Aunque en estos tiempos la memoria es cada día más frágil, por la sucesión de acontecimientos que se entrecadenan entre sí y la capacidad kleenex que tienen las noticias en las redes sociales, lo cierto es que este mes de agosto, próximo a terminar, quedará en nuestras retinas como uno de los más negros en la reciente historia de Tenerife. Y no solo por el devastador incendio del 7% del territorio de la Isla.
Comenzó el mes por excelencia del verano con una ola de calor casi jamás vista en las Islas, con temperaturas por encima de los 40 grados, esas mismas máximas posibilitaron poco después la rápida combustión de buena parte de nuestra masa forestal.
Con esas condiciones se celebraron las fiestas de la Patrona de Canarias, con la prohibición de peregrinar por nuestros montes y los caminos tradicionales. Sin embargo, justo cuando la imagen de la Virgen regresaba la noche del 15 a su altar de la Basílica, un fuego sorprendía al Valle de Güímar por encima del mirador de Chivisaya (Lomo Redondo), justo el mismo lugar donde un mes antes se había iniciado otro fuego. A medianoche, a media hora de prender la mecha -todo apunta a la intencionalidad- ya estaban allí los primeros bomberos. El viento y la sequedad del terreno hicieron al fuego correr como la pólvora desde Arafo hasta Igueste, sin que la presencia con la luz del día de los primeros helicópteros pudiera parar las llamas. Así, fue creciendo hasta coger la dorsal y penetrar desde El Rosario hasta La Orotava. Una semana de intenso trabajo por tierra y aire fue necesario para dar por estabilizado el mayor incendio en la isla de Tenerife en este siglo.
Un acontecimiento tan atípico que dejó una imagen nunca vista con anterioridad, la presencia de cenizas, hasta de trozos de pino y pinocha, sobre las azoteas de las casas de media Isla e incluso una enorme marea negra sobre las playas, como ocurrió con las del Valle de Güímar. El paveseo (restos de pinocha o cortezas que suben junto al aire caliente y que son desprendidos debido a la expansión del pirocúmulo a kilómetros del foco principal del incendio) fue el gran enemigo para las cuadrillas forestales, que milagrosamente no sufrieron daño alguno, como toda la población tinerfeña, pero que dejó una huella difícil de olvidar.
Hace replantear la idea de una nueva reforestación lejos de sembrar 1.000 pinos en una hectárea, como se hizo hace cuarenta años.
No apesadumbrados por el incendio, agosto también nos dejó la triste imagen de nuestras playas cerradas por vertidos (El Médano), pero sobre todo por la presencia de nuevo de las cianobacterias (microalgas), desde el litoral de Santa Cruz hasta Santiago del Teide.
El fuerte calor, la calima y el mar en calma bastaron por un nuevo episodio de microalgas, aún hoy presente en nuestras calas, para desgracia de nuestros bañistas.
Y para rematar, este mes de verano también nos trajo la recuperación de las mascarillas. La mala calidad del aire en hasta 22 de los 31 municipios de la Isla, debido al humo del incendio, obligó a las autoridades a recomendar el uso de las olvidadas FFP2 de la época de la COVID, así como no abrir ventanas y puertas, además de abstenerse de realizar actividades al aire libre, quedando suspendida infinidad de actos festivos y conciertos; el Puerto de la Cruz optó por redimensionar su programación cuando el fuego y el humo sobre el Valle de La Orotava.
El último gran incendio de Tenerife, ahora estabilizado, no solo será recordado por su daño medioambiental, sino por los episodios que vinieron asociados a él y que, al menos, en dos semanas les cambió la vida a los tinerfeños, a los casi trece mil que fueron desalojados de sus casas por unos días.