Una de las mayores tragedias ocurridas en Las Cañadas del Teide sucedió tal día como hoy en 1947. Un camión con 47 excursionistas del Puerto de la Cruz se despeñó por un barranco, en la zona del Tabonal Negro. El balance del suceso, que conmocionó al Valle de La Orotava y a la Isla entera, fue de cinco muertos y 40 heridos. Según las crónicas, el sepelio de los cinco fallecidos fue la expresión de duelo y dolor más impresionante y multitudinaria que había visto los más viejos del lugar.
DIARIO DE AVISOS recordó este suceso histórico en un reportaje especial publicado el 9 de febrero de 1997, con motivo del 50 aniversario de la tragedia. Se trataba de una excursión de jóvenes portuenses, una de las que organizaba frecuentemente la pandilla de la Sociedad Iriarte. Era domingo, como hoy. Un camión Willys, matrícula TF-5706, conducido por Miguel Díaz Villar, salió del Puerto de la Cruz con 45 excursionistas a bordo -la mayoría veinteañeros-, sentados en unos rústicos asientos de madera. Esa mañana amaneció lluviosa, así que hubo que instalar el encerado en el camión.
Desde que el Willys se puso en marcha no cesaron los cánticos y la fiesta, con música de guitarras y timples. “Más madera, que es la guerra”, repetían algunos cada cierto rato a grito pelado. A la altura del barrio orotavense de Barroso, una vez superado el mar de nubes, el chófer decidió parar ya que hacía un sol espléndido y se podía retirar el encerado -a la postre, esto salvaría muchas vidas-. La mayoría aprovechó para soltar las piernas y echarse el primer “tanganazo” de vino.
Aquella guagua improvisada siguió su lenta ascensión en dirección hacia Las Cañadas del Teide. El objetivo era ver la nieve que todavía quedaba en las cumbres de la Isla. Nadie podía imaginar que ese día la nieve iba a cambiar de color -Y la blanca nieve se volvió morada, tituló Manuel Hernández un poema alusivo-, igual que iba a cambiar la vida del cerca de medio centenar de personas que viajaban en aquel camión condenado.
Una de las pasajeras, Victoria Acosta, relató en 1997 a DIARIO DE AVISOS que en ese preciso instante cantaban una canción de moda que resultaría desgraciadamente premonitoria: “Se va el caimán. Y se fue para la barranquera…” Cuando el vehículo circulaba por el punto kilométrico 41 de la carretera de La Orotava a Vilaflor, apenas unos 300 metros después de pasar frente al antiguo puesto de la Guardia Civil -ya desaparecido-, les sorprendió la tragedia. Las manecillas del reloj superaban apenas unos minutos del mediodía. Al parecer, el exceso de velocidad y el sobrepeso en el pasaje hicieron perder el control del camión en el instante que tomaba una curva cerrada. Se salió de la calzada, chocó contra un promontorio, cedió una baranda, volcó y cayó al fondo de un barranco de unos sesenta metros, dejando a su paso un impresionante reguero de cuerpos humanos amontonados y gritos de horror.
La crónica de La Tarde describió al día siguiente que “el camión se hallaba en el fondo de la barranquera y solo se oían gritos de auxilio y ayes de dolor de las infelices víctimas… Por tratarse de un lugar muy pendiente, los heridos tuvieron que ser trasladados a la carretera con cuerdas, improvisándose camillas… Más de treinta vehículos se congregaron en el lugar del siniestro, cooperando sus ocupantes en la tarea de auxiliar a los numerosos heridos que fueron trasladados al Hospital de La Orotava”.
Un testigo narró a Aire Libre que al llegar al fondo del barranco “ninguno de los accidentados podía valerse por sus propios medios y todos daban la impresión de hallarse muy malheridos. Del confuso montón de hierros retorcidos salían gritos desgarradores. Muchos heridos habían quedado aprisionados entre los restos del camión”.

Los ocupantes de la cabina y los tres jóvenes que iban sobre ella se llevaron la peor parte. Murieron en el acto Eligió Ojeda García, de 19 años; José Manuel Luis Abreu, de 24, y el niño Gregorio Correa Ceballos, de 12. Minutos más tarde fallecieron Lucio Díaz González, de 68 años -padre del chófer del camión-, y Manuel Hernández, de 23. Los más de cuarenta ocupantes restantes resultaron heridos de mayor o menor consideración. Varios presentaban lesiones de gravedad, entre ellos Jaime Carrillo, Santiago García, Margarita Jordán y, el más grave, Félix Padrón García (Fifo), quien lograría salvar su vida aunque a costa de quedar con el rostro desfigurado. José González Estévez quedó cojo. Fue el último en abandonar el hospital, seis meses después del accidente. Con posterioridad tuvo que someterse a 14 operaciones.
Se da la circunstancia de que el día del accidente se encontraba también de excursión por el Teide un grupo numeroso de médicos de la Isla. El destino les envió cerca de la tragedia para que pudieran colaborar en los primeros auxilios. Entre otros muchos, estaban José Pérez, Tomás Bencomo y Celestino Cobiella, a quien todos los heridos conocían y reclamaban a gritos. En los primeros momentos resultó asimismo providencial la intervención de los efectivos del cercano puesto de la Guardia Civil y de un grupo de guías montañeros del Frente de Juventudes de Santa Cruz, que se encontraba también de excursión en Las Cañadas.
Los heridos fueron atendidos en el puesto de la Guardia Civil y en El Portillo. Poco a poco se les trasladó más tarde hasta el Hospital de La Orotava. La noticia del accidente corrió como un reguero de pólvora. El Valle de La Orotava y toda la Isla quedaron impresionados por la magnitud del suceso. Centenares de personas se trasladaron a la Villa. En Puerto de la Cruz el Círculo Iriarte suspendió un baile que tenía anunciado. Cuentan los cronistas que otros muchos actos públicos se suspendieron y hasta cerraron los comercios.

El entierro de las cinco víctimas se celebró al día siguiente, el lunes día 10. Primeramente, los cinco féretros fueron llevados a pie desde el Hospital de La Trinidad hasta la plaza de la Paz, a la entrada de La Orotava, acompañados por la Banda Municipal de Música. Desde allí un camión descubierto los transportó al Puerto de la Cruz, donde llegaron sobre las ocho de la tarde. Una multitud de miles de personas les acompañó a pie por las calles Blanco y San Felipe hasta el cementerio portuense. Recibieron sepultura cuando eran ya las diez de la noche. El escritor y cronista portuense Melecio Hernández fue testigo de esa escena que nunca pudo olvidar, a pesar de que solo tenía once años. Así lo contó a DIARIO DE AVISOS en 1997: “Era impresionante ver aquella cantidad de gente acompañando a los cinco féretros, en silencio y con la noche cayendo sobre nosotros, en el momento que Carmen y María Luisa García Interpretaban desde el Ayuntamiento una pieza al violín, al paso del cortejo”.
La práctica totalidad de las primeras autoridades de la Isla se dieron cita en el entierro, desde el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, hasta el vicario capitular de la Diócesis. La práctica totalidad de las poblaciones del Puerto de la Cruz y La Orotava estuvo presente en el último adiós a las cinco víctimas mortales. En palabras de la prensa local, “el sepelio constituyó un a grandiosa manifestación de duelo”.
Algunos supervivientes del accidente quedaron con secuelas físicas, pero la inmensa mayoría nunca logró superar las psíquicas. María Llanos confesó al DIARIO que ese día se puso “como una venda en los ojos para no recordarlo nunca”. José González no pudo deshacerse de la angustiosa sensación de vacío que sintió cuando caía con el camión al fondo de aquel barranco. Él, como la mayoría de los supervivientes, padeció claustrofobia y miedo a las multitudes. Marina Acosta, la única de los pasajeros que no sufrió ni un rasguño, tardó más de veinte años en volver a Las Cañadas. Su hermana Victoria no pudo soportar nunca el olor a wisky, que fue con lo que le curaron las heridas en un primer momento al no haber en el botiquín suficiente alcohol para todos los heridos.

Victoria Acosta quedó muy marcada por la desgracia ya que entre los muertos estaba su novio, Manuel. “Fue un golpe muy fuerte. Ese día perdí la ilusión por vivir”, confesó al DIARIO. Siempre recordará la hora exacta del accidente: su reloj quedó parado por los golpes en las doce y diez.
Otra de las supervivientes, Adelaida Rlbal, se pudo restablecer de una desviación de columna. Su carácter jovial le ayudó a rehacer su vida después de la desgracia. No quiso recordar ni nombrar lo sucedido, pero conservó entre las páginas de su misal una foto del camión destrozado en el fondo del barranco. Aquella trágica excursión del 9 de febrero de 1947 fue la última que organizó el grupo de amigos del Círculo Iriarte.
Última superviviente

María Llanos Abreu, originaria de Icod el Alto (Los Realejos), viuda de Antonio García Pérez, madre de cuatro hijos, Salvador, María de los Ángeles, José y Antonia María, está próxima a cumplir cien años. Es la última superviviente de aquel accidente de Las Cañadas, que aún recuerda con mucha tristeza. María iba sentada en una de las traviesas del camión.
Recuerdo a las hermanas Jordán, Margarita y Adelaida, con las que tenía una buena amistad y también viajaban en el camión”. Cuenta que todo sucedió muy deprisa. “No sé por qué, por allí aparecieron don Pepe Pérez (el hermano de la que luego sería mi suegra) y don Celestino Cobiella, que eran médicos muy apreciados por todos los vecinos. Cuando llegamos a casa, estaba muy magullada, todo eran lágrimas y lamentos, con mis padres y mis hermanos. Me dijeron que había cinco fallecidos. Estaba impresionada o asustada, no sabía hablar”, relata María Llanos, aún con dolor, 78 años después de la tragedia.