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Los afectados por el volcán de La Palma, entre la magua por el pasado y la incertidumbre por el futuro: “¿Y si hay otra erupción?”

Un año después de que la lava se llevara la casa de la familia de Alonso y que la ceniza sepultara la de Vicente, DIARIO DE AVISOS recoge el testimonio de estos dos afectados para visibilizar cómo se sienten, cuánto han cambiado sus vidas y qué preguntas se hacen sobre su futuro en la Isla
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Alonso Plasencia (izq.) y Vicente Leal (dcha.), dos afectados por la erupción del volcán de La Palma | Foto: Kike Rincón (Europa Press) / DA

Hay una palabra canaria que refleja a la perfección el sentir de los afectados por la erupción del volcán de La Palma: magua. Según la Academia Canaria de La Lengua, el significado de este vocablo es “pena, lástima, desconsuelo por la falta, pérdida o añoranza de algo, o por no haber hecho una cosa que hubiera redundado en beneficio propio”. Un año después de que la lava se llevara la casa de la familia de Alonso y que la ceniza sepultara la de Vicente, DIARIO DE AVISOS recoge el testimonio de estos dos afectados para visibilizar cómo se sienten, cuánto han cambiado sus vidas y qué preguntas se hacen sobre su futuro en la Isla.

LA MAGUA

La familia de Alonso Plasencia residía en Los Campitos, una zona rodeada de naturaleza a los pies de Cumbre Vieja. Su casa, el colegio de su hijo, las calles por donde paseaban y la ventita donde hacían sus compras desaparecieron hace un año entre la lava. Por ello, aunque Alonso se considera un afortunado por ser su familia la única de La Palma que ha recibido una vivienda como donación, siente que no puede quitarse esa magua de encima: “Pese a la suerte, hay días que nos da la bajona, nos ponemos a pensar en el precioso paisaje de Los Campitos y en las cosas que se nos quedaron en casa. Es como un ser querido que pierdes y, con el tiempo, sigues recordando su sonrisa”.

Pese a todo, Alonso trata de aferrarse a lo positivo, como al hecho de haber conocido a Siglinde y Federico, la pareja de alemanes que les regaló una casa tras conocerles en un grupo de Facebook de afectados por el volcán en el que buscaban vivienda. Más allá de la noticia solidaria, que salió a la luz hace apenas unos meses, la relación que mantienen se ha fortalecido con el tiempo y todos comparten “cumpleaños, almuerzos y un montón de cosas más”.

BUSCANDO UN PORQUÉ

Gran parte de los afectados por la catástrofe derivada de la erupción en Cumbre Vieja siguen necesitando atención psicológica. Este es el caso de Alonso, que reconoce que todavía trata de dar respuesta en consulta a algunas de las cuestiones que le pasan por la cabeza: “¿Por qué a nosotros?”, “¿por qué tenía que entrar en erupción el volcán donde estaba nuestra casa?”. Sin embargo, asegura que poco a poco comienza a disfrutar del regalo que ha recibido, su nueva casa en El Paso: “Poco a poco comienza la felicidad, estamos en un sitio con naturaleza y dentro de todo, nos sentimos afortunados”.

Afectado emocionalmente por la situación también está Vicente Leal, propietario de una casa que se ha vuelto un ejemplo de resistencia palmera: la vivienda más cercana al volcán, la que consiguió desenterrar de las cenizas. Él, cuenta, lleva cinco meses sin poder acceder a su casa y tampoco conoce los motivos que han llevado a la prohibición, ya que la vivienda no está en Puerto Naos ni la Bombilla, “allí no lo han justificado por los gases y ni siquiera se han dignado a reunirse con nosotros para explicarnos los motivos”.

INCERTIDUMBRE POR EL FUTURO

El entorno próximo a la vivienda de Vicente permanece igual que la última vez que lo visitó: “Sin carreteras, ni tuberías para el agua, ni instalación de la luz. Cuando llegas, lo único que encuentras es una valla que prohíbe el paso sujetada con dos columnas hechas con piedra del volcán y una garita para el personal de seguridad”.

Vicente afirma que vive con la incertidumbre sobre cuál será el futuro de su casa, algo que le trae “de cabeza”. Y es que, después de haber desenterrado las fachadas y quitado los piroclastos de un estudio anexo a la misma, ahora se encuentra con que no sabe si algún día su familia podrá volver a residir allí. Su sospecha, cuenta, es que quieren “proteger la zona, convertirla en una especie de Parque Nacional y dejar dentro del perímetro mi casa y aquella otra a la que le salió un tubo volcánico de dentro, la de Amanda”.

El temor de Vicente es que no se cuente con los propietarios a la hora de decidir el futuro de la zona más cercana al cráter volcánico. Y es que, pese a todo, recuerda, “esa casa sigue teniendo propietarios”: “Cada vez que pienso en esto, no duermo. El no saber psicológicamente me mata“.

Mientras tanto, a Alonso le dañan los rumores sobre una nueva erupción volcánica, ya que asiduamente “se escuchan movimientos sísmicos por aquí, cerca de nuestra nueva casa en El Paso”. A veces, se asoma a la ventana y ve un helicóptero rondar la zona y a personal del IGN con sus sismógrafos y se pregunta: “¿No será que tengamos tanta mala suerte de que vuelva a haber una erupción y nos toque otra vez? No quiero ni pensarlo”.

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