Túnel
Al principio todo fue bien. El deslizarse mente y espíritu por la concavidad, aún con cierta luminosidad, a sus espaldas le reconfortaba y le permitía soñar con una rápida travesía
Al principio todo fue bien. El deslizarse mente y espíritu por la concavidad, aún con cierta luminosidad, a sus espaldas le reconfortaba y le permitía soñar con una rápida travesía
Al principio todo fue bien. El deslizarse mente y espíritu por la concavidad, aún con cierta luminosidad, a sus espaldas le reconfortaba y le permitía soñar con una rápida travesía. Poco a poco, con insinuante maldad, la situación fue cambiando. Reptar boca arriba a través de la oscuridad comenzó a no resultar agradable. Sabía, efectivamente,
Amanecía. Las franjas de colores de la alborada se extendían como cables rojos de montaña a montaña en un gigantesco teleférico de otro mundo
Lo cierto es que pocos habitantes de la isla conocen la existencia de la laguna. Y los que la conocen dicen simplemente eso: La laguna.
Se ha hablado mucho de hombres y mujeres que tripulan un yate, un barquito que apenas ha llegado a la pubertad, es decir, que aún no es barco y se lanzan a atravesar mares y océanos casi como yo me atrevo a pasear todos los pasillos de mi casa de una sentada. Otras y otros
Un buen día apareció por la tertulia un amigo del amigo de uno de los que, cada tarde, tomábamos café en aquel pequeño cafetín junto al muelle de pescadores. Fue acogido sin problemas y pronto nos dimos cuenta de que no era, precisamente, muy simpático
La noche era tétrica, es decir, era apta para jugar al tetris y pasar las horas muertas (lógicamente no podían ser las vivas) con el aparatito de marras o ante un ordenador de pantalla grande mientras caían los bloques multicolores uno sobre el otro indefinidamente. Son hechos que ocurren las noches tétricas… Por demás comentar
Los dos detectives entraron en la habitación. Uno era alto y delgado, el otro más bien bajo y ligeramente obeso. Tanto uno como el otro se quedaron contemplando el cuerpo que aparecía acostado de mala manera en un amplio sofá. Se trataba de un hombre de unos cuarenta y cinco a cincuenta años. Sin lugar
Estaban estos caballeros destinados a un castillo en los límites de su patria, en la frontera. Al otro lado, las levantiscas tribus de los montañeses les atacaban casi cada día y, aunque siempre les rechazaban, el goteo de los compañeros que caían heridos o muertos aumentaba y no llegaba refuerzo alguno. Sus peticiones de auxilio
Cada mañana del los domingos, muy temprano, aún de noche, un cierto personajillo se coloca ante el ordenador y comienza a escribir lo que recuerda del paseo del día anterior
Cuando el grupo de senderistas salía los fines de semana, normalmente cada integrante llevaba un desayuno para tomar a media mañana al tiempo que se hacía un pequeño descanso tras un primer tramo de camino que solía ser bastante largo