron 75 euros que su hermano, residente en Italia, le había mandado.

Sin embargo, no es más que una de tantas injusticias que tienen lugar en España. Baba, un senegalés que lleva cerca de 20 años en nuestro país y cuenta con nacionalidad española -al haber reunido los innumerables requisitos que le exigían-, hace un alto en el camino para entablar conversación con los jóvenes. Se siente identificado con esta última historia. “Con perdón: nos hacen muchas putadas; se aprovechan de los inmigrantes, que llegamos sin nada”, relata. Poco después se marcha deseándoles suerte. Lo hace con una mezcla de indignación y lástima. No debería ocurrir.

Abdoul, por su parte, que prefirió dejar que Seydou contara el periplo que les ha llevado hasta estar sentados en la mesa de una terraza hablando para un periódico canario, fue conciso, pero claro: “No quiero estar en Canarias. Quiero ir a la gran España (Península). Mi hermano mayor me espera en Barcelona”.

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