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¿Está el tesoro de Cabeza de Perro enterrado en el Peñón del Fraile del Puerto de la Cruz?

El templete con la cruz sobre la gran roca, símbolo tradicional del Puerto de la Cruz, construido en 1813 por el comerciante genovés Luis Carlos Lavaggi, cumple 200 años de historia rodeado de evocaciones y leyendas
Cabeza de Perro

Las leyendas, por muy viejas y olvidadas que estén, permanecen vivas en los rincones más insospechados. En medio de la cosmopolita y turística ciudad del Puerto de la Cruz persisten vestigios valiosos de tiempos lejanos que, en silencio, camuflados dentro de la urbe moderna, guardan historias dormidas por el olvido. El Puerto, por un inexplicable proceso contradictorio, no ha perdido del todo aquella esencia de pueblo marinero que le dio origen hace 500 años.

Ese aire añejo se percibe todavía, de manera especial, en el barrio marinero de La Ranilla. En un extremo del barrio permanece firme un ilustre centinela gigante. Es el Peñón, el Peñón del Fraile, un promontorio coronado por una cruz bajo templete que presume de ser uno de los símbolos de siempre de esta ciudad norteña. Y lo es con fundamento: el Peñón figuró en el escudo heráldico del municipio durante mucho tiempo, da nombre al campo de fútbol al que está anexo y a un club de la localidad, pero, sobre todo, tiene ya 200 años de historia y es un emblema de la ciudad turística.

Esa ya larga y ajetreada existencia merece ser recordada por los acontecimientos excepcionales de los que fue mudo testigo y, muchas veces, hasta protagonista. Este singular Peñón nació de un volcán, un fraile lo convirtió en lugar de oración, presenció ajusticiamientos, suicidios y hasta un milagro, sirve hoy como atalaya y palco deportivo, y cuentan viejas leyendas que todavía esconde entre sus piedras el tesoro de un pirata.

El Peñón del Fraile es, en realidad, una gigantesca roca volcánica. Se cree que fue originada por la erupción del volcán Taoro, o de Las Arenas, sobre 1430. La enorme piedra rodó por las laderas y quedó finalmente varada muy cerca de la costa. Hoy en día se puede ver sobre ella un templete clasicista, sencillo, rematado con una semicúpula y una cruz en su interior.

EL FRAILE

Según cuenta el escritor y archivero portuense Fernando Viale en su libro La Ranilla: una mirada retrospectiva, se le denominó Peñón del Fraile en honor a fray Juan de Jesús, un monje icodense del convento de Santo Domingo que hizo de esta, por entonces apartada y solitaria peña, su capilla para el retiro y la oración. En la parte alta de la peña colocó una cruz tosca, formada por dos troncos secos de verode. Cuenta la leyenda que la sencilla cruz florecía de tal forma que cubría toda la desnuda roca. Cuando el monje se retiró finalmente al convento de San Diego del Monte, en La Laguna, los verodes se secaron y no volvieron a reproducirse, con gran asombro del pueblo, que lo tomó como un hecho extraordinario y milagroso. Fray Juan de Jesús subía con frecuencia al Peñón para concentrarse mejor en sus oraciones en soledad. Finalmente, se trasladó a La Laguna, donde falleció en 1687.

EL MECENAS

El segundo protagonista de esta historia es un mecenas. El comerciante Luis Carlos Lavaggi, nacido en 1768 en Génova, se radicó en el Puerto de la Cruz a principios del siglo XVIII tras residir un tiempo en Cádiz. Llegó a tener gran fortuna e influencia en la Isla. Desempeñó el cargo de cónsul general del entonces Estado de Génova. Murió en el Puerto de la Cruz en 1828. Se conserva su nombre en el callejero de la ciudad y hasta la que fue su residencia. Seguramente movido por sus profundas creencias religiosas y su amor a su pueblo de adopción, en 1813 Lavaggi tuvo la feliz idea de ennoblecer la rústica capilla existente en lo alto del Peñón del Fraile. Lo cuenta con todo detalle el escritor y cronista portuense José Agustín Álvarez Rixo en sus Anales. Lavaggi mandó a construir el templete para dignificar a la cruz allí existente y, asimismo, financió la pavimentación de la calle anexa que conduce al cementerio de San Carlos y la plantación de palmeras, que formaron un bonito paseo. Sobre la gran mole de lava construyó un terraplén donde plantó una gran cruz de bronce, y para acceder hasta ella instaló una pequeña escalinata de piedra. En 1815 se rindió homenaje al mecenas genovés colocando una lápida en su memoria en El Peñón, lápida que, por cierto, desapareció a principios del siglo XX. En 1855, el conjunto se completó con la construcción en lo alto de la roca del actual templete, que en 2002 fue rehabilitado y restaurada su cúpula de bronce y la escalinata, por iniciativa del Ayuntamiento y la asociación de vecinos La Peñita.

EL AJUSTICIAMIENTO

El Peñón y su cruz fueron también testigos privilegiados de un ajusticiamiento. Tal y como cuenta en uno de sus libros el escritor y profesor portuense Antonio Galindo Brito, muy cerca de la gran roca se llevaron a cabo en julio de 1881 unas de las últimas ejecuciones a garrote vil en España. Dos lugareños, el carpintero Manuel Brito y el albañil Pedro Armas, fueron ajusticiados por haber dado muerte a cuchillo en 1878 al administrador de la firma comercial británica Reyd-Miller, James William Morris, para robarle la llave de su caja de caudales. Los dos criminales, después de apoderarse del dinero, enterraron a Morris en una tumba abandonada en el cercano cementerio de San Carlos. El mal olor del cadáver acabó descubriendo su crimen, y en aquel caluroso mes de julio de 1881 fueron ejecutados a garrote vil frente al Peñón.

Lo que muchos desconocen es que el portuense Peñón del Fraile entró en la leyenda por culpa de un despiadado pirata tinerfeño que en su época gozó de mucha y mala fama, y que murió ajusticiado sin que se supiera dónde guardaba el cuantioso botín de sus incontables fechorías marítimas. Hablamos del pirata Cabeza de Perro. Aunque para algunos fue un personaje de ficción, nacido de la imaginación popular y novelado por el escritor Aurelio Pérez Zamora, el cronista oficial de Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Ledesma, da fe de que fue un personaje real. Su nombre de pila era Ángel García y nació en 1800 en el pueblo de Igueste de San Andrés. El apodo le venía por sus poco afortunados rasgos físicos: “Su cuerpo era grueso y rechoncho, con una nariz chata, ojos pequeños, boca grande y dientes separados, y una cabeza abultada y deforme que solía llevar cubierta para disimular su deformidad”, explica Ledesma.

EL PIRATA

Según narra el cronista oficial, Ángel había sido un niño maltratado y solitario que creció huraño, arisco y resentido. Cuando se hizo mayor y pudo tener un barco se sintió libre y poderoso, y dio rienda suelta a sus más bajos instintios, convirtiéndose en un temible pirata negrero de los mares de las Antillas. Con su barco, El invencible, ganó fama y fortuna asaltando y saqueando todo tipo de embarcaciones que encontraba a su paso, y asesinando sin piedad a hombres, mujeres y niños. Curiosamente, nunca cometía sus fechorías en aguas de su Isla natal, a la que volvía de vez en cuando a refugiarse en su casa.

Relata José Manuel Ledesma que, ya mayor y achacoso, y atormentado por el recuerdo de una niña a la vio ahogarse ante sus ojos sin auxiliarla, Cabeza de Perro decidió jubilarse de la piratería: vendió el Invencible y compró un pasaje en La Habana para regresar a Tenerife. Nada más pisar tierra firme en Santa Cruz, su grotesca figura enfrascada en un llamativo traje blanco de indiano, con sombrero, paragüas y un loro al hombro, provocó las burlas de la chiquillada. Ángel, enfadado, los desafió con su afilado paraguas y su cuchillo, pero terminaron a pedradas contra él. Tuvieron que intervenir los guardias, y ahí lo identificaron. Era inconfundible. Lo encarcelaron en el Castillo de Paso Alto. Allí permaneció largo tiempo hasta que, sobre 1860, fue sentenciado a muerte. Cuentan que lo fusilaron en Los Llanos, de madrugada, detrás del cuartel de Infantería, entre el castillo de San Juan y los molinos de los Anacletos.

EL TESORO

La leyenda afirma que los tesoros obtenidos por Cabeza de Perro en sus muchos años de fechorías por el Caribe y las Antillas los guardó a buen recaudo en un sitio secreto y después envenenó a toda su tripulación para que nadie pudiera encontrarlo. Y así ha sido, al parecer. Unos afirmaban que el pirata tinerfeño guardó su botín en las Islas Salvajes. Otros, en cambio, decían que lo enterró en su isla, en Tenerife. Así, se citaban varios posibles y muy distantes emplazamientos, como el barranco de Afoche, en Güímar, o la Cruz del Draguillo, en Anaga.

Otras versiones aseguraban que Cabeza de Perro escondió kilos de oro y joyas en el mencionado Peñón del Fraile portuense. Dicen que lo guardó dentro de las rocas, en una grieta que habría quedado cubierta para siempre tras las obras realizadas en 1855, cuando instalaron en lo alto la cruz y el templete que actualmente se conservan.

Lo cierto es que el tesoro del pirata Cabeza de Perro nunca fue hallado, que se sepa, a pesar de los denodados esfuerzos de muchos buscadores. No obstante, hubo quien afirmó que en el siglo XIX un comerciante irlandés lo encontró en una grieta del Peñón y se fue de la Isla con él, para siempre. Pero tampoco hay constancia de que tal cosa fuera cierta.

En definitiva, nadie puede asegurar que en la actualidad el fabuloso tesoro de Cabeza de Perro no siga escondido en las entrañas del emblemático Peñón del Fraile. La leyenda sigue viva.

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