El curso de la historia pudo haber cambiado en Tenerife, donde se escribió un capítulo que podría haber alterado significativamente el panorama geoestratégico de la primera mitad del siglo XX.
En 1939, con la Guerra Civil española recién terminada, el dictador Francisco Franco declaró a España neutral en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de esta neutralidad, y debido a las simpatías del régimen por los alemanes e italianos, se elaboró un plan defensivo para proteger puntos estratégicos de Tenerife ante una posible invasión aliada.
En este contexto, la costa del valle de La Orotava y Acentejo se convirtió en una pieza clave para las potencias enfrentadas en el conflicto. DIARIO DE AVISOS, junto al historiador Francisco Javier León, exploró la historia de la decimoprimera Batería Quinta Roja, una estructura militar situada en Los Lirios, Santa Úrsula. Esta batería tenía la misión de vigilar el litoral norte en caso de invasión.
Según explica León, en 1941, Franco decidió equipar esta fortificación con dos cañones para defender las playas del Puerto de la Cruz, que eran más vulnerables debido a su configuración. Sin embargo, esta defensa resultó simbólica, ya que los cañones de 150 milímetros eran obsoletos y fácilmente destruibles en un ataque aéreo.
La batería fue finalmente desmantelada en 1957, aunque su utilidad militar ya había disminuido con el inicio de la Guerra Fría. Desde su desartillado en la década de 1950, el lugar sirvió principalmente para el servicio militar de los civiles.
Hoy, la batería se encuentra en estado de abandono y sin placa identificativa de patrimonio. Durante su operatividad, fue comandada por destacados militares como el capitán José García Borges, conocido por su amistad con el científico Telesforo Bravo y su vocación arqueológica. Muchos de sus hallazgos prehispánicos se conservan en el Museo Arqueológico de Puerto de la Cruz.
La funcionalidad de este vestigio terminó en 1957, en gran parte debido a las acciones del alcalde de Puerto de la Cruz, Isidoro Luz Carpenter. La batería estaba situada en una finca de plátanos propiedad de este político. Con el desarrollo agrícola de la finca, se solicitó al ejército que retirara los cañones, completándose así el desarme de la batería.
Aunque la estructura original ha desaparecido casi por completo, los pasillos que daban acceso a las piezas artilladas sobrevivieron hasta hace pocos años. Hoy, la maleza cubre gran parte de las instalaciones que en su tiempo fueron vigilantes del norte de la Isla. La historia que pudo ser y no fue.